Lealtades primordiales en cita / Opciones y decisiones - LJA Aguascalientes
24/11/2024

La histórica frase de “París bien vale una misa” (Paris vaut bien une messe) fue pronunciada por Enrique IV de Francia y III de Navarra, llamado el Grande, quien nació en el castillo de Pau el 14 de diciembre de 1553; y su evocación responde a un importante acontecimiento. El 13 de abril de 1598 se firma en Nantes (Francia) el edicto del mismo nombre con el que se pone fin a las guerras de religión que se sucedían en este país, garantizando a los hugonotes la libertad de conciencia. Siendo heredero él mismo de los hugonotes calvinistas, con motivo de su conversión al catolicismo, pronuncia la famosa frase que ha llegado a nuestros días. No era un hecho menor ya que terminaba una larga y cruenta secuela de ocho guerras sucesivas que cubrió la segunda mitad de ese siglo a partir de 1562-1598. (Fuente: http://goo.gl/JnsmKZ)

Recapitulemos (seguimos la misma fuente): Él era hijo de Antonio de Borbón, duque de Vendome y de Juana de Albret, reina de Navarra. Su padre Antonio descendía de Roberto Clermont, sexto hijo de Luis IX, rama de los borbones que tenía derechos sobre la corona de Francia. Mientras que Juana, su madre, era hija del Rey de Navarra y de Margarita de Angulema, hermana de Francisco I (rey de Francia), por lo que por parte materna también tendría derechos sobre el trono francés. La singular posición que ocupaba, por consiguiente, Enrique III de Navarra como heredero con derecho al trono de Francia, acaecida en 1562 la muerte de su padre, hereda el título de duque de Vendome, siendo el primer Borbón español. Circunstancia que le situó de manera central respecto de las llamadas guerras de religión, sostenidas por calvinistas y hugonotes contra católicos fieles a Roma. Habiéndose firmado la Paz de Saint Germain en 1570, se buscaba la reconciliación de los dos bandos, católicos y protestantes. Es entonces cuando se pacta el matrimonio de Enrique con Margarita de Valois (la muy conocida reina Margot), hermana de Carlos IX, rey de Francia.

Dos años después, entre el 23 y 24 de agosto de 1572, pocos días después de la boda de Enrique IV, se produce una sangrienta batalla en la que, bajo el mando de Carlos IX y la reina madre Catalina de Medicis, son asesinados diez mil protestantes -calvinistas- en la conocida Matanza de San Bartolomé. A la cabeza de esta matanza estaba el duque de Guisa, que luego en 1576 forma la llamada Liga Católica. Suceso al que le sigue una serie de enfrentamientos que se conoce como la guerra de “los tres Enriques”. Enrique III, hermano de Carlos IX, católico también; Enrique de Guisa, al frente de la Liga Católica no permitiría que un hugonote gobernase Francia. El entonces rey Enrique III lo manda asesinar ya que temía su poder. Pero más tarde es asesinado también, en venganza por la muerte de Guisa. Y entra en escena sucesoria el sobreviviente, Enrique IV.

La Liga Católica, apoyada esta vez por España, obliga al heredero a exiliarse en el sur, por lo que éste empieza a urdir un plan para hacerse con la corona por la fuerza. Empezaron las batallas, pero tomar París se hacía cada vez más difícil debido a las numerosas tropas enviadas por Felipe II. En tal contexto tan adverso, el 25 de julio de 1593, Enrique III de Navarra se convierte al catolicismo, pronunciando la famosa frase que nos ocupa “París bien vale una misa” y accede al trono de Francia. Para él, en efecto, París bien vale una misa.

He desarrollado este referente histórico con el fin de honrar el principio hermenéutico de sitz im Leben (situar en la vida, o en la Historia), aquella narrativa que explica un evento por demás importante o trascendente. Y para el caso presente, estoy replicando esa célebre frase -a todas luces debatible- para referirme a la condición ética-social en que se sitúa Aguascalientes, en el contexto de la aprehensión judicial del ingeniero Luis Armando Reynoso Femat, exgobernador de nuestro estado. Apenas a cuatro años y medio de concluir su mandato constitucional. Si se quiere, bajo un paralelismo antitético, la frase “Aguascalientes bien vale una misa” nos alerta acerca de las consecuencias de una orden judicial como la presente.

Me explico. Nos está tocando atestiguar, como sociedad y como ciudadanos que coexistimos bajo el régimen político del ahora indiciado o presunto responsable Luis Armando Reynoso, una denuncia de hechos bajo presunta responsabilidad penal que implica la comisión de un crimen de naturaleza fiscal. Caso que si fuera de un particular, no tendría mayor relevancia que la proporcional al crimen cometido. Pero sucede que el presente estaría vinculado al ejercicio del poder público superior de un estado. Y ello dice referencia no tan solo a esta denuncia estrictamente dicha, sino a una serie de denuncias enderezadas contra su persona -al menos otras cuatro, si mal no recuerdo- por actos calificados de corrupción en y desde las esferas del poder político de Aguascalientes.

Ahondemos: “El concepto de corrupción está lógicamente vinculado con el de sistema normativo. No es posible hablar de corrupción sin hacer referencia simultáneamente al marco normativo dentro del cual se produce el acto o la actividad calificada de corrupta. Llamaré al sistema normativo con respecto al cual un acto o una actividad es calificada de corrupta “sistema normativo relevante” (Compilación, Carlos de la Isla, Ética y Empresa. FCE, 2000. Ernesto Garzón Valdés, Acerca del concepto de Corrupción, pp. 79-104). Concepto que es indisociable del de decisor, en tanto que autoridad cuya competencia es tomar decisiones, o bien aquel cuya posición le permite hacer lo propio; por ello el autor se refiere a “deberes institucionales o posicionales”. Y cita: “También quien asume un cargo público está obligado con respecto a sus conciudadanos cuya confianza ha buscado y con quienes coopera en la gestión de una sociedad democrática” (John Rawls, A Theory of Justice, 1972. Oxford). Para luego caer en materia: “La corrupción es un delito o una infracción que implica la violación de alguna obligación por parte de un decisor (…). No cuesta admitir que la corrupción implica siempre un acto de deslealtad o hasta de traición con respecto al sistema normativo relevante (Op cit, ibídem).

Baste lo anterior para dejar asentado que Aguascalientes queda confrontado por presuntos actos de corrupción, bajo las calificaciones antedichas. Ello sólo debiera concitar a tomar nota -perdón por la analogía con el acto de autoridad del Trabajo- a todos nosotros como sociedad, para no permitir en el futuro que otras autoridades cometan actos de corrupción y queden impunes y puedan caminar tan campantes. Estamos en presencia de un evento de ejemplaridad social, pero no basta contemplarlo como espectadores. Hay que hacer ostensible nuestra exigencia de aplicación irrestricta de Justicia e inhibir de una vez por todas los actos de corrupción de los funcionarios votados y constituidos como autoridades públicas.

En pocas palabras, si dijéramos: “Aguascalientes bien vale un misa”, significaríamos que la conversión a la verdad y a la justicia ética-social no solamente es un desiderátum plausible; sino que constituye un imperativo categórico de lealtad a una mancomunidad ciudadana y a un servicio público, que merece toda probidad y lealtad recíproca hacia los ciudadanos que lo invistieron con tal dignidad.  [email protected]


 


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