La mayor parte de mis autores favoritos los conocí por alguna extraña casualidad: un libro abandonado en un rincón, una venta de ejemplares descontinuados, una portada enigmática en medio de montones de otras portadas. Pero ha habido algunos que conocí por recomendación de amigos (toma, léete esto, seguro te va a gustar) y uno que otro, muy pocos, que me llegaron como tarea de escuela y, pese a la resistencia inicial de leer por obligación, se quedaron entre mis consentidos. Ese fue el caso de Amparo Dávila. Cuando la maestra nos dijo que teníamos que buscar a ver en dónde el cuento “Alta cocina” y leerlo para la siguiente clase. Les estoy hablando de un tiempo anterior a google, por lo que la solución más fácil hoy en día (buscarlo en la red) no estaba a mi alcance. Estaba lista para incursionar en la biblioteca de mi preparatoria (que, les he de confesar, me daba una flojera tremebunda, por motivos que no vienen a cuento en esta ocasión) cuando una de las chavas aplicadas del salón avisó que ya lo había conseguido y que podía sacarnos copias del cuento a todos los que quisiéramos. La idea no me hacía muy feliz: la perspectiva de deberle un favor a esa chavita, que tenía la afición de no dejar que uno olvidara nunca los favores recibidos, era casi tan repelente como la perspectiva de acercarme a hablar con ella: tenía un aliento horrendo. Ahora pienso que quizá estaba enferma del hígado o guardaba un zorrillo muerto entre sus amígdalas. A saber. En todo caso, quedaban dos días para la siguiente clase de literatura, así que no había muchas otras opciones. Me acerqué, le ofrecí una pastilla de miel con eucalipto que rechazó (argh), contuve la respiración y pagué las copias y, al final del día de clases, esperé que llegara con las hojas.
Comencé a leer el cuento resignada, esperando una de esas historias típicas de señoras bien que preparan algo y que, a cambio, reciben la admiración y envidia de sus amigas o la ingratitud de sus hijos. Pero, para mi sorpresa, el cuento era inquietante y enigmático. Lo releí un par de veces antes de irme a casa y, en la noche, me tuve que levantar de la cama para leerlo otra vez. La historia me daba vueltas en la cabeza sin parar, y, en la mañana, tenía una resolución: debía hablar de nuevo con MalAliento (ay) y pedirle copias de todo el libro.
Después de rechazar nuevamente una pastilla, ahora de menta fresca, MalAliento me dijo que el libro lo había sacado de la biblioteca y que ya lo había devuelto. De hecho, ya había hecho su reporte de lectura del cuento que, según me dijo, le parecía aburrido. Es que no me interesa la cocina, dijo (ni hablar, hay gente que nomás no se lleva con la imaginación, pobre). Así que fui a la biblioteca y por primera vez en mi vida saqué un libro (el trámite es un poco más largo de lo que pongo en estas líneas, pero lo importante no es la burocracia universitaria). El libro, Tiempo destrozado, era una edición de 1959, y se convirtió en uno de mis favoritos. Con el paso de los años, pude hacerme de los otros dos libros de cuentos de la autora, Música concreta y Árboles petrificados, y en la era del google me enteré de que la autora había sido secretaria de Alfonso Reyes y esposa del pintor Pedro Coronel. Eso no me importa: nunca me ha parecido justo que consideremos que una mujer es importante por la relación que ha tenido con hombres importantes (de hecho, nunca me ha parecido que la importancia de nadie, hombre o mujer, radique en sus relaciones, sean del género que sean); pero me sirvió para ubicarla en el tiempo y el espacio. Más importante: me enteré de que, a diferencia de casi todos los autores que vimos en las clases de literatura de la prepa, doña Amparo aún vivía.
Corrijo: Amparo Dávila aún vive. El viernes pasado participó en el lanzamiento de un concurso de cuento fantástico que lleva su nombre y habló, lúcida y vehemente, acerca de su respeto al género cuentístico. Yo tuve la ocasión de estar ahí, ahora sí, por azares gratos de la vida. Y me emocioné mucho de verla y escucharla. Como fan, por fin le pude agradecer en persona sus letras.
Buenas noticias: hace no tanto, el Fondo de Cultura Económica publicó los Cuentos reunidos de Amparo Dávila, así que, si ustedes no la han leído, no tendrán que acudir a pedirle el favor a una chamaquita soberbia y con mal aliento. Estoy segura de que los y las adolescentes en casa lo disfrutarán tanto como los adultos (o quizá más, porque suelen tener menos prejuicios ante lo fantástico), así que, de verdad, háganse un favor y consíganlo.
Y otra buena noticia: el Premio de Cuento Fantástico Amparo Dávila está dirigido a personas de todas las edades que tengan máximo un libro publicado, es decir, está especialmente dirigido a los autores noveles. Si el horror, la fantasía, lo raro, es lo de ustedes, corran a leer las bases en http://www.premioamparodavila.com/