Alvin Lee terminó su presentación en el Festival de Woodstock con su grupo Ten Years After, recuerdo verlo en el vídeo, se quitó su guitarra, o posiblemente la colocó en su espalda, la verdad no lo recuerdo bien, tomó del piso una enorme sandía y con ella bajo el brazo salió del escenario. Esto no era cualquier cosa, créemelo, menos cuando apenas eres un adolescente y no tienes una idea muy clara de las cosas.
Yo vi esta película documental, no sé, a principios de los años 80, era sólo un adolescente que de acuerdo a su edad, se dejaba impresionar por mucha cosas, me impresionó Woodstock, me impresionó Ten Years After, me impresionó, claro, Alvin Lee. Cuando empiezas a acumular años, y consecuentemente experiencia, vas desechando muchas cosas, incluso sueles de repente preguntarte cómo es que aquello que a tus 15 años te sacudió tan violentamente, si lo ves a la luz de muy entrados los 20, aquello ha perdido su encanto. Sin embargo, hay cosa que se quedan para siempre, de hecho, con el pasar de los años, eso que te sacudió en la adolescencia, puede, en función de ciertas circunstancias, llegar a consolidarse y convertirse en patrimonio cultural de nuestras vidas. Una de esas cosas, al menos para quien esto escribe, es el rock, si el rock es la a banda sonora de mi vida y es incuestionablemente patrimonio cultural de mi existencia de poco más de medio siglo. Hoy, después de, no sé, 35 años de haber visto a Alvin Lee alejarse del escenario cargando su enorme sandía, me impresiona aún más, a la luz, quizás insípida a pesar de los años, de la experiencia de vida entiendo mejor el blues de aquel joven inglés, me siento ahora más sensible a su propuesta musical. Sí, estimado amigo que ocupas un lugar en la mesa en donde se sirve este banquete, el rock llegó para quedarse, ya sabes, “rock & roll is here to stay, he crecido con él, he madurado con él, incluso, por qué no decirlo, he envejecido con él. Lo que escuchaba a los 15 o 16 años, me sigue gustando. Pienso en la desgracia que deben padecer los que en su mocedad enloquecían con Menudo, los Chamos o Timbiriche, entregaron su adolescencia, su primera juventud a grupitos con fecha de caducidad, a vendedores de ilusiones baratas, entregaron la gracia de la espontaneidad propia de la adolescencia a mercaderes expertos en arrancar suspiros a bobas quinceañeras con calcetas y faldas tableadas que ingenuamente llegaron a creer que serían eternamente jóvenes. ¿Quién daría ahora un devaluado peso, es más, quién daría cincuenta centavos por volver a escuchar a Menudo? La verdad, hasta me da risa, y perdón por si hago sentir mal a alguien, pero no me dejarás mentir, así son las cosas. En cambio con la buena música, no hablo sólo de Alvin Lee y Ten Years After, sino de todo el inmenso panorama que nos ofrece la buena música, ésta se queda para siempre, está ahí porque, como los buenos vinos, el tiempo la hace mejores. Led Zeppelin, Deep Purple, Black Sabbath, Pink Floyd, claro, Ten Years After, adquieren mayor importancia con el implacable paso del tiempo, se erigen como verdaderos monumentos, auténticos santuarios de la música, simplemente porque el tiempo no los ha sepultado, al contrario, han permanecido de generación en generación y seguramente las hazañas de Alvin Lee, como las de otras leyendas se seguirán contando a las nuevas generaciones para que estas puedan entender parte del inmenso contexto cultural que nos ha tocado vivir. Si, estimado comensal a este banquete, tú sabes, el rock llegó para quedarse.
Pero originalmente el asunto era compartir contigo mi reconocimiento y admiración por Alvin Lee, y mira que rumbo he tomado en la entrega de este banquete. Sin embargo, más allá de dar datos e información biográfica, que si bien es interesante, yo prefiero compartir contigo mi experiencia personal de Alvin Lee y su grupo Ten Years After, y es que la música es importante y trascendente por la capacidad que tiene de transformar nuestras vidas y de qué manera impacta en nuestra experiencia personal. Bien, pues para tu servidor, Alvin Lee, desde su trinchera que es Ten Years After, ha dado al blues una interpretación muy personal, no es imitar ni hacer lo mismo que otros han hecho mil veces antes, su concepción del blues lleva, claro, un sello personal. Si lo escuchamos tocar es él, imposible confundirlo, justo ahora estoy escuchando uno de mis blues favoritos, “Spider in my web” del monumental disco “Undead”, por Dios, qué manjar. Al escuchar a Alvin Lee es fácil entender que el blues es algo más que una secuencia rítmica de doce compases sobre los cuales se construye un sólido edificio de improvisaciones con el órgano hammond, la guitarra o la armónica. Ni siquiera basta decir que lo importante en el blues es cantar con convicción inquebrantable. Sí, de acuerdo, todo eso es el blues desde una perspectiva estructural, pero el asunto va más allá de esas reglas no escritas que nos dicen cómo debe de ser el blues.
Alvin Lee murió el 6 de marzo de 2013 en su casa en Marbella, España a los 68 años de edad víctima de una complicación después de una cirugía aparentemente sencilla. Él es de esos músicos como Jeff Beck, Eric Clapton, Stevie Ray Vaughan, Peter Greene o John Mayall, que aun siendo blancos, tocan el blues desde del corazón.