Paco Guel Saldívar
Con motivo de la Feria Nacional de San Marcos, no se han hecho esperar las críticas de rigor a dos de sus atractivos sin los cuales nuestras fiestas no pueden concebirse: las corridas de toros y las peleas de gallos. Ya sea en su forma de ataques orquestados o como protestas aisladas, la polémica comienza a ser un elemento que, por trillado, causa hartazgo y enturbia el ambiente.
Por este motivo, no pretendo entrar en una defensa de la fiesta brava y la pelea de gallos en concreto, pues, además de ser cuestiones que prefiero dejar a los expertos, a veces responder a demandas sin fundamento es darles un inmerecido crédito. Antes bien, y ante el hecho irrefutable de que existe una organizada tendencia a la ofensiva contra las tradiciones en general, pretendo de manera muy sucinta romper una lanza en favor de éstas, por el hecho de ser tales, que resulta ser el mismo motivo por el que a algunos les interesa destruirlas.
Escribía Saint-Exupéry que sólo una filosofía del arraigo, al vincular al hombre a su familia, a su oficio y a su patria, lo protege contra el abismo del espacio; y que sólo la adhesión a unos ritos y tradiciones lo protege contra la erosión del tiempo. Hablaba el lionés de un perfeccionamiento del ser humano, individualmente considerado, pero además, las tradiciones fortalecen a los pueblos, en su conjunto. El apego a las tradiciones crea efectivamente un lazo entre los hombres, origina patrias fuertes, inquebrantables al saqueo moral y material; y son estos pueblos hondamente vinculados los que dan al mundo las personalidades más ricas y originales.
En efecto, no creo que escape al ojo atento la influencia que tienen sobre los grupos de presión antitradiciones (y por demás, sobre los opositores aislados), los paradigmas internacionales en boga, promovidos e incluso, si me permiten la palabra, impuestos, por países extranjeros a los que, por supuesto, no sólo les importa poco que los mexicanos seamos o no amantes de nuestra patria y nuestras tradiciones, sino que, de hecho, prefieren que no lo seamos.
El desarraigo procede de una especie de complejo ante el deslumbrante brillo que aparentan otras naciones y que nos transmiten las series y películas que vemos, que nos venden el lado más “rosa” de sus realidades, que nos muestran un modo de vida que parece desprovisto de penurias, de miserias y de ese lado hostil que toda vida que merezca la pena ser vivida, debe tener. Un complejo que tristemente algunos intelectuales, estudiantes y líderes mexicanos se han encargado de divulgar, tal vez a causa de alguna frustración o fracaso personal. Es inconcebible que un país que ha dado a Frida Kahlo, Octavio Paz o Sor Juana Inés, entre muchísimos otros, crea que tiene algo que envidiar del equipo de porristas o de las casitas con columpio en el “front yard”, que parecieran existir en cada rincón de otros países.
La supervivencia de un Estado sin injerencias extranjeras requiere, entre otros, de dos fundamentales elementos: amor a sus tradiciones y gobernantes que las defiendan frente al exterior. A este respecto, Gonzalo Santonja rescata, en su obra La justicia del rey, una pequeña anécdota de la que se extraen profundas conclusiones. Resulta que en 1567, el papa Pío V expidió una bula prohibiendo los espectáculos taurinos y determinando excomunión para los eclesiásticos que participasen en ellos, incluso como espectadores. Felipe II, rey de España en esa época, decidió ignorar dicha bula, consciente de la pasión de sus súbditos por la tauromaquia y hasta de sus sacerdotes, pues había incluso curas toreros en ese entonces, y nunca permitió que rigiera en España, por considerarla lesiva de sus tradiciones. Y así, dio un ejemplo de buen gobierno, enemigo de las injerencias de otros en cuestiones internas sobre las que nada saben y por tanto nada tienen que decir.
En ese mismo espíritu, y aprovechando las herramientas preventivas que nos proporciona el moderno Estado de Derecho, el gobernador de nuestro estado, ingeniero Carlos Lozano de la Torre, expidió en 2011 un decreto declarando la tauromaquia como Patrimonio Cultural Inmaterial de Aguascalientes, al tiempo que se comenzó a trabajar en el proyecto del ya inminente decreto que hace otro tanto por el Deporte de la Charrería y las Peleas de Gallos.
De esta manera, el gobierno de nuestro estado se compromete con la necesidad de arraigo de sus ciudadanos, una necesidad que Simone Weil en su obra Echar Raíces, define como la “más importante e ignorada del alma humana”. Una necesidad cuya defensa resulta hoy en día francamente extenuante si no contamos con el apoyo de nuestros poderes públicos. Pues en efecto, no ceder a las modas venidas de fuera y proclamadas por mediocres caudillos de dentro, comienza a ser una lucha en extremo tediosa y que nos tiene algo hartos a muchos.
@pacoguel