Así como los antiguos habitantes de estas tierras tocadas por las manos de Quetzalcóatl, nosotros los mexicanos de hoy también recurrimos a la división de los tiempos por ciclos, periodos. Aquellos seres de excesiva inteligencia, sintonizados con el cosmos, con la madre tierra y con sus deidades sabían perfectamente qué época era la mejor para cultivar, para hacer sacrificios, para celebrar, para ver las estrellas y hasta para cambiar de gobernantes; los dioses, la vida y la muerte regían la cosmografía de nuestros antepasados, y de pronto, después de culpar a los habitantes de la península ibérica de todos nuestros males las cosas cambiaron, el equilibrio, la sintonía, el misticismo, la comunión con la madre naturaleza, el amor y el respeto entre todos cambió, se esfumó, la culpa, ya lo dije, los conquistadores, esas malvadas personas que acabaron con el paraíso que era Mesoamérica, Theodore de Bry deja testimonio en sus obras plástica de aquel holocausto mexica, cuando solamente sobrevivieron 25 millones de nativos en toda la región dominada por Tláloc. Casi como la extinción de los dinosaurios, así fue la desaparición de esa súper raza de mexicanos y con el mestizaje, pues quedamos nosotros, tal cual, así como nos conocemos ahora. Tan perfecto para ser verdad y claro, no podía durar para siempre, orgullosos de nuestro pasado y atrapados en la realidad de esta cotidianidad que no da para más. Lo que conservamos de aquellas románticas culturas ancestrales es la forma de dividir el tiempo, tenemos un calendario, continuamos marcando ciclos e identificamos fechas que son importantes.
Hace unos veinte años atrás la imagen del heredero de las glorias de Moctezuma tenía la importancia que debía, el máximo jerarca, el semidios tricolor, el político todopoderoso al que se le debía ofrecer en sacrificio un día del año, ya ve, continuamos con los ciclos como nuestros antepasados; un día de asueto, no escuela, no trabajo no programación en televisión, ni en radio, cobertura de la prensa escrita al servicio del día del presidente. El seguimiento mediático desde la salida muy temprano de la residencia oficial de Los Pinos, el recorrido por una de las avenidas más emblemáticas del México actual, Paseo de la Reforma hasta llegar a San Lázaro para entonces hacer su entrada triunfal entre aplausos y porras hasta tomar su lugar en la tribuna principal; y después el Himno Nacional la solemnidad del protocolo para finalmente dar paso a las cuatro horas más aburridas del día del presidente. Claro, era eso o ir a trabajar o a clase, qué prefería. Al terminar el informe, nuevamente el Himno Nacional, la salida del recinto sagrado y el desfile del mismísimo líder de la dictadura perfecta nuevamente por Reforma sólo que está vez con papeles tricolores lanzados desde las azoteas de los edificios de esa bonita avenida, las porras y los “espontáneos” a cuadro con las orgullosas sonrisas, las banderas del país más hermoso de las Américas indias. ¡Ay qué tiempos, señor don Simón! Todo tan perfecto, todo tan ordenado, todo bien controlado, hasta llegamos a pensar y creérnosla que los jerarcas se lo merecían, es lo menos que podíamos hacer nosotros sus fieles gobernados, rendirles un día al más puro estilo de aquellos sacrificios de nuestros súper antepasados.
Pero qué cree, eso se acabó, casi como la extinción de la raza de bronce, la de antes de los españoles, claro está; estas bonitas manifestaciones de respeto, cariño y admiración quedaron en el olvido, ahora solamente el encargado de la política interna acude a aquel suntuoso escenario a entregar de manera escrita la prosa que el señor presidente ostenta con su autoría, bueno eso dicen ellos, y ya sin fiestas ni parafernalia se recibe, se toman la foto con el celular y listo, se acabó, adiós al “primero de septiembre”, y yo que tenía la esperanza que con Quique las cosas iban a ser como antes, me falló.
Por cierto y hablando de ciclos, ya se dio cuenta que ya van tres vueltas que le da la tierra al sol, (como diría Gaby Gómez) desde que el tricolor puso a uno de los suyos en la silla presidencial; qué rápido pasa el tiempo ¿no cree?, deje de eso, lo peor es que en lugar de avanzar en todo, retrocedemos en mucho. Eso de andar prometiendo un país sano en todos los rubros está complicado, tómelo como ejemplo para que no le vaya a pasar a usted, en pocas palabras no prometa lo que no podrá cumplir.
Hoy por hoy no tenemos un crecimiento significativo como nación, la economía sigue estancada, las reformas no arrancan de una buena vez y qué me dice de la violencia que heredó Quique del buen Felipillo, tampoco disminuye, al contrario se incrementa, hasta se le escapan las personalidades de la revista Forbes de los penales de máxima seguridad, qué me dice de las desapariciones forzadas, de los atentados contra los reporteros y periodistas entre otras tantas anomalías nacionales.
Según un reportaje del portal Sin Embargo de los 266 compromisos que hizo en campaña el ahora presidente de México, al día de hoy solamente se han cumplido 28, eso quiere decir que con el ritmo que lleva, el sexenio no le va a alcanzar para responder en tiempo y forma, y entonces los matemáticos entran en acción y dicen que el jefe necesitaría 4.75 sexenios para cumplir con lo prometido, yo digo que mejor lo dejemos así, se imagina, con 25 años al frente de esta nación, al paso que vamos no van a existir ni nosotros ni los compromisos.
Qué lejos quedó aquella publicación de la revista Time donde el encabezado decía “Saving México”.
En fin, nada que celebrar, a la mitad del camino nos están dando hasta con la cubeta y por lo que se alcanza a vislumbrar no hay mucho rango de maniobra, yo diría que mejor busquemos alternativas, así como la homeopatía es a la alopatía, porque si no nos vamos a quedar con el cuerno de la abundancia vacío y con rezagos significativos.
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