Más temprano que tarde / H+D - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Por Néstor Damián Ortega / Gerardo Maldonado Paz*

 

La democracia significa que cuando

algo no funciona se puede cambiar.

Alexis Tsipras

Era el año de 1977, entrevistado por Julio Scherer García, Octavio Paz calificaba como desalentador el panorama político del país, definía a la derecha mexicana como acomodaticia y oportunista, agregaba: “Su táctica, lo mismo en la época de Díaz que ahora, consiste en infiltrarse en el gobierno. Es una clase que hace negocios pero que no tiene un proyecto nacional. El país, para ellos, no es el teatro de una acción histórica sino un campo de operaciones lucrativas. La izquierda sufre una suerte de parálisis intelectual. Es una izquierda murmuradora y retobona, que piensa poco y discute mucho”.

Es evidente la vigencia de las declaraciones, sin embargo, los 38 años transcurridos han acentuado tanto la descomposición de la clase política como el deterioro del tejido social.


Hechos como el de Tlatlaya y Ayotzinapa en donde se ha visto la inoperancia del Estado, así como los escándalos de la Casa Blanca y el tren chino donde se han develado altos niveles de corrupción, han significado un mensaje inequívoco de desaliento hacia la población mexicana; un Estado fallido y una descomposición cíclica.

El aviso que se da a la sociedad es también un mensaje sin cortapisas: los partidos lucran con el país y su población, blindan las vías electorales y perfeccionan la aceitada máquina burocrática de corrupción, inoperancia y simulación, en donde el hombre de a pie, la sociedad civil y los organismos no gubernamentales son simples espectadores de las maniobras políticas que devastan al país.

La clase política mexicana está viviendo el momento de mayor desprestigio de la historia contemporánea. La oposición, que en otras épocas podía conferir el deterioro del país a los gobiernos priistas, ha quedado al descubierto en su propio ejercicio del poder, emulando prácticas de corrupción, coludida en ocasiones con el crimen organizado e incorporando en sus proyectos de gobierno intereses empresariales ajenos a las demandas que la sociedad les reclama: se recorta el gasto público, se desfavorecen programas sociales y de generación de empleo, educación, vivienda y salud.

La legalidad de las elecciones, sustentada en el Instituto Nacional Electoral y en el Tribunal Electoral -ambos órganos con un alto déficit de credibilidad- anulan las esperanzas de transparencia en los procesos electorales que se realizarán en este año. Ambos institutos no terminan de madurar en una democracia y siguen sin estar a la altura de las demandas de la ciudadanía.

La ciudadanía percibe la irrelevancia del voto, dejando como consecuencia una democracia deteriorada, profundizando el descontento social. La vía electoral ha quedado agotada, aquel que apostaba al voto como vía regia para modificar la realidad del país, ha percibido la inutilidad del mismo.

La crisis de representatividad que vivimos actualmente conducirá muy probablemente al abstencionismo y a mayores muestras de inconformidad por parte de la población. Lo anterior lleva a preguntarse si existen opciones para ejercer el voto en las elecciones intermedias del presente año y de modificar por consecuencia al actual sistema. Estrategia conveniente para un bipartidismo entre centro y derecha, una izquierda tratando de mantenerse en órbita y partidos periféricos, sistema que perpetúa la nula modificación de la realidad, haciendo ver la fuerza del sistema, la podredumbre como método y el cinismo como demagogia.

En mucha personas, la alternativa ante el descrédito de los principales partidos políticos está en la apuesta de nuevos partidos, destacando Morena por la presencia de Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, los métodos que ha utilizado dicho partido para elegir a sus representantes han sido poco transparentes, alejados de prácticas democráticas serias y dejando la interrogante de si su función será en verdad fungir como contrapeso frente al poder en turno.

Hoy puede afirmarse que la vía electoral ha quedado agotada, sin que dicha sentencia signifique derrotismo. Negar la realidad sería un acto de deshonestidad mayúsculo y apostar a que sólo por medio de los comicios electorales puede transformarse la realidad, sería una forma de seguir validando un sistema ineficaz o en el mejor de los casos, una declaración con altos grados de ingenuidad. Sin embargo, todo sistema es vulnerable y la ciudadanía ha comprendido que debe trascender el ejercicio del voto para modificar su realidad.

Encontramos casos de cambios profundos generados por la sociedad en muchos países de Latinoamérica con gobiernos de izquierda. Ahora también en Europa, el triunfo de Syriza en Grecia por la vía electoral rompiendo con el bipartidismo arraigado en las políticas de austeridad, la crisis económica y el deterioro social. Esta también con expectativas muy altas en España el nuevo partido Podemos, encabezado por Pablo Iglesias, teniendo como núcleo duro al movimiento de los Indignados, pero sumando a una gran parte de la sociedad española.

Estos movimientos han demostrado en sociedades conservadoras, con empresas monopólicas, bancas mordaces y con dirigencias políticas alejadas de los intereses del pueblo, que la manera de generar verdaderos cambios es por medio de la participación social, exigiendo al Estado respuestas claras antes los reclamos que se le hagan, cuestionando el proceder de las instituciones, ejerciendo presión si es necesario, lo cual, cabe decir, no significa apostar por la violencia, sino buscar opciones que ofrezcan resultados satisfactorios.

Los partidos políticos se han ganado la desconfianza y el desprecio de la ciudadanía. Seguir apelando al respeto irrestricto hacia las instituciones es un argumento falaz y ofensivo hacia la inteligencia de la población mexicana. Hoy más que nunca resulta vital e imperativa la participación ciudadana en el quehacer político del país, no con la idea de que los cambios llegarán a muy largo plazo, ni creyendo que no seremos testigos de los resultados que pueda ofrecer este emprendimiento. La hora de los ciudadanos -el pueblo- ha llegado, el sistema ha sido rebasado; actuar se convierte en un compromiso ineludible para aquellos que aspiren a revertir uno de los pasajes más complejos en la historia de nuestro país. El voto no basta.

 

*Es Maestro en Psicología por la Universidad de Buenos Aires y doctorante del Centro de Investigación de Estudios Transdisciplinarios en Psicología .

 


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