Por Jorge Varona Rodríguez
La educación no cambia al mundo,
cambia a las personas que cambiarán al mundo.
Paulo Freire
La sociedad del conocimiento es un tejido conceptual que si no se deshilvana con precisión, nunca se sabrá cuáles hilos la conforman. Desde luego, hoy en día, alrededor del planeta, el uso oportuno y sistemático de los saberes científico y técnico es fundamental para el desarrollo integral de las naciones y el mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos. El conocimiento es un evidente factor de desarrollo.
Por ello, sería prudente preguntarnos si estamos construyendo una sociedad del conocimiento en México. Si es así, ¿cuál es su rumbo?, ¿cuáles desafíos y amenazas tiene en su devenir?, ¿cuál lugar ocupamos en el mundo de la ciencia?, ¿la generación y aplicación del conocimiento está realmente impulsando la creación de empleos y la movilidad social?
Si bien la más reciente Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), publicada por el INEGI, nos muestra que la tasa de desocupación en diciembre de 2014 a nivel nacional ha descendido a 3.76 por ciento, también nos revela lo siguiente: 21.3 por ciento del conjunto de mexicanos sin empleo no tenía concluidos sus estudios de secundaria, en tanto que los de mayor nivel de instrucción alcanzaron el 78.7 por ciento.
Es decir, ha sido más difícil encontrar empleo a quienes más estudios tienen. El crecimiento del número de profesionistas desocupados o subocupados ha marcado una tendencia a nivel nacional desde 2009. Lo anterior se explica en parte con el hecho de que el mercado del trabajo, a nivel global, ha sido trastocado. La economía del conocimiento dejó de expandirse. Se contrajo. Ha vuelto a su origen, a las principales potencias económicas del planeta.
El contexto internacional nos convoca a los mexicanos a evitar el inmovilismo. Es momento de ser audaces y generar las sinergias pertinentes para cruzar la frontera de los consumidores de ciencia y tecnología y avanzar con firmeza hacia la de los productores de conocimiento. Vivimos un cambio de época. Y los países que aprovechen sus oportunidades y disminuyan sus riesgos serán los que dictarán la agenda del futuro.
En Aguascalientes, después de un poco más de una década sin rumbo definido, llevamos cuatro años cimentando la sociedad del conocimiento con una perspectiva de largo aliento. Se crearon dos nuevos planteles universitarios: el Campus Sur de la Universidad Autónoma de Aguascalientes y la Universidad Tecnológica El Retoño. Se han fortalecido todas las universidades públicas e institutos tecnológicos. Esto ha permitido ampliar la cobertura de cerca de 35 mil a más de 41 mil estudiantes universitarios en el estado.
Además, con el fin de ampliar el acceso a educación media superior, principalmente al oriente del municipio capital se construyeron siete nuevos bachilleratos y se crearon cuarenta y tres telebachilleratos comunitarios. Esto permite que actualmente 55 mil jóvenes cursen sus estudios de bachillerato en cada rincón de Aguascalientes.
Es imperativo que estado, sector productivo e instituciones de educación superior establezcamos una alianza estratégica para enfrentar nuestros desafíos con el motor de la investigación y el desarrollo de nuevos conocimientos científicos, humanistas y técnicos.
En el entorno nacional, de acuerdo a información del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), en la última década se han graduado un promedio de dos mil 600 doctores por año. Este organismo, responsable de administrar el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), ha anunciado una renovación profunda pero no radical. Seguirán la máxima de cambiar en la institución cuanto sea necesario cambiar y conservar aquello digno de conservar. Tal y como se ha hecho con la reforma educativa.
Cabe señalar que como país tenemos un importante rezago en cuanto a capital humano del sector científico y tecnológico. Nuestros principales socios comerciales, Canadá y Estados Unidos, por cada mil habitantes tienen más de ocho investigadores. La OCDE propone un mínimo de 7.2 y en México tenemos cerca de un investigador por cada mil habitantes. La nómina del SNI, integrada por investigadores que cumplen ciertos estándares de calidad, es apenas de 23 mil académicos.
En este contexto es fundamental modificar los instrumentos de producción, evaluación y las políticas públicas para el desarrollo científico y tecnológico. Hay que colocar en la balanza de las prioridades la calidad por encima de la cantidad; el trabajo colaborativo e interdisciplinario por arriba del trabajo solitario; la vinculación efectiva y sistemática con la sociedad y la industria sobre la vinculación, aislada y efectista, hija de la simulación.
Es primordial ver hacia el futuro y jamás construir castillos en el aire. Que la ley, su modificación y su aplicación sea nuestro mejor cimiento. Esta es una convocatoria abierta, a continuar sumando ideas y trabajo en equipo, para la construcción del edificio de la sociedad del conocimiento.