Desde el año 2008, cuando la voracidad financiera y la codicia prohijada por el capitalismo monopólico (capitalismo 3.0) hizo crisis, se gestaron movimientos sociales sin precedente en Europa y América del Norte. Los países del mal llamado primer mundo y sus satélites, países de otras partes del globo que condicionaron a su población a vivir bajo los dictados de los organismos financieros globales -denominado en América Latina como Consenso de Washington-. Los movimientos civiles identificados como “ocupa”, “indignados”, “99%”, surgidos desde la base de aquellas sociedades otrora opulentas, develaron una realidad que hasta entonces les ocultaron sus propios gobernantes: los regímenes establecidos responden a los mandatos del gran poder trasnacional de los monopolios industriales, armamentistas y financieros -los poderes fácticos- que componen lo que ahora se le llama gobierno oculto del mundo.
En los países como el nuestro, la explotación y transferencia de la riqueza por parte de esos poderes fácticos en su beneficio exclusivo, se realiza a través de gobiernos secuaces mediante transferencia de ganancias locales de los bancos internacionales, transacciones comerciales intercompañías que simulan exportaciones y extracción de recursos naturales con bajos salarios y bajos precios. Los gobiernos de esta periferia imperial que son más salvajes, menos refinados que los que anualmente se reúnen en Davos en el marco del Foro Económico Mundial, han ejercido -y aún ejercen- el control poblacional a través de la manipulación mediática, el terror, la guerra sucia, las desapariciones forzadas.
La gente, desde aquellas regiones del primer mundo, menos vapuleada por la violencia estructural y crímenes de estado, pero sobre todo, con más información y formación cívica, se lanzó a las calles, en una primera fase del descontento popular para protestar por los recortes a los presupuestos sociales cuando éstos fueron distraídos por sus gobiernos para rescatar a la banca. Poco a poco, las marchas, plantones, mesas de diálogo popular, expresiones artísticas alternativas -desde las plásticas y escénicas en lugares públicos, hasta las literarias- fueron gestando una conciencia social que ha devenido en la conformación de movimientos cívico-políticos que podrían cambiar el nuevo orden mundial.
Con las elecciones del domingo pasado para la recomposición del parlamento de Grecia, hay quienes suponen que las movilizaciones sociales y construcción cívica a base de la concientización social han tenido su, hasta ahora, punto culminante con el importante avance electoral de la expresión izquierdista Syriza.
El líder de la organización española “Podemos”, Pablo Iglesias estimó que la victoria de Syriza, encabezada por Alexis Tsipras, permitirá a Grecia emanciparse de la política de austeridad y advierte al gobierno español, y con ello a los demás gobiernos europeos, que sus días como gerentes de los poderes fácticos están contados.
“El pueblo me ha dado un mandato claro: dejar la desastrosa austeridad”, ha dicho Tsipras, quien con casi 37% del Parlamento, tendrá que negociar con otros partidos para formar gobierno. Así las cosas, los países europeos, ya sea que pertenezcan a la Unión Europea o sean excluidos de ella, como posiblemente sucederá con Grecia, verán cómo la población civil organizada y apostando por el cambio democrático, se prepara para cambiar la política económica que excluye a la mayoría, y propone desarticular desde la renovación de sus gobiernos la “economía que mata”.
Mientras que por este lado del Atlántico, la política que mata, y mata en serie, sigue constituyendo la motivación principal de las movilizaciones sociales, que desde Ayotzinapa se han convertido en una molestia para el poder político establecido. La desaparición sistemática de normalistas rurales, periodistas independientes y de personas incómodas para quienes a nivel municipal, regional, estatal o nacional abusan del poder, es una desgraciada realidad. El crimen organizado, principal inculpado por las desapariciones hace, sin quererlo o no, un útil “servicio de limpieza” para quienes detentan el poder y/o operan a favor de los poderes fácticos a nivel global. Hoy por hoy, el clima de protesta e inquietud social -que el Gobierno Federal pide “superar”- se circunscribe a la inmediatez y crueldad por la violencia prevaleciente. Falta aún en México que el grueso de la población descubra la posible relación entre el actual estado de violencia interna y los intereses trasnacionales.
El camino europeo hacia la erradicación del sistema económico depredador ya progresó de la protesta a la democracia participativa, y de ahí a las urnas para que la democracia representativa opere más a favor de las mayorías en sus regímenes parlamentarios. En un régimen presidencialista, en una economía donde prevalece un capitalismo de cuates que tiende a promover una concentración de la riqueza en las manos de unos cuantos, el camino podría ser diferente.
La movilización social en las calles y plazas públicas ha logrado hacer llegar a los medios de comunicación de todo el mundo que en México las cosas no están tan bien como algunos insisten en afirmar. Las fotos de los 43 muñecos de nieve en Davos, con sendas fotos de los jóvenes normalistas desaparecidos es prueba de ello. El tema ya se puso en la agenda global. ¿Y luego?
Por esa razón, la apuesta de quienes se privilegian con que las cosas no cambien, que sigan controlando quienes controlan y sigan ganando quienes ganan, es que la gente se canse de protestar y regrese a sus casas para “superarlo” viendo la tele.
El camino de la concientización cívica y social tendrá que pasar a una nueva fase, si es que se desea avanzar en la modificación del sistema económico preponderante. Las marchas, protestas, mantas, pintas, actos civiles, arte alternativo han estado horneando ya un pastel para la fiesta ciudadana. La cereza del pastel, mientras que se logra el cambio en la democracia representativa, sería la democracia participativa, donde la resistencia civil, activa y pacífica, bien puede ser su característica.
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