Leckwicz, Alemania. 25 de abril de 1945. Desobedeciendo sus órdenes, el teniente Albert Kotzebue, originario de Houston, Texas, decide establecer contacto con los rusos. En la lejanía, los estadounidenses divisan a un solitario y misterioso jinete. Tras seguirlo, se encuentran frente a frente con el centauro, quien se identifica como el soldado del Ejército Rojo Aitkalia Alibekov, oriundo de Kazajstán. Son las 11:30 am. Tras seis años de guerra, la Alemania nazi ha sido partida en dos.
Al día siguiente, en Moscú, Josef Stalin ordena que 324 cañones disparen 24 salvas. En Nueva York, la multitud baila y canta en Times Square. En Washington, el presidente Harry S. Truman anuncia el fin inminente de “Hitler y su gobierno gánster”.
Las escenas arriba narradas ocurrieron hace 14 lustros y son la introducción al presente artículo, el cual pretende explicar qué representó el encuentro, entre los estadounidenses y rusos, en el río Elba y cuál es su significado en el mundo contemporáneo.
El encontronazo previamente narrado había sido pronosticado en diferentes ocasiones. En 1790, el barón Grimm, agente ruso en París, escribía a su emperatriz, Catalina la Grande, que Rusia y los Estados Unidos se dividirían el mundo: “Rusia el lado oriental y la Unión Americana, habiéndose liberado en nuestro tiempo el lado occidental”.
Por su parte, el pensador francés Alexis de Tocqueville había vaticinado en su libro De la democracia en América (1835), que “actualmente hay dos grandes naciones en el mundo, las cuales han empezado de diferentes puntos, pero parecen tener el mismo fin… me refiero a los rusos y los estadounidenses. Su punto de partida es diferente y sus cursos no son los mismos, pero cada uno parece marcado por la voluntad del Cielo para determinar los destinos de la mitad del globo”.
Durante un tiempo, los Estados Unidos y Rusia parecieron gemelos: en 1861 el zar Alejandro II, siguiendo el ejemplo de Abraham Lincoln, emancipó a los siervos. Asimismo, ambas naciones se embarcaron en una vertiginosa expansión territorial: los rusos en el Asia Central y en el Lejano Oriente; los norteamericanos por la praderas del Medio Oeste hasta llegar a las costas del Pacífico y, además, despojando a México de la mitad de su territorio en 1847. Finalmente, en 1867 la Unión Americana adquirió Alaska de los rusos.
La ruptura ocurrió en 1917 cuando estalló la Revolución rusa, la cual, bajo el férreo mando de Lenin, devino en el primer Estado socialista del mundo. Los Estados Unidos, junto con otros países, enviaron tropas para aplastar a los bolcheviques, pero fracasaron en su intento. Fue hasta 1933 que se restablecieron relaciones diplomáticas.
A diferencia de Gran Bretaña y Francia, las cuales declararon la guerra a Alemania el 3 de septiembre de 1939 por un principio. Es decir, garantizar la integridad territorial de Polonia, tanto los Estados Unidos como la Rusia soviética entraron a la Segunda Guerra Mundial por ser el objeto de la agresión. En el caso del primero la agresión japonesa a la base naval de Pearl Harbor; en el caso del segundo, el ataque sorpresa de sus entonces aliados germanos, la famosa “Operación Barbarroja”.
Justo es decir que la guerra contra la Alemania nazi fue conducida por tres naciones: el Imperio británico, liderado por ese titán llamado Winston Churchill, quien aportó sus recursos naturales, su inteligencia estratégica y tecnología; los Estados Unidos, con su enorme potencial industrial; y, finalmente, la Rusia soviética, con sus vastas reservas humanas y quien, además, pagó un precio exorbitante por la victoria en batallas como Leningrado, Moscú, Stalingrado, Kursk, y Bagration.
Por lo tanto, cuando los estadounidenses y rusos se encontraron en las orillas del río Elba, la primera reacción fue de alegría: los soldados celebraron intercambiando comida -raciones enlatadas norteamericanas por pan negro moscovita y cebolla, todo ello acompañado por torrentes de vodka ruso.
Posteriormente, los estadounidenses se asombraron por el estilo militar ruso: “los soldados del Ejército Rojo no llevaban casco en combate y luchaban luciendo todas sus medallas. Además, su artillería y carros de provisiones eran tirados por caballos, lo cual contrastaba con la capacidad logística norteamericana, constituida por un parque vehicular dotado por Ford y GM. Pero la calidad de las pequeñas armas rusas era impresionante” (Dobbs, Six Months in 1945, Knopf, 2012, pp. 187).
Sin embargo, las diferencias afloraron: para la oficialidad estadounidense los rusos eran “los descendientes lineales de Gengis Kan”. Es decir, tropas de aspecto sucio y descuidado con “rasgos mongoloides”.
Por su parte, los rusos menospreciaban la experiencia en combate de sus aliados. Además, los comisarios políticos decían a la tropa del Ejército Rojo que los norteamericanos eran “siervos del dólar, vulgares, ignorantes y dotados de un alma de tendero”.
Cinco días después del histórico encuentro, el 30 de abril de 1945, Adolf Hitler y su amante, Eva Braun, se suicidaban. Horas después, la bandera de la hoz y el martillo ondeaba sobre Berlín. Terminaba así la contienda en Europa y comenzaba la Guerra Fría, en la cual los Estados Unidos y la Unión Soviética se disputarían la hegemonía mundial por espacio de cuatro décadas.
El germen de la actual hostilidad entre los Estados Unidos y la Federación rusa -alimentada por la guerra en Siria, la anexión de Crimea y la lucha en el este de Ucrania- puede explicarse, en parte, por los recuerdos de aquella reunión ocurrida en el corazón de la Alemania nazi.
Aide-Mémoire.- Lo ocurrido en Nepal es un desastre natural mayúsculo; lo acaecido en Baltimore es una vergüenza nacional.