Por Tania Magallanes
–Hola, buenas noches. ¿A dónde vas?
–A mi casa.
–Te podemos llevar, si tú gustas. ¿Dónde queda tu casa?
–En mi casa.
–Oye, de verdad podemos llevarte.
–No, gracias.
–Ándale, súbete y nosotros te llevamos.
Abrió la puerta de la camioneta y bajó el pie derecho. Inmediatamente crucé la calle. No podía correr, mis piernas eran de atole. No me insultó, no levantó la voz, pero no dejó de mirarme ni por un instante y su insistencia me puso en alerta. En un inicio creí que me preguntaría una dirección. Algo le dijo al piloto y arrancaron.
Era la 1:30 de la madrugada, caminaba por el centro de la ciudad, era miércoles y los bares tenían poco movimiento. Caminaba un poco antes de tomar un taxi. Eran dos tipos jóvenes, el que me habló vestía una camisa y estaba bien peinado. Era guapo. Los estereotipos nos han enseñado a temerle al cholo, al indigente, al mal vestido. A pesar de su pinta tuve miedo. En cuanto pude tomé taxi y ya arriba me di cuenta que temblaba. Tanta noticia atroz me tiene paranoica, pensé.
“En mis tiempos…” dice mi madre siempre que recuerda que su mundo, años atrás, no estaba tan corrompido como éste lo está ahora. En sus tiempos, salía a la calle sin temor. Ahora parece normal vivir al acecho, a la defensiva, vamos alertas pero sin saber cómo reaccionar ante alguna agresión: correr, gritar o quedarnos paralizados ante la rapidez con que nos sorprendan. Así, parece entonces que no nos hemos acostumbrado, no tomamos clases de defensa personal porque no lo consideramos necesario, no portamos armas, no hace falta, somos gente buena.
Aguascalientes no es el mismo de los tiempos de mi madre, por supuesto que había robos y asesinatos, y aunque el estado nunca ha presentado la violencia que otros ostentan, tiene lo suyo.
Así como la tecnología evoluciona rápidamente, también ahora tienen que hacerlo la leyes, porque ya no nos bastó tener una ley por agresión agravada, ahora tenemos que dividirla con agravante en violencia de género, por ejemplo; ahora las leyes deben ser más y más específicas. Se deben crear protocolos porque cada día hay más desaparecidos que no busca el Estado; ahora, la ley debe proteger a las víctimas y a sus familias de ser revictimizadas por un ministerio público que no muestra ni el más ínfimo sentido humano al atreverse a decir que si las violaron o las desaparecieron fue su culpa por andar de noche en la calle, por llevar minifalda, o que seguramente no aparecen porque están ligados al narcotráfico. Es más, ahora tuvimos que inventarnos leyes para defender de la violencia a los animales.
Ahora, el consejo para pedir ayuda no es gritar auxilio, sino fuego o se quema, se quema, porque ya nadie acude ante los gritos, mejor nos escondemos por miedo a que nos pase algo.
Quiero los tiempos de mi madre y dejar la paranoia que me hace pensar que puedo morir -yo o mi familia- en medio de una balacera o desollada o violada o quemada. Quiero tener la certeza de que todas las noches regresaremos a casa. Quiero creer que todos queremos lo mismo para todos y que, por lo tanto, nos cuidaremos entre todos; y que tanta palabra escrita y dicha en todos los medios, en todas las redes sociales, valdrá la pena muy pronto, porque tanta tragedia nos horroriza y huiremos de ella para transformar la ciudad y el país, para no sólo escribir sobre el temor, para accionar nuestras vidas positivamente.
Nunca sabré las intenciones de esos tipos, tal vez eran buenos samaritanos que sólo querían asegurarse de mi llegada sana y salva a casa, pero estos tiempos no me dejan confiar. ¿Y si repitieron su buen samaritanismo con otra mujer? ¿Habrá cruzado la calle también o confió en ellos? ¿Habrá llegado a su casa sana y salva?
es una triste realidad. me gustó mucho tu comentario, a mí también me da nostalgia recordar los tiempos de mi madre…gracias por compartir. saludos