Jonathan Rose en su libro La vida intelectual de las clases trabajadoras inglesas (Yale University Press, 2000) muestra a un proletariado inglés de los siglos XIX y XX poseedor de un vigoroso y poco convencional entusiasmo por la búsqueda del conocimiento. La documentación referida asombrosamente muestra que mineros y trabajadores de ambos sexos acostumbraban, aun después de extensas y agotadoras jornadas de trabajo, leer clásicos como Das Kapital de Karl Marx, Jane Eyre de Charlotte Brontë, Tarzán de los Monos de Edgar Rice Burroughs, y obras de Wells, Dickens y Homero; es decir, se trataba de una clase trabajadora interesada y creativa, dispuesta a educarse por sí misma, a enriquecer su vida y a progresar a su manera a través del descubrimiento y la exploración (por supuesto que en aquellas épocas no había televisión que pudiera evitarlo).
Esto representa cabalmente al espíritu ilustrado que motiva a cualquier persona –sin importar su sexo, condición, escolaridad o clase social– a buscar respuestas a las múltiples interrogantes que plantea la vida a través de una autoeducación que motive la independencia, la dignidad y la integridad, la exploración de alternativas, el cuestionamiento de ortodoxias, la revisión de las riquezas del pasado para su aprovechamiento en el presente, la conciencia ética y la búsqueda del bienestar común. Ya desde finales del siglo XVIII, el filósofo francés Jean Antoine Condorcet había estipulado que los objetivos de la instrucción pública no debían ser otros que: “ofrecer a todos los individuos de la especie humana los medios de proveer a sus necesidades, de asegurar su bienestar, de conocer y ejercer sus derechos, de entender y cumplir sus deberes; asegurar a cada uno de ellos la facilidad de perfeccionar su industria, de capacitarse para las funciones sociales a las cuales tiene derecho a ser llamado, de desarrollar en toda su extensión los talentos que ha recibido de la naturaleza, y de este modo establecer entre los ciudadanos una igualdad de hecho, y hacer real la igualdad política reconocida por la ley: tal debe ser el primer objetivo de una instrucción nacional y, desde este punto de vista, constituye para el poder público un deber de justicia”.
Empapados en los episodios y en los escritos de filósofos y pensadores de la Revolución Francesa, los estudiantes que participaron en el primer movimiento estudiantil antirreeleccionista de México en la primavera de 1892, reprobaban la conducta despótica del gobierno porfirista, el cual, en palabras de Ricardo Flores Magón: “forzaba a seres humanos embrutecidos por la ignorancia, el duro trabajar y la miseria” a someterse cual “bestias cansadas sobre cuyos lomos restalla el sol su fusta de lumbre” a las ruines disposiciones autocráticas y antisociales.
Así fue que desde los albores de la Revolución Industrial y hasta nuestros días, el “nuevo espíritu de la era” o la doctrina que ensalza el “obtener riqueza olvidándose de todo, menos de uno mismo”, se ha dedicado a través de las grandes industrias capitalistas o “fábricas de deseos”, a inculcar una cultura no educativa, sino de consumo, egoísta, desbordante e irreflexiva. Esta cultura –que en rigor es anticultura– fue reforzada después de la década de los sesenta por los gobiernos neoliberales que buscaron infundir una educación que enseñara a acatar órdenes ciegamente, a respetar el orden establecido, a aceptar las estructuras sin cuestionar y a ocuparse por el yo antes que por el bienestar común. Dicho adoctrinamiento que formatea a la gente hacia la obediencia y a la realización de sus funciones sin molestar los sistemas autoritarios se ha visto respaldado por medios de comunicación que contribuyen a la enajenación del pueblo a través de la distorsión de la realidad y la distracción de lo que es verdaderamente importante.
Muestra de esta estructuración de la educación son los exámenes nacionales para estudiantes y profesores que según Noam Chomsky carecen de sentido si se toman como fines en sí mismos y no únicamente como medios para mejorar la educación. El fin de ésta debe ser lograr un sistema cultural y educativo activo enfocado en la estimulación de la exploración creativa con independencia de pensamiento, con disposición a cruzar fronteras para desafiar las creencias aceptadas, y donde no importe qué abarque el curso, sino qué se descubra en él.
De tal manera que en México, a falta de gobiernos e instituciones coherentes y eficientes que satisfagan las necesidades educativas fundamentales de la sociedad, el ciudadano común debe reconocer que sólo la reeducación puede transformar a nuestra nación y salvar a nuestro pueblo de la ignominiosa voracidad de los poderes fácticos. Una vez consciente de ello, el ciudadano organizado estará en posibilidad de promover desde sus hogares, y posteriormente de exigir a los gobiernos, una educación integral e ilustrada que impulse el desarrollo autónomo del ser humano, que fomente el amor al saber como un hábito de vida, que nos libere de manipulaciones mediáticas promovidas por intereses económicos y políticos, y que multiplique las posibilidades democráticas y de justicia social. Yace en esto la verdadera esencia de un cambio nacional.