- Editan volumen en el que los escritores reinterpretan las fronteras entre el bien y el mal y las referencias de los valores humanos a través de una nueva mirada
- Publican El Camerino. Cuentos Clásicos Reinventados, con prólogo de Verónica Murguía
Si algo nos han enseñado los cuentos infantiles es que tanto los seres como las cosas maravillosas están ocultas. El camino de todos los que los escuchamos, y eso nos haría héroes también, es encontrarlas. Existen o subsisten, sólo que una suerte de mal las ha prohibido para el ojo de cualquiera.
En múltiples relatos la apariencia es un personaje silencioso, a través de esas historias hemos aprendido a desconfiar de ella porque siempre es la puerta de lo secreto tanto si es negativo como positivo.
Algo más que se encierra en el cuento es el aprendizaje. Sobre todo cuando nos referimos a los cuentos infantiles. Girando sobre estos ejes, se crea El Camerino. Cuentos Clásicos Reinventados, que con prólogo de Verónica Murguía edita el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).
A esta reinvención se suman los escritores: Ana Romero, Alberto Chimal, Gabriela Damián, Jazmina Barrera, José Luis Zárate, Oscar Luviano, Raquel Castro, Richard Zela y Verónica Murguía.
Avisar que se va a contar una historia provoca el mismo efecto que una pócima mágica, da inicio al encantamiento bajo el que caen los que escuchan. Ocurre de esa manera cuando el juglar anuncia: “¡Ah, se dicen tantas cosas de Melusina! Que Melusina era un hada. Que Melusina era un demonio”. Era bella, era cándida, tenía un pasado, un secreto protegido todos los sábados. Pero sobre todo era la felicidad, y “los hombres creen desear la felicidad, pero quieren la desdicha y cuando no la tienen cerca la buscan hasta encontrarla”.
“Melusina”, reinventada por Alberto Chimal, es una historia entrañable que seduce por las cuatro dimensiones en que se narra, haciendo al lector una de ellas y al mismo tiempo un personaje.
Una historia o una leyenda, “Melusina” es lo imposible y lo que puede ser al mismo tiempo. Anhelamos con persistencia lo fantástico, Aunque en realidad sabemos que por más lejano que se sitúe el relato siempre será un tiempo irreconocible.
“Peor que la muerte, era robarle la vida”. Quién podría soportar un sueño que dure cien años, reflexiona la séptima hada del cuento “El error del hada joven”, especie de diario mental y variación que sobre La bella durmiente escribe Jazmina Barrera.
¿Podría, la por excelencia mala del cuento, también ser la que hechiza y salva? La autora propone la bifrontalidad: que en cada uno prevalecen las esferas del bien y del mal en igual medida. O tal vez, en aquellos, los malvados, el bien tenga más posibilidades.
Había en el pueblo un muchacho llamado Pedro, pero igualados como solemos ser por estas tierras, le decían Peter. Una niña a punto de dejar de serlo porque el vestidito ya le quedaba zancón. Un pistolero matón que tenía atemorizada a la población, El Garfio, le decían, y que le echó el ojo a Wendy. Un hada que ayudó a que la niña supiera de las negras insinuaciones del delincuente.
Donde vivían los niños no jugaban guerritas porque la guerra era la vida misma. Para cruzar el río había que pasar por retenes de hombres armados. Claro, los niños huían, se perdían en una montaña, ayudados por Peter. Sabiéndose en riesgo, Wendy accede a ser la mamá de esos niños y de sus propios hermanos. No era sencilla su labor, había que destruir sembradíos, inutilizar armas, pasos que bloquear. Todo esto hacían los niños de Nunca Jamás para tratar de recuperar su pueblo. Lucha continua y sangrienta contra la banda conocida como Los Piratas. En “El niño que no quiso crecer”, Ana Romero relata un Nunca Jamás que de ningún modo habríamos querido conocer.
Ancestral, como estos cuentos, es el problema de la belleza, por igual perseguida y apreciada como un bien mayor, condenada por hechizar, seducir y embaucar. El dilema de decidir si algo es o no bello, o dónde reside esta cualidad supera a cualquiera, pero un objeto podría ser el juez.
Anverso y reverso, el espejo es un objeto fascinante y siniestro, como aparece en el cuento “La nieve y los pájaros”, de Gabriela Damián. Como cualquier símbolo, oculta y revela. Parece decir la verdad, reflejar la realidad, ¿pero es esto cierto?: “¿Quién te ha hecho juez a ti, que nada sabes de la verdad o la belleza?”.
Si no puedes ver el traje nuevo del emperador, no es el traje, es que te falta inteligencia y te sobra ignorancia. Si tus ojos te devuelven desnudez, no queda sino afirmar que el plan educativo fracasó en ti, y por tu culpa, porque eres un burro. Y valga el mismo grado de tontera que nos ataca si no somos capaces de ver las maravillas presentes en el hacer de cualquier imperio. Porque concordemos esto: “La transparencia era mala para la política”.
Alegre es el cuento “La enseñanza del emperador” de Verónica Murguía, que nos muestra las intenciones que se ocultan detrás de las mágicas “telas”.
Cuentan que “Baba Yaga” es un ser sobrenatural, que como cualquier monstruo es enigmática y ambigua, que es una o tres y que su apariencia sufre transformaciones. Que habita en el bosque en una casa que sostiene sobre una pata de pollo. Se dice, porque nadie que ha entrado al bosque ha vuelto para contar su historia. Nadie, hasta que Masha Mijailovna fue enviada a él, a petición de su bella madrastra, a recibir de regalo un vestido que su hermana le confeccionaría. ¿Cómo salir del bosque?, ¿Cómo volver de la peripecia? Aquí no hay hadas madrinas, pero sí una tía que tiene un consejo: abrir bien los ojos y tomar todo lo que te ofrezcan o lo que encuentres tirado. Peripecia, obstáculo, brujas, fábula y moraleja, todos los elementos se reúnen en este cuento, escrito por Raquel Castro, que nos recuerda que no hay fantasía inocente.
Con información de Conaculta