La lucha que no es de Aristegui / Política for dummies - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Un periodista se sienta en su mesa de madera color ocre, quizá también de ocre, toma sus hojas desordenadas y las intenta ordenar, son claves. La información está en la laptop. Primer corte: resumen. Segundo corte: casa. Tercer corte: reacciones de la casa. Cuarto corte: Críticas de la casa. Quinto corte: la casa en las redes sociales.

Termina de leer el guión del programa y mira a su productor que le hace algunas señas de aprobación, levanta su cabeza y las manos, como preguntándole al periodista si está seguro de lo que va a decir. El periodista agacha la cabeza, se pone los audífonos y se acerca el micrófono. Entra su colaborador y le termina de dar algunos papeles, antes de cerrar la puerta, mira al periodista y levanta el pulgar hacia arriba.

El periodista cierra los ojos y los abre, la hora: 6:55. A cinco minutos de entrar al aire. Algo pasa con la noticia de ese día, con la casa de ese día, con la investigación de ese día. Toma su celular, muy moderno, el último, manda un mensaje al dueño de la emisora: Hoy nos llueve. El dueño contesta: ¿¿¿??? Y mucho, sentencia el periodista.

Guarda su teléfono en su bolsa Dolce. Le hacen una seña del vidrio y le entregan su café, el más fino de la zona, con azúcar que no mata, pero endulza. Toma un sorbo y el reloj avanza lento: 6:57. Entra a la computadora y abre las redes sociales. Mil 437 menciones en el Twitter, eso tan solo en los últimos 60 minutos que no lo había checado. Recordó que es un personaje importante. Se ve famoso, se siente famoso, se apodera de su imagen, del micrófono y no le importa nada.

Entra al aire, dice el resumen entre los spots de un partido que no respeta las leyes y una amenaza de guerra mundial. Manda al primer corte comercial. El productor le hace una señal de miedo. Aparece el dueño del otro lado del cristal. Le pregunta de lejos. El periodista agacha la cabeza y escribe en una hoja carta: la presidencia.

El periodista da su programa como está acostumbrado, siguiendo el guión, un caso de corrupción, una casa muy cara, lujosa, gobernantes insensibles, adictos al poder y al dinero, comentarios acusatorios, investigación periodística, nombres y nombres, quizá se oculte alguno que otro. Nadie se hace responsable más que el periodista, el ego lo acompaña. Entra el dueño y le advierte: vivimos del gobierno, la publicidad. No pasa nada, replica.

Todos los medios sacan su nota en diferentes momentos y horas, él lee con una sonrisa en el rostro, manda mensajes a sus colaboradores: felicidades, son el mejor equipo. Le renuevan el contrato, todo parece miel sobre hojuelas, semanas después lo corren. Denuncia una conspiración planeada desde el Gobierno Federal, orquestada bajo amenazas hacia los dueños de la emisora y que surgió por unas heridas causadas por una casa. El mundo lo ve, lo hace su víctima, su nota, su bandera, su trending topic, su nota internacional de censura, es una estrella, todos los medios lo quieren con él. Nadie dispuesto a pagar el millón doscientos que cobra, pero todos lo defienden, todos claman su inocencia. Nunca tuvo más atención un periodista que él, eso era lo que soñaba.

Descubre que no es un periodista cualquiera, que su sueldo lo gana el .1% de los periodistas en México, que la investigación de la casa sólo la pudo lograr él con el presupuesto que la emisora le tenía destinado, que un periodista cualquiera no puede tener acceso y tiempo a investigaciones de gran nivel, por la simple y sencilla razón de que la nota del día tiene que salir desde el basurero municipal más pedorro del estado, porque si no, no hay para comer.

Luego el periodista entra en razón, sabe que su despido no es necesariamente un acto de censura, sino un conflicto de intereses. El gobierno pudo pedirle al dueño su cabeza, sí, pero la empresa decidirá qué es lo que más le conviene. Muchos periodistas entenderán que a veces la supervivencia del medio o el darle de comer hasta el más humilde portero es prioridad, no la nota en sí.


El periodista tendrá otro espacio, sin duda, su credibilidad y popularidad estará por los cielos. En cualquier medio se volverá a sentar, a preparar sus notas, sus investigaciones y golpear de nuevo. Pero quizá con una lección más, convirtió la batalla de la libertad de expresión en su batalla, dejó de ser periodista, de ser medio, para ser nota, para ser noticia. No entendió que la batalla por la libertad de expresión no es suya, es la de todos los ciudadanos, a él lo vetaron de un medio, a otros los vetaron de su familia, del aire y de escribir, a unos más les robaron el aliento, los mataron o los dejaron con miedo. La lucha por la libertad de expresión es una lucha de todos, no de Aristegui.

 


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