Lynn Barber resumió en una sola frase a las seis hermanas Mitford: “la duquesa, la fascista, la comunista, la nazi, la novelista y, bueno, la otra”.
De esa otra, de Pamela Mitford, Nancy Banks-Smith dejó escrito que “ella es la hermana Mitford de la que nadie habla. Su nombre ha sido borrado de la biblia de la familia (blotted from the family bible, una expresión inglesa que da a entender que alguien no es muy querido en la familia). Eso significa, invariablemente, la marca de la oveja negra. No era ese, sin embargo, el caso de Pamela. En un rebaño de ovejas negras, Pam era la oveja blanca”.
“Los judíos podían haberse ido a un lugar como Uganda: vacío y con un buen clima”. La afirmación, espeluznante, lo resulta más al descubrir que fue pronunciada por una anciana de noventa años, Diana Mitford, en pleno año 2000. Aunque no resulta tan inverosímil al saber que viene de alguien que tras haberse casado a los dieciocho con el heredero de la cerveza, Bryan Guinness, y apoyar, como pareja, al grupo de escritores antibloomsburianos, Bright Young Things, decide divorciarse de él al conocer en 1932 al dirigente del fascismo en Inglaterra, Oswald Mosley, con el que se casará en 1936 en la casa de Goebbels teniendo como invitado de honor a la boda a Adolf Hitler. Tampoco resulta extraño que en Inglaterra se la considerara, durante la Segunda Guerra Mundial, enemiga, y que fuera encerrada en Holloway donde la prensa, a la que demandó por libelo, decía que tenía un trato preferencial debido a su alta cuna. Liberada en 1943 todavía tuvo que continuar un tiempo en arresto domiciliario sin arrepentirse nunca de sus opiniones ultraderechistas.
También de espíritu profascista resultó la hermana de imposible, pero acertado, nombre Unity Valkyrie. Ella, no casándose con nadie, se limitó a ser una de los pocos ingleses, e inglesas, que desde 1930 mantuvo una amistad íntima, algo casi imposible, con el invitado de honor de su hermana, el mismísimo Adolfo Hitler, que en el infame e infausto desfile militar del 7 de septiembre de 1938 en Nuremberg la tuvo como invitada especial en su tribuna. No por las ideas, sino por el corazón dividido entre su patria y Alemania, Unity intentó suicidarse en Berlín al estallar la guerra y, tras fracasar en ese intento, regresó a Inglaterra donde su mala salud acabaría con ella en 1948.
Y, como para contrarrestar, en una suerte de equilibrio cósmico, el derechismo de Diana y Unity, Jessica, a la que todos llamaban Decca, se fue al extremo contrario: al comunismo y al periodismo de denuncia. Tras fugarse a España en plena Guerra Civil con su primo segundo, Esmond Romilly, que además era sobrino de Churchill, decide casarse con él y se trasladan a Estados Unidos donde ella comienza una carrera en el periodismo y él desaparece en acción durante la Segunda Guerra Mundial. Casada en segundas nupcias con Robert Treuhaft sus escritos se hacen cada vez más virulentos destacando uno en el que denuncia la industria de la muerte usamericana. Como proponía uno de sus obituarios “de ningún peligro tuvo miedo nunca” tanto que uno de sus últimos actos de rebeldía fue negarse a hacer un “juramento de fidelidad” a California que se le requirió al ser invitada como profesora invitada a la Universidad Estatal de San José, puesto que fue la primera persona en conseguir sin jurar nada.
Nancy, con toda seguridad la más conocida de la hermanas Mitford por sus biografías de personajes franceses, un ensayo sobre la aristocracia inglesa que tan bien conocía, Noblesse Oblige, y dos excelentes novelas Amor en clima frío y A la caza del amor, resume a las hermanas en esta última, semiautobiográfica, en un pensamiento de infancia: “las pequeñas Radlett [el nombre ficticio bajo el que aparece la familia Mitford en la novela] corrían a recoger el periódico todos los días con la esperanza de que el barco de sus padres se había ido a pique con todo el pasaje a bordo”.
Y como el barco no se hundió parece que las hermanas Mitford, cuya única educación durante la infancia fue en equitación y francés, se empeñaron durante toda su vida en hacer algo diferente de lo que se esperaría de las seis hijas de una familia aristocrática en la Inglaterra de principios de siglo XX, haciendo ellas algo fascinante. Una fascinación que Deborah, la única que siguió el camino de la nobleza como duquesa de Devonshire, la última en fallecer hace unos meses en 2014, seguía sin entender en 2010 cuando le contestó a un periodista que no podía “imaginar la razón por la que las Mitford despiertan semejante fascinación”.
¿Para cuál de todas ellas un monumento, uno a la rebeldía y al no cumplir con las expectativas familiares? No a ellas, sino al aún más desconocido, Thomas Mitford que tuvo la mala suerte de no nacer primogénito, rodeado de seis mujeres excepcionales, cada una a su manera, y que murió soltero y olvidado en Birmania.