Vencido el tiempo de elección para presidente en México nos encontramos, para no perder la costumbre, ante una impugnación y descalificación del resultado de las elecciones de parte de los perdedores. Esto no es malo, ya que las partes tienen el derecho constitucional de hacer los reclamos que crean pertinentes a su caso. Lo que me desalienta es que los mexicanos tratamos la elección presidencial como si se tratara de un partido de futbol y no como un ejercicio de elección de nuestros representantes. En lugar de ser ciudadanos políticos, estamos encarnados en fanáticos de tal o cual candidato. Esto obedece, bajo mi personal concepción, a que el candidato López Obrador es un político cargado de carisma, y muchos de sus seguidores dejan de verlo como a un político y lo ven como a un posible renovador de la sociedad mexicana. No sé si López Obrador sea solución para los mexicanos y la situación en qué vivimos actualmente, pero muchos lo consideraron una opción viable para mejorar las cosas. Prácticamente un tercio del electorado votó por él. Sin lugar a dudas de los candidatos que tuvimos, el planteamiento social que realizó fue el más amplio entre los aspirantes a presidente, aunque sus carencias y poca definición en los aspectos de política interior, política exterior y economía, pienso yo, le costaron que muchos otros mexicanos no votaran por él. Lo que me parece inaceptable en cualquier hombre, es que habiéndose comprometido a aceptar las reglas de la elección para presidente, ahora descalifique la elección argumentando prácticas ilícitas y, como siempre, un “complot” en su contra. La validez de hacer su reclamo se encuentra ya en los tribunales correspondientes, y lo que está muy mal es que López Obrador se esté dando a la tarea de polarizar las elecciones argumentando un fraude electoral y la anulación de los comicios. ¿Por qué? Por el hecho de que sus palabras incendiarias ya han comenzado a traer problemas de índole social. Sus seguidores se sienten arrebatados, robados, engañados, porque él manifiesta que sí ganó. El ataque a una de las tiendas Soriana es el ejemplo práctico y real de su irresponsabilidad. Es el efecto directo de su postura vehemente pero impulsiva y poco reflexiva. ¿Acaso un estadista no tiene la obligación de comportarse con cautela para evitar que sus seguidores realicen este tipo de actos? Claro que sí, él, como cualquier otra figura pública mexicana está obligado a buscar lo mejor para este país. No quiero decir con esto que no apele o proteste lo que considera que estuvo mal, sino que tenga el buen juicio de no levantar los ánimos enfrentando a los mexicanos entre nosotros. Algunos de los seguidores de López Obrador, por ser él una persona carismática, pasan de ser partidarios a ser fanáticos. Se combina en su persona la atracción al líder con el discurso político, lo que produce que se caiga en el terreno de la virulencia. Platicaba hace un par de semanas con una amiga mía que también había votado por él, y me decía que se sentía deprimida por que él no había ganado. No es normal que haya tanto apego por una elección presidencial, quien quiera que sea el candidato y el resultado. El voto es una mera designación de quien se encargará de la administración del país, y salvo de las personas cercanas y colaboradores de los candidatos, quienes obtendrán puestos políticos durante los próximos seis años, al resto de nosotros no nos tocará nada en concreto, excepto las mejoras que se puedan realizar para el beneficio general de la población. Porque la política sigue siendo el “grande botín”, y aquellos que se dedican a la política es porque están buscando el poder, la riqueza o una combinación de amabas, independientemente de que partido político sea. No hay en la clase política mexicana una completa integridad, sino una deshonestidad marcada, que no ha cambiado con la alternancia de poder. En la ciudad de México, bastión del perredismo, las prácticas de corrupción se han continuado hasta la fecha; igualmente bajo los gobiernos panistas las cosas no cambiaron, ni se depuró el ejercicio de la política; sobra decir que tampoco bajo la tutela de los priístas se acuñó algún cambio favorable. Pareciera como si la democracia en México radicara en elegir al menos dañino, al menos malo, y no al honesto administrador.
Es capital que los mexicanos comprendamos que se trata de una elección política, y que los políticos son personas en la búsqueda de poder y riqueza personales. No vale la pena enfrentarnos entre nosotros los mexicanos porque ganó uno y otro no. Si queremos hacer un cambio, hay que comenzar a formar pequeños grupos a nuestro alcance para ir cambiando las cosas que podemos una a una. Las redes sociales están plagadas de alborotadores que no miden las posibles repercusiones de sus violentos discursos. ¿Quién se vería beneficiado con un estallido social? Nosotros no, porque la economía se desplomaría, los negocios cerrarían y sólo los ricos podrían irse a vivir a otro país. Nosotros sufriríamos las consecuencias de no tener empleo, de que no hubiera turismo ni inversión, de que nuestros hijos vivieran una convulsión social que pusiera en riesgo su futuro y hasta sus vidas. Es hora de actuar responsablemente y dejar de ser niños quejumbrosos. Los que queremos el cambio a un mejor país, tenemos que hacer cosas a nuestro alcance para lograrlo.