A 86 años del natalicio de Carlos Fuentes - LJA Aguascalientes
15/11/2024

  • Se dio a conocer a los 26 años de edad con la publicación del volumen de cuentos Los días enmascarados
  • En Fuentes no hay metafísica de la palabra, hay erotismo verbal, violencia y delicia, encuentro y explosión

“En Fuentes no hay metafísica de la palabra: hay erotismo verbal, violencia y delicia, encuentro y explosión”, señaló Octavio Paz en el prólogo a la antología Cuerpos y ofrendas que Carlos Fuentes publicó en Alianza editorial.

En “La máscara y la transparencia” Paz define: “El mundo no se presenta como realidad que hay que nombrar, sino como palabra que debemos descifrar. La divisa de Fuentes podría ser: dime cómo hablas y te diré quién eres. Los individuos, las clases sociales, las épocas históricas, las ciudades, los desiertos, son lenguajes: todas las lenguas que es la lengua hispanomexicana y otros idiomas más. Una enorme, gozosa, dolorosa, delirante materia verbal que podría hacer pensar en el barroquismo del Paradiso de José Lezama Lima, si es que el término barroco conviene a dos escritores modernos. Pero el vértigo que nos producen las construcciones del gran poeta cubano es el de la fijeza: su mundo verbal es el de la estalactita; en cambio, la realidad de Fuentes está en movimiento y es un continuo estallido. Aquél es la acumulación, la petrificación, una inmensa geología verbal; éste es el desarraigo, el éxodo de las lenguas sus encuentros y dispersiones. La tierra y el viento. Por su cosmopolitismo, Fuentes podría parecerse a Cortázar, el más lúcido y radical, valga la contradicción, de nuestros desarraigados: inclusive cuando escribe en argentino porteño, la ironía conserva la distancia entre el escritor y el habla. El cosmopolitismo hispanoamericano de Cortázar es el producto extremo de un proceso de abstracción y depuración: una cristalización, el de Fuentes es una yuxtaposición y combinación de distintos idiomas dentro y fuera del español. Vuelto sobre sí mismo, el lenguaje de Cortázar es un juego reflexivo que obliga al lector a caminar sobre un filo cada vez más delgado y tajante hasta que lo enfrenta a un espacio vacío: anulación del lenguaje, salto hacia el silencio. En Fuentes no hay metafísica de la palabra, hay erotismo verbal, violencia y delicia, encuentro y explosión. El alambique y el cohete”.

“No me etiquetes, léeme. Soy un escritor, no un género”, decía Carlos Fuentes, uno de los escritores más destacados de México y parte del boom latinoamericano, quien nació el 11 de noviembre de 1928 (Ciudad de Panamá, Panamá) y que creó en novela, ensayo, cuento, dramaturgia y guión cinematográfico.

Fuentes aseguraba que “miedos literarios no tengo ninguno, siempre he sabido lo que quiero hacer y me levanto y lo hago”, muestra de ello es que escribió hasta el final de su vida, pues dejó terminada la novela Federico en su balcón y había empezado otra que titularía El baile del Centenario.

Hijo de un diplomático mexicano, Carlos Fuentes pasó su infancia en diversas ciudades de América, lo que le permitió adquirir una cultura cosmopolita, inmerso en un ambiente de intensa actividad intelectual, que lo llevó a desarrollar una visión crítica y una narrativa sobre la indagación de la historia y la identidad mexicanas.

Con un estilo audaz y novedoso, aunado al dominio de la prosa literaria, Carlos Fuentes se dio a conocer a los 26 años de edad con la publicación del volumen de cuentos Los días enmascarados (1954) donde ya aparecía el germen de sus preocupaciones: la exploración del pasado prehispánico y de los sutiles límites entre la realidad y la ficción.

Su éxito arrancó con dos novelas: La región más transparente (1958), un dinámico fresco sobre el México de la época, un retrato a la vez atomizado y gigantesco de todas las clases sociales a través de un centenar de personajes que construyen un protagonista colectivo, donde la ciudad es la de la voz y La muerte de Artemio Cruz (1962) una prospección de la vida de un antiguo revolucionario a punto de morir.

Entre ambas novelas se sitúa una obra realista y tradicional, Las buenas conciencias (1959), que cuenta la historia de una familia burguesa de Guanajuato y en 1962 sacó a la luz Aura, novela corta, mágica y fantasmal, inscrita en la mejor tradición de la literatura fantástica.

En Cambio de piel (1967) el autor presenta las divagaciones de cuatro personajes ante una pirámide de Cholula, mientras que en Zona sagrada (1967) retrata la difícil relación entre una diva del cine y su hijo y en Terra Nostra (1975), quizá su obra más ambiciosa y compleja, lleva al límite la exploración de los orígenes del ser nacional y la huella española.


Su prolífica pluma incluye títulos como La cabeza de la hidra (1978), novela de espionaje que trata sobre la corrupción en las esferas de la política mexicana, Gringo viejo (1985) que habla sobre la desaparición de un periodista estadounidense en el México revolucionario y Cristóbal Nonato (1987) que narra el Apocalipsis nacional en la voz de un niño que se está gestando.

Después continuaron títulos como Diana o la cazadora solitaria (1994), Constancia y otras novelas para vírgenes (1990), La frontera de cristal (1995), Los años con Laura Díaz (1999), La silla del águila (2003), Todas las familias felices (2006), La voluntad y la fortuna (2008) y Adán en Edén (2009), entre otras.

Su afición al cine le llevó a escribir guiones para numerosas películas como Las dos Elenas, El gallo de oro y Tiempo de morir, estas dos últimas en colaboración con Gabriel García Márquez, Un alma pura, Pedro Páramo e Ignacio. Sus novelas La cabeza de la hidra y Gringo viejo fueron llevadas a la pantalla grande por los directores Paul Leduc y Luis Puenzo respectivamente.

En materia de cuento, que Carlos Fuentes inició con Los días enmascarados continuó con obras como Cantar de ciegos (1964), Agua quemada (1983), El naranjo (1994), Inquieta compañía (2004) y Carolina Grau (2010), entre otros.

La obra de Carlos Fuentes incluyó ensayos como París: la revolución de mayo (1968), La nueva novela hispanoamericana (1969), Cervantes o la crítica de la lectura (1976), El espejo enterrado (1992), Nuevo tiempo mexicano (1994) y La gran novela latinoamericana (2011).

También escribió obras de teatro, entre éstas El tuerto es rey (1970) y Orquídeas a la luz de la Luna (1982), así como artículos publicados en diversos periódicos y revistas.

Junto con el colombiano Gabriel García Márquez, el argentino Julio Cortázar y el peruano Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes formó parte del llamado boom latinoamericano y fue reconocido con diversos galardones entre ellos el Premio Cervantes en 1987, el Príncipe de Asturias de las Letras en 1994, la Orden de la Legión de Honor de Francia en 2003 y la Gran Cruz de la Orden de Isabel La Católica en 2004.

Fue miembro del Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua, en 1976 obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia por Terra Nostra, en 1984 el Premio Nacional de Literatura de México, así como varios doctorados Honoris Causa por universidades como la de Harvard, Cambridge, la UNAM y la Freie Universität Berlin.

Carlos Fuentes falleció en la Ciudad de México el 15 de mayo de 2012 a los 83 años de edad y sus restos se encuentran en el Cementerio de Montparnasse, en París.

En su honor, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes creó el Premio Internacional Carlos Fuentes a la Creación Literaria en Idioma Español, que se entrega en forma bienal para distinguir al conjunto de una obra que haya trascendido por sus aportaciones a la lengua española con una bolsa de 250 mil dólares; y que en 2014 lo obtuvo el escritor nicaragüense Sergio Ramírez.

Con información de Conaculta

 


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