- Un paisaje provinciano se mostró en la Plaza de Armas de Aguascalientes
- Arribaron las dos primeras peregrinaciones provenientes de los municipios del norte
“En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas de México, con sus colores violentos, agrios y puros, sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos y la inagotable cascada de sorpresas de los frutos, dulces y objetos que se venden esos días en plazas y mercados”. Esta descripción la dictó Octavio Paz en su obra El laberinto de la soledad, la cual es un preámbulo para introducir el inicio de una de las festividades más relevantes del estado de Aguascalientes, el Quincenario de la Virgen de la Asunción, patrona de los católicos oriundos de esta región.
El día de ayer, a las 17:00 y 19:00 horas arribaron las dos primeras peregrinaciones provenientes de los municipios del norte del estado y del centro de la ciudad, respectivamente, con éstas, en la Catedral se inició el paseíllo de los presentes para recibir el primer Padre Nuestro por parte de las voces religiosas que exhortaban el tema de este Quincenario: “los discípulos de Cristo unidos a María, hacemos lo que él nos pide”, sin faltar por supuesto el tono popular de la banda que estuvo al frente dirigiendo los pasos de los creyentes hacia el interior de la Catedral, además de las fuentes de agua bendita que eran salpicadas sin ton ni son por el sacerdote en las cabezas amontonadas y desesperadas por recibir una gota milagrosa; ni tampoco faltaron las voluntarias de la Iglesia quienes ofrecían la programación impresa del Quincenario por cinco pesos, lo que hacía incluirlas a la vendimia de calendarios y aditamentos religiosos para afianzar la fe.
Este paisaje provinciano se muestra entonces en la Plaza de Armas como un escenario de niños de ojos abiertos ante el asombro de las danzas tradicionales de los matlachines de pies fuertes, con sus trajes desempolvados y sonoros que se conjuntaban con el ritmo de los instrumentos arcaicos y el latigazo del “señor” que ordena y permite la danza de sus integrantes para venerar a la patrona Asunción, para agradecer sus cuidados y protección de los infortunios de la vida. “Somos un pueblo ritual”, afirmó Paz. Somos un escenario de ancianos que rezan, que sonríen frente al tumulto de colores y olores, de monaguillos que corren para no perder el paso de su peregrinación, de familias que se reúnen ante la vendimia de antojitos que estallan en manteca, que se cocen bajo los rayos del sol veraniego, una vendimia “controlada” como el mismo caos que se escapa paralelamente en la avenida Madero, donde el personal de Tránsito Municipal con gestos de mimo intenta controlar la distracción de los transeúntes.
Así inicia la antelación de la Romería de la Asunción que culminará el 15 de agosto, así inicia el viaje ferviente de los romeros, aquellos que simulan el viaje a la Roma católica, aquellos que se afianzan a la pirotecnia de una tradición única en el centro de México, en donde “el tiempo deja de ser sucesión y vuelve a ser lo que fue, y es, originariamente: un presente en donde pasado y futuro al fin se reconcilian”.