Distintas situaciones sociales nos hacen sentir superiores a los demás y nuestra naturaleza nos obliga a los inferiores hacérselo saber. Esa actitud se puede provocar por el color de piel, por la raza, por los orígenes étnicos o familiares, por la situación económica o por algún otro factor sin sentido. Como todos los anteriores el racismo no se justifica.
El racismo se relaciona con la discriminación hacia las personas de color. Su mismo nombre nos hace reflexionar sobre la raza. En primer lugar las personas blancas por alguna extraña razón consideraron que eran superiores a las de color y las de color solo servían para ser esclavos o lavar los platos. Miles de películas e historias se han repetido. Sin embargo, el racismo como esa discriminación entre razas ha madurado a lo largo de la historia. Los alemanes con los judíos, los europeos con los asiáticos, los estadounidenses con los mexicanos y latinos y los mexicanos con los indígenas.
Ese racismo ha hecho tanto daño a nuestras naciones y nuestra condición humana que parece impensable que exista pero existe y lo hacemos todos los días. En México hay informes recientes que confirman lo dicho. En México somos racistas, preferimos a una persona blanca, tratamos de diferente manera a un indígena, y todo se trata de diferencias raciales básicas incluso hasta del color de piel.
El caso de Donald Trump es gravísimo, imaginemos sus políticas racistas de gobierno, pero lo más alarmante es que sea el líder de las encuestas entre republicanos, es decir, tiene grandes posibilidades de ser candidato a la presidencia de los Estados Unidos lo que implicaría que tiene el apoyo de muchos partidarios, lo que se traduciría en que piensan igual que él por ende, son racistas.
El racismo que renace en Donald Trump pone el dedo sobre la llaga. El racismo existe y pueden renacer políticas de odio entre los seres humanos. No solo sobra decir que Donald Trump no puede llegar a la presidencia de Estados Unidos, sino que no seamos inquisición con Trump cuando también somos racistas.
En esta semana se dio a conocer que un policía disparó a un joven de color por intentar fugarse y lo mató. En México la policía funciona con estándares racistas, clasistas y discriminatorios: mochila, pantalón roto, barba larga, seguro es drogadicto. Moreno, huarache y despeinado seguro va a robar. Sin corbata y desfajado y no puede entrar a un restaurante. Teléfono que no está de moda y se queda afuera del bar. El clasismo y racismo en México nos hace tanto daño.
En mi opinión, si no es el futbol o Donald Trump no somos suficientemente sociedad para conjuntar las clases sociales por alguna causa o movilización que valga la pena. Ese es nuestro principal problema. En México los problemas no se solucionan desde la sociedad civil por la naturaleza racista y clasista que tenemos. Todos podemos festejar el gol de Andrés Guardado pero no podemos sentarnos en la misma mesa el empresario dueño de la embotelladora y el estudiante de filosofía de la UNAM, impensable. Entre ellos no se pueden discutir ideas para una mejor sociedad o un mejor gobierno, las ideas del rico se imponen y las del estudiante son estúpidas.
Ese clasismo en el que vivimos no lo hemos visto por nuestra apariencia del México unido, sí, México caminó en el mismo sentido en el terremoto del 85 o en la explosión del 92 en Jalisco. Malo hubiera sido no haberse unido. Sin embargo, no somos una sociedad que tenga los mismos valores sobre su país, sobre la sociedad, sobre la política o sobre la moral. Malo sería si así fuera, sin embargo, la identidad nacional si debe conjuntar diversos valores que no los tenemos.
Cada quien piensa de democracia diferente, la desigualdad en la que vive el México del 46.2% de pobres y el México del hombre más rico del mundo impiden solidarizar ideas y tener una identidad nacional que comparta los valores de movilización, participación ciudadana, exigencias al gobierno o justicia. De nuevo cada quien hace su justicia, cada quien ve por sí mismo y además le metemos la pata al otro.
No se trata de condenar las declaraciones de Trump, se trata de reflexionar sobre nuestra capacidad de juzgar sin ser juzgados. De llamar a Donald Trump un imbécil sin darnos cuenta de nuestros dichos: todos los indígenas son pobres, todos los de pantalón roto son rateros, todos los barbones son violadores, todos los del sur son drogadictos. Estos dichos los decimos a diario y tienen el mismo contenido racista y clasista que los de Donald Trump.
El discurso discriminatorio de Donald Trump es oportuno en el siglo XXI, es un claro ejemplo de que esas actitudes aún existen y que como fue en un principio han hecho tanto daño a nuestra sociedad como hoy.