El pasado domingo celebramos en México y en más de 75 países de los cinco continentes, el Día del Padre. Es una celebración dedicada a los jefes de familia para honrar la paternidad y su inevitable influencia en la vida de los hijos.
Es una fiesta de origen escolar que data de la década de los cincuentas, cuando se buscaba festejar también a los papás, una vez que en el mes previo se conmemoraba el Día de la Madre. Cabe mencionar que en más de 55 países adicionales, se celebra el 19 de marzo, que coincide con el día de San José, esposo de María en la tradición cristiana, padre de Jesús, y figura paterna por antonomasia en el marco de la denominada Sagrada Familia.
Hoy rememoraré con ustedes un poco, acerca de esa, que considero la inevitable influencia que sobre mi vida tuvo siempre la figura paterna.
De mi padre, don Paco -así le decían-, tengo muchos y muy vívidos recuerdos. Poseía una recia personalidad, que pude percibir apenas tuve conciencia del lugar que ocupaba yo en el mundo. Era un hombre de pocas palabras, pero cuando dialogaba lo hacía con cierto aire de severidad en sus comentarios. Solía hacer recomendaciones barnizadas con suavidad, severidad y austeridad, muy propias del siglo pasado.
Ese era don Paco.
Pero era, también, un hombre por demás encantador. Por su origen lomilargo, siempre tuve la imagen de mi jefe como de un hombre blanco y barbado. Lo recuerdo muy alto, güero y de ojos azules. La intensidad de sus ojos azules pocas veces la he visto. Dicen mis primos mayores, que los Muñoz provenimos de un minúsculo lugar perdido en la zona de Los Altos de Jalisco, denominada La Mesita del Fresno, muy cerca de San José de los Reynoso, en las inmediaciones de San Miguel El Alto.
El brillo de su mirada, nos llegó a ser muy familiar en casa, sobre todo en aquellas ocasiones en que alegre, por alguna copa de más, nos bromeaba a mí y a mis hermanos a la hora de la cena.
Para reivindicar el origen jalisciense de su familia, a don Paco le gustaba de vez en cuando beber y bien, y cuando bebía a veces hasta cantaba y lo hacía también muy bien. Recuerdo como si me la estuviese cantando el pasado domingo, su Rayando el Sol (1916), pero no la de Maná, sino aquella pieza vernácula mexicana del inmortal fresnillense don Manuel M. Ponce: Rayando el sol, me despedí/ bajo la brisa, y ahí me acordé de ti/ llegando al puente, del puente me devolví/ bañado en lágrimas, las que derramé por ti, que por cierto le salía muy bien cuando la cantaba, sobre todo en la madrugada, en ocasión de alguna de sus esporádicas trasnochadas de bohemia. Cantaba bonito mi padre, créanmelo.
Algunos de los mejores consejos en nuestras vidas, han provenido precisamente de nuestros padres, en mi caso algunos de estos me los heredó don Paco, y me marcaron para toda la vida. Este que a continuación les comparto, no tiene desperdicio: Un día llegué a presumirle que finalmente había pasado de año -creo que de tercero a cuarto año de primaria-, y en mi boleta de calificaciones ostentaba el ansiado promovido con que solían rubricar los maestros la boleta escolar al final del año. Recuerdo que en esa ocasión el profe anotó algo así como un seis. Lapidario, rápidamente me dijo: “Mire, mijo -se dirigió a mí con la boleta de calificaciones en la mano-, no se le olvide que en la vida hay que estudiar no para hacerse rico, sino para que le quiten a uno lo pendejo”.
Me quedé perplejo, porque no vi en su respuesta, el gesto, la manifestación, ni el esbozo siquiera del mínimo reconocimiento. Por el contrario, su comentario, conseja, recomendación, aseveración, sentencia, o lo que haya sido, o como haya sonado a los oídos de tan confundido educando, me hizo entender de golpe y porrazo, la esencia del estudio; el chiste de estudiar; el significado de ir a la escuela; y dimensionar que hacerlo era una tarea mucho más comprometida, que simplemente buscar la promoción o de brincar de un año a otro, con el vergonzoso “de panzazo”.
Obran en mi poder las debidas constancias de tan bajo desempeño infantil del suscrito en aquellos años, y cada vez que me topo con ellas en el amasijo de mi ahora pasado académico, lo primero que me viene a la mente es aquella imagen de don Paco que parece que me dice: “Allá tú y tu seis. Adelante, hijo, pasa a cuarto año, pero no olvides…”.
De oficio tablajero, y de los buenos. Aún recuerdo la receta doméstica que atesoraba, para elaborar el mejor chorizo. Y solía presumir que esto de trabajar con la carne era una labor propia de elegidos, porque no a cualquiera se le daba esto de destazar una vaca entera y convertirla, después de varias horas, en cuatro o cinco bultos mucho más grandes que el tamaño de un pelota de basquetbol, pero convertida en carne variada o en cecina, y eso era una cosa que sabía hacer muy bien don Paco. Nadie mejor que él para manejar el cuchillo. Era de esos hombre de campo que solía calcular con exactitud el peso de una novillona, sólo con mirarla. Me consta.
Don Paco, donde quiera que estés, te reitero mi cariño invariable y eterno, perdón por la balconeada, pero no es más que la pincelada de un hijo que te supo leer muy bien en los casi 69 años de tu existencia en este planeta.
Política de la buena: Celebro el gesto de honestidad y transparencia que hace días tuvieron mis compañeros legisladores Verónica Sánchez y Eduardo Rocha, al manifestarse públicamente a favor de la legítima aspiración del senador Miguel Romo Medina, para contender por mi partido a la gubernatura del estado de Aguascalientes. Me parece un lance que denota una democracia interna moderna, que hace a un lado la cultura de la línea, la simulación y otras prácticas propias del viejo régimen.
En ese mismo tenor, le reitero a mi querida amiga Lorena Martínez Rodríguez, mi adhesión y simpatía al proyecto que encabeza la Nueva Política, para gobernar al estado que me vio nacer.
Lo importante de este tránsito es que los priistas estamos obligados a cerrar filas en el momento que haya una definición. Esta premisa es la única garantía para obtener el triunfo en el proceso electoral de 2016.