Por su intención, parece una broma, pero los panistas, como casi todos los políticos, suelen carecer de sentido del humor… al menos voluntario. Por su mensaje, parece una impostura que agrega sal a la herida que pretende sanar y, en fin, por su realización técnica parece el ejercicio escolar de un mal estudiante de comunicación. Estamos, pues, en el reino donde no hace falta sentido del humor y sí una cierta dosis de amnesia: estamos, pues, ante el video donde la Margarita Zavala nos anuncia sus aspiraciones de ocupar la presidencia del país.
La señora Zavala tiene, desde luego, todo el derecho a ser aspirante a la presidencia del país. Más aún, es muy probable que una parte de los ciudadanos reconozca que tiene los suficientes méritos profesionales y políticos para regresar a Los Pinos, ya no como primera dama, sino como flamante primera presidente del país.
Y, sin embargo, no deja de ser un tanto preocupante que haga públicas sus aspiraciones después del declive electoral de su partido, declive en el que no es en absoluto ajeno el legado de los seis años en que compartió la residencia de Los Pinos con quien fue quizá uno de los presidentes más incompetentes que ha tenido el país, lo que ya es mucho decir después de los seis años de Fox y poco más de siete décadas de gobiernos priistas.
Cierto que no debe endosársele a Zavala la pequeñez política de su esposo, pero tampoco hay mucho espacio para el optimismo. Para empezar porque no hay nada hasta ahora que invite a pensar que sus ideas o visiones sobre lo que es México y cómo debe gobernarse sean realmente muy diferentes a las que guiaron a su esposo, por lo que parecen escasas las posibilidades para que pueda ofrecer una alternativa realmente diferente en relación con lo que ya hizo o dejó de hacer su esposo. Pueden variar los estilos personales de gobernar o los énfasis programáticos en ciertos aspectos, pero difícil esperar grandes diferencias en la visión global. Esto, por lo demás, es lo común entre los linajes políticos. Más allá de las notorias diferencias políticas, éste ha sido el caso de Fernández de Kirchner en Argentina, los Bush y posiblemente los Clinton en Estados Unidos, así como en el punto extremo hasta la caricatura, de los Jong-un en Corea del Norte.
En su video Zavala ve lo obvio, un PAN en crisis, pero omite del panorama al sexenio de su esposo. Así, supongo, Zavala estará en mejores posibilidades de presentarse como una solución a dicha crisis. Pero hay en esta omisión una impostura: se trata del viejo truco donde quienes participan en la creación de un problema se presentan luego como los únicos con posibilidades de solucionarlo. Y sí, ni Margarita Zavala ni su esposo pueden alegar convincentemente que son ajenos en la gestión y desarrollo de la crisis de su partido.
Las varias facetas de esta crisis -acusada división interna combinado con liderazgos nacionales y estatales blandengues, cruda indigencia ideológica asociada a una manifiesta pobreza de proyectos de gobierno, corrupción y mediocridad en el ejercicio del poder de sus gobiernos estatales y municipales y entre no pocos de sus diputados y senadores- se encubaron en buena medida durante el sexenio Calderonista y desde los Pinos.
No me refiero al impacto que tuvo en el ánimo de los electores el menos que mediocre desempeño presidencial de Calderón, sino también a la incapacidad para mantener la distancia necesaria entre su gobierno y su partido, una distancia sana, para tomar en préstamo la expresión de Zedillo, que les hubiese permitido a ambas entidades, gobierno y partido, edificar una relación madura y responsable de interlocución, una relación que fortaleciera lo mismo al Ejecutivo Federal como a su partido. En lugar de ello lo que se exhibió a lo largo de seis años fue una relación tensada, por un lado por la insistencia presidencial de subordinar a su voluntad la vida del partido y, por el otro lado, la permanente y descontrolada disputa por las cuotas de poder que se dio tanto entre el gabinete presidencial como al interior del partido. Y si Calderón fue un mediocre y belicoso presidente, también fue un mediocre y belicoso líder de su partido. Los electores, desde luego, tomaron nota y devolvieron Los Pinos al PRI y dejó de ver en el PAN un partido confiable.
¿Tuvo algo que ver Zavala, militante panista de años, además de primera dama, con este desenlace? Muchos panista y ciudadanos con otras preferencias electorales o con ninguna dirán que sí. En todo caso, la figura de Zavala no evoca, por lo menos ahora, unidad o cohesión o, para usar sus palabras, el “dirigente nacional del consenso”.
El diagnóstico que da Zavala en su video es una previsible suma de tópicos de los síntomas más visibles del desencanto ciudadano ante la clase política del país. Pero en voz de Zavala, los reclamos ciudadanos por una economía que crezca, por la vigencia del Estado de Derecho y por la dignificación de la vida pública suenan un tanto banales, insustanciales, despojados del apremio cívico y vital que los hace urgentes. Ello es subrayado por el hecho que, de nuevo, Zavala omite cualquier referencia a las responsabilidades que cabe asignar en la generación de ese estado de cosas tanto a la presidencia de Calderón como a los recientemente adquiridos usos y costumbres de su partido.
Es claro que el distanciamiento que señala entre ciudadanos y políticos y el descrédito de los políticos que preocupan con razón a Zavala no surgieron de generación espontánea ni son una manifestación caprichosa del escepticismo o hartazgo ciudadano: sus motivos son concretos, tangibles como lo son también las instituciones y personajes públicos responsables de ellos. Pero nada de ello se escucha por ahora en la voz de Zavala.
Cierto que sería algo más que ingenuidad el esperar que el anuncio de aspiraciones presidenciales sea un ejercicio de mea culpa, pero sí hubiese sido grato algo más de honestidad política e intelectual.
Una última nota. No se necesita ser especialista en nada para apreciar que el video parece hecho por un mal estudiante de comunicaciones. Zavala no se muestra del todo cómoda, sus movimientos y su dicción son las de una escolar en un concurso de declamación u oratoria, la cámara ofrece acercamientos al rostro y las manos que, por decirlo de manera benigna, son torpes, la edición es plana como lo son el atuendo y maquillaje usados (parecen escogidos por algún militante travieso de Morena), y el final, lejos de ofrecer un momento mínimamente climático es frío y distante. Pese a ello, podemos suponer que la señora Zavala está lo suficientemente convencida de que la redención de su partido y la dignificación de la vida pública del país están tan ligadas a sus aspiraciones presidenciales como para tomar el riesgo de exhibir en un par de minutos su incapacidad para producir un video mínimamente competente y convincente… justo de lo que careció la presidencia de su marido.