Elena, lo que escribe (segunda parte) / País de maravillas - LJA Aguascalientes
25/11/2024

La semana pasada les platicaba de una autora de principios del siglo XX que sigue maravillando a sus lectores, casi cien años después. Se trata de Elena Fortún, creadora del personaje Celia, quien podría ser antepasado espiritual de la Natacha de Luis Pescetti y de muchos otros personajes infantiles precoces, inteligentes e incapaces de soportar las injusticias. Comentaba que puede parecer extraño que tanto tiempo después sigan siendo libros empáticos e interesantes, a pesar de que nuestro mundo es tan distinto al que retratan. Sin embargo, esto se logra porque lo realmente importante de las narraciones de Fortún no son las descripciones de una sociedad que hoy ya no existe, sino el puente que se tiende entre la niña (o el niño, cuando es Cuchifritín, el hermano de Celia) que habla y el niño o la niña que lee. Por ejemplo, en un capítulo de Celia, lo que dice, ella sospecha que sus padres la han desheredado por portarse mal. Y sus reflexiones son tan actuales que se nos olvida la época en que fueron redactadas. Nos cuenta en primera persona:

 

“Con el pretexto de que manchaba el mantel y comía con los dedos, me habían castigado a comer en mi cuarto.

Tampoco mi cuarto era ya el mismo. Decían que gritaba, que cantaba, que arrastraba los muebles y que no dejaba trabajar a papá. ¡Tonterías! Por eso me pusieron junto a la habitación del ama, en la otra punta de la casa.

¡Ni patinar por los pasillos me dejaban!

—¡Esto es una tiranía insoportable! —dije yo, en el cuarto de costura—. Esta casa es mía lo mismo que de papá y mamá. Yo soy también ama de la casa.”

 

En esa historia, Celia consigue un objeto mágico que le va a conceder lo que desee (en este caso, que sus papás la vuelvan a querer) pero para que funcione ella tiene que ser muy buena. Así, deja de gritar, correr, cantar; pone atención en clases, obedece en todo y hasta le dan una medalla por su buen comportamiento en la escuela. Entonces, “mágicamente”, sus papás la devuelven a su habitación junto a la de ellos y vuelven a mimarla. Pero el papá, preocupado de que esté enferma, le pide que vuelva a ser traviesa. Así comprueba Celia que el objeto mágico realmente lo es. Y yo agradezco que la historia no termine con una leyenda en itálicas explicando que la única magia era el buen comportamiento, un blablablá que los lectores más jóvenes no necesitan porque lo entienden perfectamente pero prefieren reír con Celia que entrar al aburrido terreno de las moralejas…

Otra cualidad de los libros de Elena Fortún es que, entre risa y risa, la autora cuestiona muchas de las convenciones y de las injusticias sociales de su tiempo (muchas de las cuales, por desgracia, siguen existiendo). Así, por ejemplo, en Cuchifritín, el hermano de Celia, el niño conoce a un chico casi de su misma edad que trabaja como deshollinador y se va con él a aprender el oficio. Cuando sus papás lo encuentran y le dicen que eso de trabajar no es de niños, él los cuestiona sobre la diferencia que puede haber entre él y su nuevo amigo. O bien: en Matonkikí y sus hermanas, las primas de Celia, Pili y Miss Fly, cuestionan a su mamá cuando tratan de adaptarse a la vida en una familia que hoy llamaríamos “reconstituída”.


Por supuesto, no todos los libros de Elena Fortún son igual de buenos; supongo que en parte por la presión de su editor de entregar más y más material y en parte por las difíciles circunstancias que le tocó vivir a la autora: estaba a medio escribir las historias de Matonkikí cuando estalló la guerra, tiempo durante el cual se vio separada de su familia; y durante su estancia en Argentina se dedicó más bien a dirigir una biblioteca y a la promoción de la lectura (antes, a la par que creaba a Celia y sus amigos, estudió Biblioteconomía en el Instituto Internacional de Boston en Madrid). Por si eso fuera poco, en 1948, viaja a España con la intención de conseguir la amnistía para su marido y regresar ambos a su país. Ella logra su objetivo pero, mientras está fuera, su esposo se suicida en Buenos Aires. Con más razón vuelve a España, pero ahora se siente una extranjera en él. A pesar de ello, publica aún varios libros más que son un éxito. De esta época son los que tienen como protagonista a Mila, la hermana menor de Celia, y que recuperan la imaginación y vivacidad de los primeros, quizá al gozar Fortún de una situación más estable.

A pesar de ello, los tiempos difíciles cobraron su cuota aún a la distancia: Encarnación Aragoneses murió en 1952, a los 66 años, debido a una enfermedad respiratoria. Elena Fortún, en cambio, sigue ahí, esperando a sus nuevos lectores.

Este artículo apareció originalmente, en una versión más larga, en la revista Reflexiones marginales, en noviembre de 2013. Encuentras a Raquel en twitter: @raxxie_ y en su sitio web: www.raxxie.com

 


Show Full Content
Previous De la comedia a la tragedia / Divergencias y diferencias
Next Que la Nación se los demande / Ciudadanía económica
Close

NEXT STORY

Close

PAN y el cascabel al gato llamado INE / Gran elector

14/01/2015
Close