Un maestro debe tener la máxima autoridad y el mínimo poder
Thomas Szasz
Es preocupante lo común que se ha vuelto la corrupción en la clase política, misma que parece extenderse por todo el país y de la que no escapa ningún partido político; también vemos con impotencia el crecimiento de una violencia que estalla en los espacios más diversos y que está llenando de dolor y crispación a toda la sociedad; y por si fuera poco, cada vez son más frecuentes los actos de irreverencia en contra de instituciones que tradicionalmente eran respetadas, la familia y la escuela.
Algunos expertos lo atribuyen a la nueva forma de ver la vida del hombre posmoderno, que se quitó el corsé de obediencias ciegas y dogmatismos, en aras de una ansiada libertad que no parece haber llegado todavía; en cambio otros atribuyen este fenómeno a algo mucho más simple y concreto, la total ausencia de autoridad.
Etimológicamente, la palabra autoridad procede del latín auctoritas, cuya raíz es augere que significa: hacer crecer, aumentar o promover. Y si atendemos al verdadero significado de esta palabra, no nos queda más remedio que aceptar que efectivamente esta sociedad postmoderna necesita con urgencia liderazgos fuertes que tengan autoridad.
Autoridad es un concepto que nació en Roma, completamente opuesto al concepto de poder, ya que éste implicaba la imposición de algo por medio de la fuerza, en cambio la autoridad era un valor que poseía una persona, ganado a base de ser excelente en todos los aspectos de su vida y que provocaba el respeto del otro. Se podía tener mucho poder respaldado por cuestiones normativas o legales, pero eso no significaba necesariamente que tuviera autoridad y por tanto respeto.
Si estos conceptos se aplican a la familia o a la escuela, cobran un mayor significado puesto que los padres o profesores no necesitan poder, pero es imprescindible que tengan mucha autoridad y todo el respeto que de ella emana, para poder ayudar a crecer y progresar a los niños. Y si estos mismos conceptos se aplican a cualquier gobierno, la fórmula sería la misma, teniendo autoridad, no necesitan ejercer el poder con el que la ley los ha investido.
Si en la familia los padres carecen de autoridad porque su comportamiento no es ejemplar y sus convicciones son negociables, dependiendo del estado de ánimo o de las circunstancias, no es de extrañar que los hijos busquen líderes fuera de casa, que no siempre serán la mejor influencia para ellos.
Lo mismo ocurre en la escuela, si el docente no cuenta con la suficiente autoridad para ser respetado, el chico más fuerte tomará su lugar y ejercerá su poder en el salón, en el patio de recreo o a la salida de la escuela, con todas las manifestaciones de acoso y violencia que cada vez son más frecuentes. Una violencia que pretende ser controlada, sin lograrlo, bien sea aplicando las reglas de la escuela o bien instrumentando proyectos que no consideran el aspecto de la autoridad, tanto en la familia como en la institución educativa.
Resulta interesante y digno de análisis el hecho de que en una misma escuela haya alumnos que son obedientes y respetuosos con unos maestros y rebeldes y conflictivos con otros. Cuando se les pregunta por qué algunos de sus profesores son considerados los mejores, las respuestas coinciden: son los que más saben, congruentes entre lo que dicen y hacen, cumplen las normas, buenas personas, inspiradores, respetuosos y muy exigentes. El docente tendrá autoridad si ayuda a crecer a sus alumnos, además de crecer él mismo como persona y como profesional.
La autoridad no se puede ejercer si el que la recibe no lo considera como una influencia positiva en su vida, entonces aquél tendrá que recurrir al ejercicio del poder para someterlo por la fuerza. Así que no nos debe extrañar que, en las aulas donde el autoritarismo se ha vuelto una conducta cotidiana, el profesor no tenga la suficiente autoridad y si eso se extiende a toda la institución, hay que revisar si los directivos tampoco cuentan con ella. La verdad es que la crisis por la que atraviesa una institución tan importante como la escuela no es otra cosa que una crisis de autoridad.
La escuela necesita recuperar el prestigio que tradicionalmente le acompañaba porque su misión es muy importante. Todos los que directa o indirectamente se relacionan con ella deben cumplir con la parte que les corresponde. Los políticos tienen que gestionar los recursos necesarios para proporcionar espacios y equipamientos dignos. Los centros formadores de docentes están obligados a impartir una educación de calidad a los futuros maestros. Los maestros por su parte tienen la responsabilidad de prepararse más cada día. Los padres de familia también tienen que recuperar su autoridad y de paso colaborar con la escuela.
Es apremiante que los directivos de la institución, al igual que los profesores vuelvan a ser un referente para alumnos, padres de familia y toda la sociedad. Urge que la escuela recupere su autoridad moral y la dignidad que nunca debió perder y se convierta en un espacio libre de violencia y autoritarismos. Como bien dice Stephen Covey: “La brújula es una excelente metáfora física de los principios porque siempre señala el norte. La clave para mantener una elevada autoridad moral es seguir continuamente unos principios de ‘verdadero norte’”.
@petrallamas
En mi opinión, considero que argumentar que la crisis por la que pasan las instituciones, en este caso la crisis de la institución escolar, es una simple crisis de autoridad o falta de ésta es un reduccionismo que no toma en cuenta diversos factores culturales, sociales y políticos del país, como lo son el sistema educativo poco eficiente y la falta de respuestas de la institución escolar ante un entorno cada vez más difícil para las nuevas generaciones. La crisis de las instituciones lo es de esta manera debido a que las mismas instituciones, como aparatos ideológicos de Estado, han ido de la mano de las falacias de los gobernantes y su corrupción, sublimando los efectos negativos de las decisiones políticas, tratando de construir la opinión pública que el pueblo ya no cree. Las instituciones se han alejado de la sociedad civil. Es un tema más complejo que una simple crisis de autoridad, o e todo caso, una crisis de autoridad no es algo simple.