Las semanas previas estuvimos hablando acerca de los estereotipos que le imponemos, como sociedad, a niños y niñas. Que si las niñas deben vestir de rosa o deben evitarlo como a la peste o si los niños que juegan fut están condenados a ser machines o si los que odian el fut necesitan una sobredosis de ropa azul para “volverse hombrecitos”. Concluíamos que lo más saludable es darle chance a cada niño y a cada niña de desarrollar sus propios gustos e intereses, incluyendo sus actividades preferidas y sus colores favoritos. A veces es complicado, claro, en parte porque implica ir en contra de las prácticas más comunes y no faltará el vecino o la maestra o el familiar que presione para que hagamos las cosas a su modo. Otras veces es complicado porque el niño o la niña puede sentirse intimidado por sus pares y sentir que es más fácil actuar como ellos que explicarles que en su casa las cosas funcionan de manera distinta. Por eso es muy útil contar con libros que nos puedan ayudar a abrir el diálogo con ellos: para darles herramientas que les ayuden no sólo a tomar sus propias decisiones, sino que también les ayuden a sentirse seguros de ellas. Entre los libros que pueden ayudar a este fin hay algunos que ya he mencionado en esta columna. Por ejemplo, De los gustos y otras cosas, que deja bien claro que así como a unos les gusta el chocolate y a otros el café o el jugo de naranja, también nos pueden gustar personas diferentes, incluso de nuestro mismo sexo. Otra opción en ese tenor es Para Nina, de Javier Malpica, publicado por El Naranjo. Este libro, que merece que hablemos de él con más detalle en alguna próxima ocasión, cuenta a modo de diario lo que siente y piensa Victoria, una chica que antes se llamaba Eduardo. Sí, era hombre y cambió de sexo. Y es un libro para adolescentes con todo lo “fuerte” que nos pueda parecer el tema.
Sin embargo, quedarnos en la identidad sexogenérica no es suficiente: que a una mujer no le guste el rosa o que un hombre guste de cocinar no tiene nada que ver con su preferencia sexual. Por eso tenemos que echar mano a otros libros. Un ejemplo que me gustó mucho es Mi gata Eureka, de Lawrence Schimel, publicado por editorial Bibliópolis. Este libro ilustrado, dirigido a niños y niñas de seis años en adelante, cuenta la historia de la hija de un inventor. Mientras su padre está tratando de dar vida a un robot antropomórfico, ella, por hobby, crea una gatita cibernética. La historia me gusta porque no hace ningún aspaviento en que haya una niña a la que le gusten las herramientas o la ciencia (le gustan ambas cosas) ni hay contradicción alguna entre este gusto y el otro que tiene la protagonista: le gustan los gatitos. De hecho, el conflicto de la historia está en que la niña teme que su papá se enoje de que ella logró tener éxito en su experimento antes que él; pero entonces descubre que no es así como funcionan las cosas: por suerte tiene un papá generoso, que además de permitirle jugar en el laboratorio, la alienta a hacer lo que le gusta y le celebra sus logros (además las ilustraciones son muy, muy bonitas). Este libro es atípico precisamente por la combinación que ya describí: generalmente, los libros que hablan de inventores tienen como personaje principal a un hombre. Lo mismo suele pasar con las aventuras y las matemáticas.
Otro libro que me gusta porque va más allá de esos estereotipos es Frin, de Luis María Pescetti (publicado por Alfaguara y dirigido a chicos y chicas de diez años en adelante). Esta novela cuenta el primer enamoramiento de un chico que no es ni popular ni hábil para los deportes. La historia no trata de cómo Frin se vuelve un as del fut o de cómo conquista a la chica con otras “artimañas”: más bien, nos cuenta cómo se siente este niño y cómo descubre que su valentía radica en algo diferente de lo que generalmente etiquetamos como “valiente”.
Por supuesto que no hace falta que el personaje de un libro sea hombre para que los varones se identifiquen con él o que sea mujer para que las chicas lo hagan. Bien pensado, cualquier libro tendría que ayudarnos a cuestionar los clichés sexogenéricos, sea porque los apoya, los omite o los contradice. Quizá el chiste es, más bien, que leamos de todo, que impulsemos a nuestros niños, niñas y adolescentes a que lean de todo, y que busquen en esas lecturas con qué están de acuerdo, con qué no y por qué.
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