Cadena perpetua de Vicente Leñero / Cinefilia con derecho - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Por diversas circunstancias no había podido hacer mi personal homenaje al intelectual Vicente Leñero, y es que además de excelente novelista estuvo inmiscuido fuertemente en el cine mexicano, su trabajo va desde las taquilleras La ley de Herodes (1999), El crimen del padre Amaro, hasta la multipremiada El callejón de los milagros (1993), entre otras tantas; su cine, al igual que su novela, explora en los personajes situaciones complejas imbricadas principalmente con la ética y la moral, por ende, cualquiera de las obras cinematográficas en que participó pueden analizarse desde varias perspectivas jurídicas de vastos alcances.

Personalmente siempre me quedaré con Cadena perpetua (1978), adaptación magnífica que hizo de la no menos excelente novela Lo de antes de Luis Spota y que fue magistralmente dirigida por el director mexicano de culto Arturo Ripstein: la narración nos muestra a Javier Lira, alias El Tarzán, un delincuente que se ha regenerado gracias al apoyo de un funcionario banquero que confió en él y le ha ayudado a conseguir un empleo decente con el que puede darse los lujos de una clase media mexicana. Sin embargo, el destino lo alcanza cuando es encontrado por un judicial (apodado Burro Prieto) que conoce su pasado de criminal, esta terrible aparición tiempo después de haberse regenerado pondrá en peligro el honesto estilo de vida al amparo de su sueldo de burócrata.

La película, catalogada en la lista de las 100 mejores películas mexicanas de la revista Somos como la número 17, se distingue primero por la excelente adaptación de la novela, si bien existe el viejo cliché de que el libro siempre será mejor que la película, lo cierto es que Leñero muestra maestría para llevar al cine cada pasaje de la novela. Las actuaciones me parecen de lo mejor, sobre todo dos, Pedro Armendáriz Jr. que encarna al pobre ladronzuelo, así como Ernesto Gómez Cruz como el Cabo Pantoja. Y es que una de las historias narra cómo estando en las Islas Marías preso, Tarzán se hace amigo del cabo, y a pesar de que éste le abre las puertas de su casa (alerta de spoiler) termina engañándolo con su esposa, en verdad que el monólogo donde el cabo le reclama es de antología, su rostro expresa ese sentimiento de dolor cuando quien traiciona es precisamente el amigo.

El conflicto moral aparece cuando al ser extorsionado por el agente policial, cuando le exige que vuelva a robar y que todos los días le reporte una cantidad de 600 pesos a cambio de protección, Javier implora y ruega al oficial que lo deje vivir de forma honesta, después de una salvaje golpiza donde se le aclara que tiene que pagar, deambula por la ciudad buscando a su jefe del banco para pedirle lo ayude a denunciar al Burro Prieto; de forma por demás agonizante vemos cómo su conciencia se disputa entre volver a delinquir o seguir con su honesta forma de vida, sus dos personalidades (Tarzán y Javier) debaten de tal forma que somos partícipes de ello, incluso nos llevan a gritarle al personaje nuestra personal postura. Yo, optimista del estado de derecho, cuando leía la novela y veía la película pedía que denunciara, creía que al final de cuentas los hombres buenos que le ayudan, no temblarían para sacarlo de las garras de la corrupción. Y, sin embargo, (alerta de spoiler) termina cercado por las circunstancias, como si su cadena perpetua sea el dedicarse a ser carterista.

Vicente Leñero, como lo atestigua Sicilia en su precioso artículo Vicente Leñero, mi amigo (Proceso, número 1980) era muy católico, con una visión atada a un evangelio pragmático ligado a los pobres y alejada de ese mal rostro institucional de la iglesia que tanto daño hace al catolicismo, tal vez por eso su crítica fuerte al clero en El crimen del padre Amaro, o esa frase que me encanta de su Evangelio de Lucas Gavilán: “En lugar de tanta rezadera, lo que Dios quiere de ustedes es que hagan algo contra esta pinche situación de injusticia, ¿no la sienten? Y si su fe no les sirve para eso, olvídense; ya lo dice el Evangelio: si un árbol no da fruto, a la chingada”. Con estos antecedentes, Vicente Leñero no podía terminar con la visión pesimista de la novela, a pesar de ser apegada a la obra de Spota, la cinta cierra con una magnífica toma en primer plano del rostro de Tarzán, viéndonos de forma sostenida durante varios segundos, implorándonos que no lo juzguemos, que hizo su mayor esfuerzo pero que a pesar de eso, el sistema ha sido el que le falló.

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