El combate a la corrupción es nuestro eterno y perpetuo problema, desde hace varios años que la cuestión se aborda no sólo desde la sociedad civil, sino que es un tema permanente de todo gobierno, ya Miguel de la Madrid y su renovación moral o la alternancia política en México (Vicente Fox y Felipe Calderón) que basaron sus campañas y el cambio de régimen precisamente en la idea de combate a la corrupción. Y sin embargo tal vez uno de los golpes más fuertes a la percepción ciudadana de la corrupción es precisamente que la alternancia no logró erradicar el flagelo, como ha expuesto de forma muy interesante Luis Carlos Ugalde en su reciente artículo de Nexos: ¿Por qué más democracia significa más corrupción?
Hoy en día existen dos grandes proyectos de combate a la corrupción, de un lado la iniciativa del PAN y la recientemente publicada por el presidente Enrique Peña Nieto, que más que acciones legislativas propone acciones ejecutivas, es decir, no deberán de esperar un proceso parlamentario, sino que entrarán en vigor inmediatamente; se ha anunciado además que estos cambios administrativos tendrán la asesoría de la OCDE. En ambos casos privan propuestas de suyo añejas y que sin lugar a dudas vienen a mejorar los mecanismos legales de rendición de cuentas. En ambos casos queda claro que tienen aristas, son criticables y perfectibles.
Y sin embargo pareciera que el pueblo no recibe con el ímpetu que se esperaba las propuestas. Ciertamente hay desánimo en los ciudadanos con respecto a este tema, pero me parece que la desesperanza está enfocado en la forma en que se percibe el problema: como si el gobierno fuera la única clave o solución para un lastre que nace en todos los ámbitos del Estado, tanto la población como el régimen. Y no significa esto postrar el problema y bajar la responsabilidad de la autoridad, sólo que creo que mientras no se aborde como un todo, cualquier iniciativa o intento quedará sin efectos mayores.
Los ciudadanos parece que sentimos que no formamos parte; por ejemplo, pensemos en las preguntas que hace Transparencia Internacional para llevar a cabo su famoso índice, todos los reactivos están enfocados a saber qué tan corrupto considera el pueblo a sus autoridades, en ningún momento enfrentan al residente a valorarse a sí mismo como parte del problema.
Esto sucede de igual forma en el caso del cine, las películas que abordan la corrupción están siempre enfocadas a la parte gubernamental, sólo citando a las mexicanas, Calzonzin inspector (1974), La ley de Herodes (1999), El infierno (2010), o La dictadura perfecta (2014). Creo que lo más cercano a una crítica a la ciudadanía es la divertidísima película de política ficción México 2000 (1983) de la gran mancuerna de comediantes Héctor Lechuga y Chucho Salinas. Esta sátira muestra un México del futuro que vive en la perfección: no hay corrupción, todos hablan varios idiomas y somos potencia mundial de tal forma que los gringos vienen de espaldas mojadas. Aunque la crítica es férrea al sistema de los ochentas (referencias divertidas como el lema de campaña “arriba y adelante”) también existe una clara participación del ciudadano cuando en varias de las situaciones se hace énfasis en la civilidad (hay filas ordenadas de autos para dejar a los hijos en la escuela) y el compromiso para evitar situaciones de corrupción. Obviamente mordaz como es Lechuga la película no podría terminar sin que apareciera una mordida, pero la cinta es de esas joyas poco conocidas y me parece que además es ejemplo de que existía apertura para la crítica en los ochentas.
Y es a esto a lo que me refiero cuando tenemos que tener claro que el combate a la corrupción es desde dos ángulos, como dice Rodolfo Vázquez en el ensayo de su autoría publicado en el libro Lo que todos sabemos sobre la corrupción y algo más, “La corrupción no es, entonces, un fenómeno solamente político, ni tampoco requiere para existir que alguien ocupe una posición oficial de autoridad”. Si como ciudadanos sólo pensamos en la autoridad como el principio y fin de todo lo relacionado con la podredumbre, cualquier clase de esfuerzo gubernamental, sea del partido que sea, no nos sacará de los problemas que ciertamente son el padre y la madre de todos los demás: la opacidad y la corrupción.