Daniel Faria / Hombres (y mujeres) que no tuvieron monumento - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Para Giselle, lectora siempre interpuesta

 

“Hombres que son como lugares mal situados / Hombres que son como casas saqueadas / Que son como sitios fuera de los mapas / Como piedras fuera del suelo / Como huérfanos / Hombres sin huso horario / Hombres agitados sin brújula en la que reposar // Hombres que son como fronteras invadidas / Que son como caminos con barricadas / Hombres que quieren pasar por los atajos cerrados / Hombres llamados por todos los destinos / Desapegados de sus vidas // Hombres que son como una negación de las estrategias / Que son como escondites de contrabandistas / Hombres encarcelados abriéndose a cuchilladas // Hombres que son como daños irreparables / Hombres que son como sobrevivientes vivos / Hombres que son como sitios colocados / fuera de lugar”. Daniel Faria, uno de los más grandes y desconocidos poetas portugueses del siglo XX se retrata, como hacen los grandes poetas, en uno de sus pocos poemas.

San Juan de la Cruz o el Valente más concentrado (sobre todo el de “Al dios del lugar”), Rilke o Hölderlin entre los alemanes y Teixeira de Pascoaes o Herberto Helder son los nombres que acuden a la memoria del lector de Daniel Faria al que su corta vida no impidió publicar tres libros magistrales: Explicación de los Árboles y de Otros Animales, Hombres que son como lugares mal situados y De los líquidos. Dejó también varios, imposible saber cuántos, libros inéditos de copia única que regalaba a sus amigos, de los que sólo uno ha sido publicado, El libro de Joaquim, dedicado a un compañero suyo en la Facultad de Teología de la Universidad Católica. Los lectores atentos a las antologías ya podían haberlo leído en El arte de la pobreza. Diez poetas portugueses contemporáneos, de José Ángel Cilleruelo o en Photomaton. Nueva lírica portuguesa, de Andrés Navarro.

“La piedra está posada sobre sí misma / En tiempo de indigencia no pedirás otra abundancia / Ningún otro verso o casa / Ninguna otra fuerza // La simiente revienta con el peso de la tierra / La voz de las cigarras con el peso del calor / Una piedra pesa sobre la piedra / Las manos unidas no tienen fuerza así / En la caída la hoja no tiene ese equilibrio // Y tú te balanceas con los ojos adentro / anegando de paisajes la ceguera”.

Si la poesía de Faria resulta muy diferente a la poesía contemporánea, su figura también lo es. Nacido en 1971 siente, sabe, desde joven su vocación poética y religiosa (rasgo que comparte con José Tolentino Mendonça, uno de los mejores poetas contemporáneos portugueses y secretario de la Conferencia Episcopal de su país), lo que le lleva a estudiar teología e ingresar en 1997 al monasterio benedictino de Säo Bento da Vitória.

“De las mañanas apenas retiraré tu voz / Despoblada / Sin promesas sin barcos y sin casa // No retiraré el rocío de las almenas / No retiraré el pulso de la enramada // De tu voz retiraré los lugares de las mimosas / sólo los lugares de las mimosas // Las piedras / Las nubes / Tu canto // Retiraré mañanas / Y madrugadas”.

La poesía de Faria recibe en las críticas, siempre enardecidas y positivas, adjetivos como meditativa, contemplativa, íntima. Luminosa, la llama otro de sus comentaristas: “Con la luminosidad de quien sabe que la oscuridad es uno de los matices más hermosos de la luz”. Su poesía, mística en lo cotidiano, está llena de lugares vacíos, de silencios, de casa siempre a ocupar y barcos siempre a la espera. Faria busca, o descubre, el silencio a través de las palabras. Y es en ese silencio, semejante al de los románticos y los grandes místicos, donde encuentra una verdad, la del misterio de la existencia. Su traductor al inglés lo resume en una sola y acertadísima frase: “No sabe muy bien cuál sea el mensaje pero, aun así, cree en la gracia”.

“La puerta vive a la espera / De perfil se ensombrece / Y descansa // El escalón es paciencia / El umbral anuncio / El silencio es el lugar / Donde golpearán las manos”.


Faria sabe que su lugar en el mundo, el personal y poético que se confunden -en el sentido de unificarse, no de confundirse-, está en un espacio “sobre el suelo / En ese lugar en que los pájaros / Son abatidos”, un lugar que es, al mismo tiempo, terrenal y espiritual, un lugar del que se puede al mismo tiempo ascender y descender. Un lugar en el que el poeta es, al mismo tiempo, sacrificado (“Exprimo mi corazón para aquello que a mí desciende / Y me bebe”) y enaltecido (“Un paseante a un paso invisible sobre la tierra”). Un lugar a visitar siempre.

“Quería tener la posición de los claustros / La posición del monje antiguo que los barre / La posición del moribundo que pregunta las horas / La posición de los árboles cuando suben los niños / La posición de las ramas cuando nacen los nidos / La posición de alguien que ya no habita aquí. Quería / Como si tuviera/ La posición de la casa y alguien me visitara”.

En 1999, en un estúpido accidente doméstico, con apenas veintiocho años muere Faria. Una muerte que probablemente le llevará de la luz a la Luz como había dejado escrito en uno de sus poemas más breves: “Si enciendo la luz / no moriré solo”.

“Ni siquiera sucesivas y sucesivas migraciones de aves / Recorrerán la distancia que ahora nos separa / Pero esta nave no me llevará a mi casa / Y seguirte no será morir”.

 


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