Ser o no ser Charlie / Juego de abalorios - LJA Aguascalientes
16/11/2024

En su “Elogio a la delicadeza” -sobre lo Neutro, de Roland Barthes-, Gabriela Speranza menciona a un escritor y crítico argentino que decía “Si me apuran, Walsh es mejor que Borges”. Speranza se pregunta “Pero, ¿quién querría apurarlo?”. En general, ¿por qué la prisa para afirmar algo como eso? ¿De verdad se necesita decidir quién es el mejor autor de una nación? ¿Es tan incómodo no decidirse por Paz o Lizalde, Rulfo o Revueltas? ¿Por qué es indeseable postergar la respuesta a una pregunta que quizá nadie nos haya hecho?

En días recientes ocurrió una tragedia en París. La indignación y la condena vehemente no se hicieron esperar en nuestro lado del mundo -grande o pequeño, Occidente o Aguascalientes-. Independientemente de la calidad y el contenido de la publicación, de cuánto nos agrade o desagrade, de lo ácida o grosera, crítica o burda que sea; recurrir al asesinato como respuesta a sus caricaturas resulta desmesurado, inhumano y deleznable. Acá, la reprobación es casi unánime. Sin embargo, incluso entre quienes hasta ahí opinamos igual, ha aparecido la discordia. Ahora hay que elegir, ser o no ser Charlie Hebdo.

Los textos, las entrevistas, las opiniones que denunciaban y despreciaban la atrocidad, el asesinato, se multiplicaron. A éstos se sumaron los que, además de condenarla, usaban la palabra “pero”, y entonces aparecieron aquellos que condenaban a los que no condenaban a rajatabla, sin peros. Y el debate se dislocó. Coincidir no parece una buena idea, no vende, no nutre el debate; así que en lugar de enfatizar eso, se ha preferido buscar la diferencia y a partir de ahí generar nuevos reclamos. Todos -y sabemos que este es un todos parcial, pequeño, de acá, de este lado- pensamos que la respuesta intolerante, brutal, violenta es inaceptable. Eso es lo esencial y como todos coincidimos, va mal la cosa, habrá que buscar algo que nos permita dividirnos en dos, acusarnos mutuamente, tacharnos de tal o cual defecto.

Yo creo que esto es inadmisible. Yo creo que es inadmisible y hay que conocer el contexto. Yo creo que el hecho de que quieras ver el contexto es inadmisible, ahora no es tiempo para eso, hay que condenar y ya: rojillos quienes enarbolan el “pero”. Intolerantes los que lo desprecian. “Chairos”. “Ingenuos”. Tu jefa. La tuya. Y así regresamos a nuestro lugar de confort, debemos estar en desacuerdo, queremos estarlo, ahí nos sentimos bien. No tenemos musulmanes radicales o franceses radicales, o radicales radicales con quienes debatir, ni modo, radicalicémonos nosotros: dividamos el mundo entre charlies y no charlies, y apurémonos a decidir.

Si me apuran soy y no soy Charlie. Si serlo implica no aceptar absolutamente nada como justificación a la inmolación de unos dibujantes porque a alguien no le agrada lo que dibujan, no encuentro motivo para no firmar mis textos y mi tristeza con el hashtag correspondiente. Si no serlo significa no sentir ningún aprecio por el contenido de la revista sólo porque sus autores fueron asesinados, y significa además querer conocer quiénes son los muertos, qué hicieron para recibir -no merecer- el odio ciego de sus ejecutores, bien, no lo soy. Pero nadie me apura; mejor dicho, a nadie le aceptaría que me apurara. Este no es un dilema shakespereano; en comparación, es un chiste, y malo.

Temo que esta prisa, esta necesidad de tomar postura antes de que el tema quede sepultado bajo nuevas monstruosidades, no dejará buenos dividendos. Lo que le pasó a los caricaturistas de Charlie Hebdo es una tragedia. Y lo es a tal grado que digamos lo que digamos de ellos, su calidad de trágico no tiene merma.

Para Aristóteles la tragedia -y sé que hablaba de la tragedia literaria- no ocurría cuando alguien absolutamente bueno o absolutamente malo caían en la desdicha. La verdadera tragedia le sucede a alguien no virtuoso en extremo, alguien con defectos y aciertos; alguien a quien la desgracia golpea no por su depravación sino por un error de juicio -por supuesto, el error en este caso no fue dibujar o publicar, burlarse o atacar; fue no haber comprendido la magnitud de la furia que un fanático ciego es capaz de acumular, no haber previsto los alcances del odio de quien por creer ya no piensa-. Siento que sólo si comprendemos que los hombres y la mujer que murieron el siete de enero eran gente normal -ni buenos, héroes, mártires, ni salvajes, crueles, insensibles-, podremos vislumbrar la desolación que su ejecución produce. Los “peros” que les lancemos no atenúan su infortunio ni un ápice, antes bien los acercan a nosotros, y nos recuerdan que este mundo está sobrepoblado de rencor insensato, no contra los buenos o contra los malos, sino contra todos, contra ellos y contra nosotros.

 

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