Hombres (y mujeres) que no tuvieron monumento / El hombre de la dedicatoria - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

Arrímate, retírate conmigo:

vamos a celebrar nuestros dolores

junto al árbol del campo que te digo.

(M. H.)

 

¿Cómo puede haber pasado al olvido alguien de quien el malogrado Miguel Hernández escribió “venía a mi huerto cada tarde de marzo, abril, mayo, junio…, andaba entre los romeros con prisa de pájaro, hablaba con atropello y su voz iluminaba más que los limones del limonero a cuya sombra y azahar platicábamos”? ¿Cómo puede olvidarse alguien con quien “se habían jurado , inclusive, que si uno de ellos llegaba a morir, el otro debería cavar la tumba del amigo desaparecido… Cuando llegó, ya había sido enterrado. Miguel, furioso, pretendió desenterrar a su amigo y cavar la nueva sepultura”? ¿Cómo puede ser nada más un nombre en dos dedicatorias, primero, en la de un poema que Hernández no recogió en libro, Insomnio, que propone “A Ramón Sijé. Por tener voluntad y ser levantino y soñador como yo” y, después, una de la más hermosas, e inolvidable desde la primera lectura, dedicatorias de la poesía en español: “En Orihuela, su pueblo y el mío se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería”?

José Ramón Rufino Justino Antonio Marín Gutierrez, Pepito Marín para los amigos más cercanos, tuvo la mala suerte de nacer en una lengua, el español, en un país, España, y en una generación, la del veintisiete, que no admiten autores menores. Además, nació en 1913, en la calle Mayor, en el número 27 de un pueblo de provincias, Orihuela, en Alicante, apenas a unos pasos de la casa natal de uno de los mayores poetas de la primera mitad del siglo XX, Miguel Hernández, con quien habría de mantener una amistad, con altibajos y distanciamientos, pero amistad durante toda su vida. Y, para colmo de males y mayor mala suerte, tuvo que morir uno de los peores días para hacerlo, un 24 de diciembre de 1935 a los 22 años.

Joven, no prodigio pero si inquieto e inteligentísimo, José Ramón Marín gana a las doce años, trece según otros autores, un concurso organizado por la revista Héroes y comienza, desde tan temprana edad a colaborar en la prensa con pseudónimos casi infantiles como Chas, Babbit o Rataplán, entre otros, hasta que da con el definitivo de Ramón Sijé, un pseudónimo que continuará en su propia familia cuando otro de sus hermanos, escritor también, Justino, decide llamarse a sí mismo Gabriel Sijé y su hermana, María Dolores, a la que se le conocerá como MariLola Sijé.


Católico irredento y conservador también irredento, José Ramón Marín Gutierrez pasará a la historia como el Ramón Sijé amigo tempranamente muerto de Miguel Hernández, un Miguel Hernández con el que comienza la amistad cuando el joven, ya publicado, tenía diecisiete años y el futuro poeta veinte, un 15 de marzo de 1930 en la presentación de una revista oriolana, topónimo de Orihuela, Voluntad. A partir de entonces, además del préstamo que Hernández le pide por intermediación de su amigo a don José Marín para poder regresar de su primer viaje a Madrid, será la literatura la que los una, tanto que en una dedicatoria de Raimundo de los Reyes en la revista Blanco y Negro aparecerán unidos sus, ya desde entonces, inseparables nombres como juntos están en el poema del también oriolano Manuel Cañizares: “Es el silencio el que me trae sus nombres, / Pepito, Miguel…”.

Y Ramón, aunque más joven, prestaba libros (San Juan de la CruzGabriel MiróPaul Verlaine y Virgilio) a Hernández y juntos acudían también a la tertulia del horno y tahona de la familia Fenoll donde Ramón conoce al amor de su vida, Josefina Fenoll, a la que Hernández dedica la Segunda Elegía a Ramón Sijé diciendo “En Orihuela, su pueblo y el mío se ha quedado novia por casar la panadera de pan más trabajado y fino, que le han muerto la pareja del ya imposible esposo”. Habría de unirlos también la presencia constante de trabajos del ya poeta en la revista que su amigo dirigía El gallo crisis (con el desafiante lema de “yo ya sólo tengo fe”) considerada la tercera en importancia del país, tras Revista de Occidente y Cruz y Raya, aún realizándose en un pueblito de menos de diez mil habitantes.

Y, a pesar de su religiosidad y filofascismo, Sijé, en palabras de Miguel Hernández, en dos artículos que alaban la figura del amigo muerto pero que igualmente podrían describir la juventud de su propio autor, no podía evitar “la tremenda pelea inacabable de sus pensamientos y sus sentimientos”, las violentas tempestades que originaron de continuo entre su corazón y su cerebro”, una lucha que resume perfectamente la condición humana, la verdadera condición humana: la contradicción.

¿Por qué un monumento para Ramón Sijé? Porque, al igual que con la temprana muerte de su “compañero del alma” nunca sabremos, aunque algo sepamos, de qué hubiera sido capaz Ramón Sijé, de hasta donde habría llegado su escritura. Porque hasta 1973 no pareció su primera publicación en libro, un ensayo antirromántico, La decadencia de la flauta y el reinado de los fantasmas. Y, sobre todo, porque ya en 1931 anticipaba que el siglo XX y este siglo XXI habrían de serlo de la vanidad, de los quince minutos de fama warholianos cuando escribía que “vivimos con poca intensidad nuestra vida interior. No teniendo en cuenta aquel dicho castizo del Quijote: ‘Sancho amigo, el conocerte saldrá el no hincharte’. Pero ¡que poco nos conocemos y como, Sancho amigo, nos hinchamos!”.

 


Show Full Content
Previous Avances en el caso Ayotzinapa: Conferencia de la PGR
Next La paz ciudadana / Opciones y decisiones
Close

NEXT STORY

Close

Amigos Pro Animal celebra su cuarto aniversario reconociendo a sus principales colaboradores

22/09/2013
Close