Ayer tuvimos elecciones, escribo esto domingo por la mañana, ya voté, hoy lunes ya tenemos diputados electos, los resultados provocarán caras largas y alegres respectivamente. ¿Quién ganó? Hoy ya no importa, lo único que es trascendental es que la única lucha que deberíamos de tener es por México y por nosotros mismos. Sí, suena a cliché pero nunca como hoy es necesario insistirlo. Nuestro país está en crisis, sí es cierto, de toda naturaleza, somos testigos de asesinatos, falta de valores, protestas violentas, una oleada muy grave de crímenes de y por adolescentes. Una crisis que pareciera cíclica, una crisis de la que todos nos quejamos y culpamos a otros, como si alguien más distinto de nosotros habitara este país.
¿No hay fe que nos haga salir avante? A veces quisiera que tuviéramos la esperanza de Little Boy (2015) sí ya sé que en principio la película es sensiblera, palomera y hollywoodense, pero me parece un buen ejemplo de la forma en que las civilizaciones conceptualizan su propia esencia. La cinta aborda el fenómeno norteamericano como nación, no en balde los personajes son blancos se ubican en un pequeño pueblo sufriendo por la Segunda Guerra Mundial cuya única esperanza es la religión y el trabajo; mientras un niño es objeto de bullying, su padre es enviado al frente con pocas probabilidades de regresar; después de un tiempo de no saber nada de él, ante el miedo del chiquillo, el sacerdote del pueblo le dice que para tener en casa a su padre deberá además de tener fe, practicar ciertas virtudes, entre las cuales está hacerse amigo de un japonés que vive en el pueblo y que por la misma razón es el apestado a quien nadie quiere.
Es interesante que Little Boy sea dirigida y coescrita por el mexicano Alejandro Gómez Monteverde y producida por Eduardo Verástegui, ha sido bien recibida por el público, obtuvo muy buena recaudación tanto en México como en Estados Unidos, aunque en rottentomatos la califican como rotten, es decir muy mala. Y es que está hecha para sacarle lágrimas hasta el más duro de corazón (cuando la vi en el cine por todas partes se escuchaban las lágrimas) muestra cómo se ven los gringos a sí mismos: un pueblo fuerte que sale de adversidades con la fe.
No quiero decir que no haya cine crítico norteamericano, o que no haya visiones pesimistas, pero mire, si comparamos con nuestras últimas películas taquilleras (La dictadura perfecta o Nosotros los nobles) entenderemos la diferencia y el punto a donde quiero llegar: a veces pareciera que no creemos en nosotros como país. Y es que esas ideas de echarle la culpa a otros, es tan pero tan común, que ya se acabaron esos otros; no nos queda claro que somos exactamente los mismos, vaya, los otros somos nosotros, no hay más.
Y a pesar de que veo con tristeza a maestros de la CNTE destruyendo y lacerando los estados precisamente más pobres, adolescentes que asesinan adolescentes, medios de comunicación linchando, y un largo etcétera, aún veo todos los días a personas que trabajan y sacan este país adelante. Perdonarán el ejemplo (que suena a autoelogio) pero mi padre es uno de ellos, aún hoy lunes que cumple 65 años de edad (lo que me sirve para desearle feliz cumpleaños) sigue levantándose a las 6:00 todos los días, para abrir una pequeña tienda de abarrotes en el fraccionamiento México y trabajar duro, hasta las 22:00, haciendo más por nuestro país. Y así estoy seguro que hay millones de mexicanos que diariamente hacemos nuestro trabajo y rechazamos las visiones pesimistas.
Confieso que no he leído a los clásicos que analizan al mexicano, por ello no sé qué digan en torno a de dónde podamos sacar la fuerza que necesitamos como nación para dar ese brinco que permita que seamos un país de primer mundo donde todos gocen de esos beneficios, máxime cuando tenemos muchos elementos para consolidarlo. Me remonto a la historia y veo cómo grandes pueblos sacan su fuerza de distintos factores: la férrea disciplina (japoneses y alemanes) su religión (España e Israel) la fe en la libertad (estadounidenses) y nosotros ¿Cuál será el factor que nos haga dar el brinco?