Por estas cuestiones de la música, mi gran pasión, nos conocemos todos los que de una u otra manera estamos ahí, involucrados en estos menesteres. Yo desde la perspectiva de los medios de comunicación, radio, televisión y prensa, he tenido la maravillosa oportunidad de conocer a varios músicos, tanto de la escena local, como de la nacional, así como algunos escritores y periodistas musicales dentro del ámbito en el que me muevo, ya sabes, el rock, el jazz, el blues, la música clásica. Y claro, de repente pensamos que quienes vienen de fuera son los mejores, es como un malinchismo que nos es casi connatural, pero de repente nos damos cuenta del increíble talento que tenemos en esta tierra de la gente buena. Y sí, en Aguascalientes hay excelentes músicos en los diferentes estilos, desde lo popular hasta lo más sofisticado y hasta exótico. Me quiero referir concretamente al baterista de rock Julio Díaz Valdivia, como sabes, me imagino que a estas alturas ya lo sabes amigo lector, él falleció el día de ayer, al parecer, una descompensación le provocó un desvanecimiento lo que le ocasionó un fuerte golpe en la cabeza, la lesión fue verdaderamente seria y tuvo que ser intervenido quirúrgicamente el domingo por la mañana para intentar sacarlo adelante, todos los esfuerzos clínicos fueron en vano y el baterista falleció el pasado martes.
Hablar de Julio Díaz es hablar de una persona a la que conocí desde que él era un niño, literalmente hablando, un niño. Yo estaba en la Prepa de Petróleos con su hermano Hugo, que para esos años, 1981 o tal vez 82, ya pintaba para ser un gran guitarrista. En una ocasión Hugo tocó con su banda en el Auditorio de la Prepa, hacían conciertos de rock con cierta regularidad, eran los tiempos en los que todo mundo quería versionar las rolas de Scorpions, Black Sabbath (yo creo que Paranoid era el objetivo a lograr para todas aquellas bandas locales) o Smoke on the Water de Deep Purple. Pues sí, Hugo Díaz tocó con su banda y justo antes de que iniciara el concierto, todavía con el telón cerrado, empezamos a escuchar el identificable inicio de la canción Rock & Roll de Led Zeppelin tocado con un punch impresionante y una exactitud que el mismo Bonham aplaudiría de haberlo escuchado. El telón se recorría mientras los tambores eran aporreados con singular alegría, cuando finalmente quedó recorrido por completo el telón, no se veía a nadie tocando la batería, apenas podíamos apreciar todos los que estábamos presente en aquel concierto, que las baquetas se movían vigorosamente, pero sin poder apreciar quién era el baterista, y es que Julio era tan pequeño que definitivamente quedaba oculto por la que parecía un inmensa batería. Todavía no cumplía los 12 años de edad y ya estaba tocando las canciones de Zeppelin.
Los recuerdos son muchísimos, porque durante aquellos años tuve mucho contacto con él y con toda la familia Díaz Valdivia, a la que le tengo un gran cariño y aprecio, a Sergio, a Basilio a Hugo, todos ellos muy buenos amigos.
Recuerdo en alguna ocasión, fueron a un programa de radio que me tocó conducir y durante la entrevista con Julio, todavía un niño, se moría de pena al articular un par de palabras y Hugo, lo recuerdo muy bien con esa actitud paternalista intentado animarlo para hablar y Julio sonreía e inclinaba la cabeza apenado, pero en cuanto se sentaba en la batería se transformaba por completo y toda esa timidez, posiblemente comprensible en un chico que aún no entra en la adolescencia, se convertía en incontenible energía para tocar la batería con inexplicable sensibilidad y precisión técnica, inexplicable por los pocos años del ejecutante, pero sin duda, su convicción de querer hacer lo que le gustaba lo hacía desinhibirse por completo sentado en el banquillo de la batería.
Ya sabemos, Julio fue baterista de Santa Sabina y tocó también con la Maldita Vecindad, además de una buena cantidad de trabajos contratado como músico de sesión, y sus proyectos solistas, lo último que recuerdo haberle escuchado fue aquel grupo al que llamó Días de Julio, en el Cuartel del Arte en el programa cultural de la Feria Nacional de San Marcos de hace un par de años.
Su carrera profesional dentro de la música, creo que la conocemos todos, al menos todos los que estamos más o menos involucrados con el rock hecho en casa, tanto local como nacional, pero Julio tampoco regateaba la amistad, siempre tenía una sonrisa y una palmada en el hombro cuando te lo encontrabas en la calle, jamás se sintió más que nadie, simplemente por batear en las grandes ligas de la música nacional, al contrario, siempre lo caracterizó su sencillez y humildad.
Sí, ya sé que es fácil hablar bien de quienes ya no están, es un lugar común hablar bien de los que han partido antes que nosotros, pero de verdad, soy sincero en mis comentarios, Julio era un tipazo, excelente músico, eso es incuestionable, pero mejor, mucho mejor persona.
Yo estaba en casa un poco cansado, estaba escuchando un disco de Frank Zappa, el casi mítico Joe´s Garage cuando sonó el teléfono fijo, era mi buen amigo Enrique Campos Ceccopieri, con quien he compartido algunos proyectos de radio y televisión, me dijo que Julio había muerto, yo sabía que estaba internado en el hospital con un problema serio de salud, pero nunca me imaginé que llegaría a morir de esto. Recordamos un poco algunas anécdotas, ellos se conocían bien, Enrique era el baterista de Frágil, al mismo tiempo que Julio era el baterista de El que Ríe al Último, al lado de sus hermanos Hugo y Sergio en las guitarras mientras que Abraham Velasco tocaba el bajo y cantaba, solían tocar los dos grupos juntos aunque es innegable cierta sana rivalidad entre ambos, y yo siempre estaba ahí, en sus presentaciones, finalmente era amigo de los dos grupos. Buenos tiempos del rock local, allá por 1991.
Julio, descansa en paz, has hecho historia en el rock nacional.