Hace dos semanas, Joel Grijalva publicó aquí, en La Jornada Aguacalientes, “Por unos universitarios inútiles”, una muy buena columna donde defendía la curiosidad científica, en el sentido de que no debía legitimarse todo conocimiento en función de su utilidad: someter la educación a un pragmatismo rampante impide que ésta tenga espacios de mera creatividad que, ulteriormente, podría reportar en aplicaciones insospechadas.
Fue del propio Joel con quien sostuve, hace unos años, una ilustradora charla en la que criticábamos el modelo actual de las universidades y su obsesivo afán por las certificaciones. Reconstruyo los puntos clave de la conversación, muchos arteramente parafraseados (seguro con pérdida sustancial de gracia):
- Aceptemos que el modelo de las certificaciones tiene como fin la homogeneización de los productos, lo cual suena bastante sensato: filtros de cafeteras estandarizados, bases para tv planas que encajan con cualquier modelo, cables universales para laptops. En la medida en que se fija un patrón, la manufactura, el reemplazo, la viabilidad de las refacciones, todo se vuelve más accesible e intercambiable, estimulando el libre mercado y con ello la economía como la conocemos.
- En palabras del propio Grijalva: “tratar a los servicios como un producto es ya entrar en el terreno de la metáfora”. Y es que éste fue el siguiente paso de las certificaciones: qué tal que, así como homologamos la medida de los tornillos, homologamos los procesos y más: hacemos de los servicios, procesos, y de éstos, productos. Contestar el teléfono, surtir un pedido, transportar un bien, todo ello puede estandarizarse en pautas y en tiempos, una vez más, haciendo contingente al proveedor.
- “Finalmente –sigo con Grijalva-, la metáfora se extiende hasta hacer de la educación un servicio, del servicio un proceso, del proceso un producto”. Por donde se vea, homologar la educación, establecer pautas para ello, formar procesos estandarizados sobre el “servicio” que es la enseñanza, trae consecuencias que darán materia para discusión.
Respecto a los puntos que discutíamos aquella noche en un bar -como debe ser-, han pasado los años y en mi experiencia las consecuencias han sido variadas pero igual de nefastas: en algunas escuelas tratar a la educación como un servicio ha llevado a ridiculeces como que la evaluación docente sea llamada “encuesta de satisfacción al cliente”, donde los jóvenes pupilos asignan calificaciones, no al desempeño del profesor como tal (¿por cierto, con qué criterios evalúa un alumno a alguien que debe saber mucho más que él?), sino al nivel de agrado que les ha causado el servicio educativo. Esto lo he observado mayormente en colegios y escuelas privadas y he visto con tristeza que una consecuencia horrible es que hay profesores más angustiados por entretener y agradar a sus alumnos que por educarlos.
¿Cuál ha sido el destino de la escuela pública? La segunda consecuencia nefasta de mirar a la educación como un servicio, que se ve como un proceso, que se homologa como un producto, es que ese producto se consolida en los alumnos, es decir, que en la metáfora, la manufactura de la universidad son los graduados y ¿para qué queríamos estandarizar tuercas y tornillos? Para que el cliente pudiera conseguir refacciones con mayor facilidad y éstas fueran más fácilmente reemplazables. Hasta aquí nada grave, pero si miramos con más calma nos daremos cuenta que este enfoque permite que sea el mercado (las empresas, los fábricas, las trasnacionales) las que exijan a la empresa que les provee (las escuelas) las características de sus productos. Entonces el sector comercial se vuelve el origen de los criterios académicos. La academia subordinada a los procesos mercantiles aparece y desaparece carreras, transforma la currícula, cambia los enfoques. Adiós al conocimiento por el conocimiento mismo, tecnócratas tratados como tornillos. A veces las metáforas son peligrosas.
Totalmente de acuerdo. Estos esquemas educativos nos remiten irremediablemente a los absurdos supuestos sociales y politicos como los que encontramos en el “Mundo Feliz” de Huxley o en “1984” de Orwell.
En cualquier momento en que empresarios dicten criterios académicos estamos cerca de la distopía. Saludos y gracias por tomarte el tiempo.