Lo dicho, hay días en que no quiero escribir, en los que las letras me dan alergia; los ires y venires de mis personajes me tienen sin cuidado, y mi diálogo imaginario en estas minutas se estrella en la pared de enfrente. En días como esos, me dedico a buscar oficios opcionales, algo que me mueva, mejor dicho que me aleje del oficio de las letras. He pensado seriamente en hacerme catadora de gomitas, creo que sólo encontraría alegría en ello. Las gomitas me gustan desde niña; no todas, hay de gomitas a gomitas. Me parece que he probado suficientes como para aprobar el examen de catadora, aunque no sé si tengo el léxico apropiado, pero debe de haber un manual, porque para todo hay un manual, sino es que hasta existe una aplicación de descarga gratuita. Además, se puede hablar de todo gracias a las gomitas, piénsenlo, vean sus formas infinitas: botellas, gusanos, ositos, corazones, lágrimas, aros. Las hay espolvoreadas, tersas o abrillantadas. Encima todos los colores del arco iris habitan en ellas, gracias a los colorantes naturales y a los bien artificiales. Y los sabores, caray, el cielo es el límite, por eso está ahí el arco iris: todas las frutas probadas y no probadas, los licores y las bebidas abstemias.
Allá en los ochenta tuve el privilegio de probar los ositos de goma (gummi bears) originales, esos que hacen en Alemania, los de Haribo. Mala cosa: una vez que uno los prueba, cualquier osito de goma es falso, timador, no sólo es la forma perfecta de su carita amistosa, sino el brillo y su transparencia colorida, el sabor es único, el del equilibrio perfecto entre lo dulce y lo ácido. Y lo más importante en las mentadas gomitas, la consistencia: ni muy dura ni muy chiclosa, ni muy babosa ni muy seca. Una buena gomita debe resistir los embates de la lengua, pero nunca oponer grosera resistencia a la muela blanca y al incisivo goloso. En mi ciudad, las mejores gomitas se venden en donde menos se espera, así, en la calle, en bolsitas de celofán. Las de rompope son únicas, además de que simulan pequeños flanecillos. Pues sí, lo admito, mi puerilidad me ayuda a adorar las gomitas con formas. Los gusanos son mis favoritos, aunque no desprecio los tiburones que lucen un azul eléctrico y cuyo sabor nunca he logrado entender, aunque es delicioso.
Supongo que me gustan las gomitas porque amo las gelatinas. Sí, son primas hermanas. Ambas tienen el mismo ingrediente base: la grenetina. Sin embargo, la grenetina no sólo se usa en la cocina, donde es base principal de confites y platillos más barrocos como el áspic. Se emplea en la industria farmacéutica, cosmética y fotográfica. También sirve para elaborar pegamentos. Aunque su origen es oscuro: la grenetina proviene de los huesos, ligamentos, tendones, y piel de los animales. Digamos que es el despojo del despojo. No es tan novedosa, ya se usaba en la antigüedad así como la pectina de los frutos. Cierto, la viscosidad siempre ha sido cosa de la civilización.
Pues sí, las gomitas y las gelatinas son un claroscuro: algo tan llamativo, brillante y colorido, y a veces prístino, es resultado del colágeno de animales muertos. La carita simpática de los ositos puede ser un atentado religioso toda vez que los animales que nos proveen de la materia prima son el cerdo y la res, para unos inmundos para otros sagrados. Por suerte también se usan pescados. No sé si los veganos saben esta historia al masticar un corazón de fresa, aunque pueden exigir el empleo de agar-agar que proviene de un alga, pero es el menos usado debido a su costo. Muchos productos de grenetina incluyen la leyenda kosher o el libre de proteína animal; pero no todos y menos los de manufactura artesanal; incluso los productos llamados orgánicos no garantizan la ausencia de tendones en nuestras golosinas.
Supongo que todo catador de gomitas debe saber esto, pues aunque supuestamente la grenetina no tiene sabor y apenas un color natural ambarino, me ha tocado morder alguna figurilla que tiene sabor a tostada de pata o a branquia de charal. Supongo que es grenetina de baja calidad, y los edulcorantes empleados no bastan para ocultar el tufillo no deseado. Lo dicho, hay algo oscuro en estas golosina inocentes, aunque su producción cumpla estándares de calidad. Las gomitas de osito son más animales de lo que uno cree.
Hay alguien que ha logrado capturar esa esencia sospechosa de la grenetina. Es una artista norteamericana que podemos conocer gracias a la red: Noir Nouar. Pueden visitar su sitio y buscar su serie de grenetina, son cuadros pop, vintage y caricaturescos, hechos con óleo, resina y cucharas reales. Gelatinas y gomitas sonrientes muestran su lado perverso. Observen a la Tía Áspic (Auntie Aspic), al inquietante Tío Jello (Uncle Jello) y a los Amigos hasta el final (Friends ‘til the end) devorándose entre sí. Un catador de gomitas no encontrará ninguna rareza en estas obras plásticas, pues conoce los orígenes mortuorios de gomitas y gelatinas. Todavía recuerdo las gelatinas de mi infancia, que vendían en camioncitos cuya música de cajita tenía un doble mensaje, casi el de una película gore. Creo que muchas ciruelas murieron dentro de las gelatinas de jerez, y con un esfuerzo mínimo podríamos haber escuchado los mugidos de la vaca o el oinc-oinc de la gelatina de limón. En fin, en lo que me aceptan en mi nuevo oficio, busquen a Noir, busquen gomitas y recuerden su origen cuando sonrían con la carita de los ositos rojos, que son los más ricos.