Todos tenemos nuestra propia imagen de Francisco I. Madero. Para muchos fue el apóstol de la Revolución Mexicana y su primer gran líder. Para otros fue un revolucionario importante pero imperfecto, el balance de su reputación hecho positivo por su martirio. Aún otros lo imaginan como fue caracterizado en la película ¡Viva Zapata!, un presidente patético, bien intencionado pero muy inefectivo, una mera sombra en comparación con el Caudillo del Sur, interpretado por Marlon Brando. Incluso hay los que lo desestiman como un loco.
Sin necesariamente saberlo, los que se encuentran en el último campo pertenecen a una larga tradición de críticos, que data desde su breve mandato, 1911-1913. El entonces embajador de los Estados Unidos, Henry Lane Wilson, calificó famosamente a Madero como “un lunático”, una opinión con que varios de los conspiradores contra el presidente, incluyendo su general de imprudente confianza, Victoriano Huerta, sin duda acordaron.
Para ellos, la raíz de su “locura” fue su devoción -escondido bajo seudónimos, pero bien sabido entre su círculo- al espiritismo. Desde su estancia en Francia en los 1890, donde hablar con los espíritus fue muy en vogue, Madero se fascinó por el esoterismo, el mesmerismo, la reencarnación y las sesiones en que los participantes esperaron recibir mensajes de los muertos. Armó una de las mayores bibliotecas de esotérica en las Américas. Devoró los escritos de gurús, desde Emanuel Swedenborg hasta Madame Blavatsky, cuyos hilos conductores incluyeron la fe en la perfectibilidad humana y la creencia de vida en Marte y Saturno.
El historiador Paul Vanderwood solía decir que no importa que uno, como escritor, no creyera en Dios o lo sobrenatural, lo importante es que uno tome en serio el hecho de que otros sí han creído. Tal comprensión es uno de los varios aciertos del libro de C.M. Mayo, Odisea metafísica hacia la Revolución Mexicana. Francisco I. Madero y su libro secreto, Manual espirita (Literal Publishing).
Con una prosa conversacional y cautivadora, Mayo narra dos odiseas. Una es la de Madero, un empresario de enorme talento emprendedor que poco a poco -y con el impulso de varias voces de la ultratumba- se convence que había nacido en esta tierra para liberar a México del apretón de Porfirio Díaz. La otra es de la autora, que por una serie de casualidades se encuentra seducida por la vida psicológica de este héroe nacional.
Mayo no es la primera en explorar el tema. Ya tenemos el breve tomo ilustrado Francisco I. Madero. Místico de la libertad de Enrique Krauze, más uno u otro estudio académico. Pero lo que ofrece Mayo es una entretenida exploración para el lector general, no sólo de la trayectoria espiritual de Madero, sino también del entorno esotérico que lo influyó. Por eso abundan sabrosas anécdotas sobre los sabios, charlatanes y santos folklóricos sobresalientes del Belle Époque y del porfiriato.
Hay por ejemplo el francés Allan Kardec (verdadero nombre: Hippolyte Rivail), fundador del espiritismo, conversador con un sinfín de voces incorpóreas e inspirador principal de Madero. El Niño Fidencio, curador norteño cultivado por un aristocrático alemán (se nota que los gurús mexicanos a menudo ostentaron una bendición europea), cuya popularidad alcanza su apogeo años después, cuando le visita el presidente Calles en búsqueda de tratamiento para una enfermedad epidérmica.
Además, Mayo incluye una transcripción (y en la versión en inglés del libro, una inédita traducción) del manifiesto espiritista que Madero escribió. Lo más llamativo de su Manual espirita no es su contenido -que se puede resumir con la fórmula: Catolicismo – Cristo + espíritus parlanchines-, sino el hecho de que lo produjo en el transcurso de 1910, mientras planeaba su rebelión.
He aquí la tesis central de Mayo: es imposible entender a Madero revolucionario sin entender a Madero espiritista. Desde una sesión que presenció de estudiante, cuando una voz le dijo que en algún día sería presidente, sus aspiraciones y decisiones fueron fomentados una y otra vez por lo que percibió de espíritus. Todos lo animaron en su misión libertadora: la voz de un hermano menor que había muerto en la infancia, un tal José (posiblemente José María Morelos) y otro tal B.J. Deduce Mayo: Benito Juárez.
¿Con mentores tan sabios, cómo llegó Madero a fracasar como presidente? Implícita en la narración de Mayo es lo que otros han hecho explícito: la enorme ingenuidad da Madero y su creencia espiritista en la bondad básica del hombre, hasta de Huerta. Pero Mayo no lo juzga, y por lo tanto cumple bien el oficio de la historiadora: explicar el pasado, un país extranjero, donde los habitantes se comportan de manera diferente.
@APaxman
Historiador, CIDE Región Centro