Superación personal: de sofismas y perversiones / Disenso - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Alguna vez en mi vida asistí a algún curso de “superación personal”. Lo primero que me tomó por sorpresa fue cierta historia sobre espermatozoides y cómo aparentemente todos los presentes proveníamos del “mejor” de entre más de cuatrocientos mil gametos masculinos que libraron una especie de tour de France en el útero materno. De esta pintoresca narración el conferenciante concluyó dos cosas: que cada uno de los presentes era único y ganador al ser el espermatozoide que llegó primero al útero, el más “capaz” de los cientos de miles de “concursantes”, el que les había permitido la vida. Poco después arengó a los presentes para que gritaran a los cuatro vientos su particularidad. No negaré lo curioso que resultó ver a cientos de personas gritando -al unísono- “¡soy único!”. Tan único como cualquiera, pensaba yo: ser único es muy abundante.

Muchos podrán considerarme exagerado al tratar de desentrañar este falaz cuentito de los espermatozoides, pero creo que aquí radica la primera perversión de lo que se conoce de manera general como “superación personal”, se hace uso de narraciones hiperbólicas y absurdas y, al ser éstas cuestionadas, muchas de ellas se llevan al terreno de la metáfora para quedar impunes. El problema es que muchos de estos cuentos ni de lejos son presentados como metáfora u opinión. Por el contrario, son mostrados como “secretos”, “verdades ancestrales”, “conocimientos profundos” y cosas por el estilo.

La primera gran falla de dicha historia es subestimar la tómbola cromosómica que se llevará a cabo del encuentro entre el gameto masculino y el femenino, es más, en la historia parece ignorarse por completo la aportación femenina: somos lo que nos heredó nuestro padre vía su esperma. ¿Eso es en verdad una construcción honorable del yo? ¿Soy un ganador porque estoy vivo? ¿He librado ya la “batalla más importante”? El fenómeno por supuesto no se reduce a esto. Lo verdaderamente grave, pienso yo, está en buscar nuestra valía más allá de nuestras propias acciones. Encontrar nuestra dignidad personal en la cópula de nuestros padres equivale a ser nacionalistas por el mero accidente geográfico. Pondero que estas visiones del ser humano más que ensalzarlo terminan empobreciendo nuestra realidad, la concepción de la biología, del devenir de la vida en general.

Más tarde en mi adolescencia descubrí los libros de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Og Mandino, Coehlo y demás charlatanes: infumables fárragos que dibujan una paupérrima versión humana. Los personajes -siempre unidimensionales- se enfrentan a vertiginosos descensos en sus vidas, sucede sin embargo que un personaje aparece con un “mensaje” y, al ser éste aceptado por los infortunados protagonistas, todo en su vida cambia y mejora. ¿De verdad así de simplona es la realidad humana? ¿Hay un solo camino para vivir felices? ¿Sólo aquél que abrace esos valores puede encontrar armonía en su vida? Ojalá el mundo fuera tan sencillo. Si hubiera una receta para vivir en paz y armonía así de unívoca yo sería un feliz predicador de ella.

Vino finalmente a mí la noticia de El secreto: de pronto se pusieron de moda frases como “el universo conspira a tu favor si realmente lo deseas”, “yo decreto mi propio éxito” y cosas por el estilo. Alguna vez lo intenté: revisé el famoso libro, pero no pude avanzar mucho, según la autora la “inteligencia cósmica” no sabe procesar un “no” (¡vaya inteligencia ésta, yo he tenido mascotas que entienden un “no”!) de tal manera que si yo pienso “ojala no repruebe el examen”, el universo “entenderá”: “ojalá repruebe el examen”. No pienso ahondar en esto. Me parece grosero que se pretenda tomarle el pelo así a quienes hacen el favor de leer un libro.

Que el secreto del éxito esté en desear las cosas es una falacia que, más allá de la olímpica idiocia, debiera ser censurada por el clasismo que entraña: sucede que los diez mil niños de hambre que mueren todos los días solamente en el África subsahariana pudieran subsistir si realmente desearan hacerlo, si decretaran su propia supervivencia.

Es claro que quienes tienen tiempo de asistir a esos cursos, de leer esos libros, de ver películas al respecto son de hecho afortunados: los que tienen que jugarse la vida por su comida diaria no pueden aspirar a esas “maravillosas” instrucciones.

La llamada “superación personal” es perversa porque presenta una dimensión humana terriblemente empobrecida, que puede dividirse entre los que aceptaron ciertos valores y los que decidieron para sí mismos la más lúgubre decadencia; entre los que dejaron que el universo conspirara en su favor y los que no supieron decretar su propia dicha; entre los perdedores que no vivieron y los ganadores que lo son por mérito del esperma paterno.

La realidad es mucho más compleja que eso. Es más atroz en algunos sentidos, pero más bella en muchos otros. No es -válgame el lugar común- un blanco y negro ni hay recetas mágicas para desentrañar su significado. Creo que un ejercicio sano, más que buscar la superación, es buscar la comprensión de lo humano. Tal vez eso mismo nos llevaría a ser mejores de alguna manera. Me escandalizan las fantasías que caricaturizan nuestra realidad basadas en falacias y descaradas mentiras o en inocentes y clasistas fantasías que ciegan nuestra comprensión del complejo -bello y atroz- fenómeno que somos.


 


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