Embajada de México, Nueva Delhi, India. Mediados de la década de 1960. Los ojos cerúleos del diplomático, apodado en su juventud “el Lord Byron de Mixcoac”, voltean a ver el claro cielo. Súbitamente, lo asalta la añoranza y recordando las pláticas de su abuelo, don Ireneo, en las cuales le habla de la realidad que le tocó vivir, Octavio Paz escribe su “Canción Mexicana”:
“Mi abuelo, al tomar el café, / me hablaba de Juárez y de Porfirio, / los zuavos y los plateados. / Y el mantel olía a pólvora”.
El evento arriba narrado sirve como obertura al escribano quien -sin soslayar eventos internacionales tales como la victoria electoral en Brasil de Dilma Rousseff, la lucha contra el ébola, los combates contra el Estado Islámico en Irak y Siria, o la retirada angloamericana de Afganistán- pretende, utilizando la poesía de algunos de nuestros eminentes bardos, describir la realidad que vive nuestro país con motivo de los trágicos hechos de Iguala, Guerrero.
Para el diccionario Larousse, la poesía se define como el “arte de evocar y sugerir sensaciones, emociones e ideas mediante un lenguaje sujeto a medias, cadencias, ritmos e imágenes”.
En diversas décadas del México del siglo XX, rapsodas tales como Ramón López Velarde, Ricardo López Méndez, Efraín Huerta y Octavio Paz hablaron la realidad del México en el que se desenvolvieron.
Ramón López Velarde, oriundo de Jerez, Zacatecas, expresó en 1921 su visión intrínseca de México, en especial del México regional, en “La Suave Patria” diciendo que “la patria es impecable y diamantina” cuya “superficie es el maíz, / tus minas el palacio del Rey de Oros, / y tu cielo, las garzas en desliz. /Y el relámpago verde de los loros”.
En la postrimería del México posrevolucionario y en la aurora del Desarrollo Estabilizador, en 1940, el yucateco Ricardo López Méndez redactó su célebre poema “México, creo en ti”. Cuyo primer verso proclama: “México, creo en ti, / como en el vértice de un juramento. /Tú hueles a tragedia, tierra mía, / Y sin embargo, ríes demasiado, / Acaso porque sabes que la risa / Es la envoltura de un dolor callado”.
Asqueado por el encarcelamiento del profesor Othón Salazar y la represión del movimiento ferrocarrilero, acaudillado por Demetrio Vallejo y Valentín Campa, en abril de 1959, el guanajuatense Efraín Huerta, el Gran Cocodrilo, escribe “Mi país, oh mi país!”. Una de cuyas estrofas, repetida Ad nauseam en estos días sombríos, dice así:
“Luego la madre pregunta por su hijo / y la respuesta es un mandato de aprehensión. / En los periódicos vemos bellas fotografías / de mujeres apaleadas y hombres nacidos en México / que sangran y su sangre / es la sangre de nuestra maldita conciencia / y de nuestra cobardía. / Y no hay respuesta nunca para nadie / porque todo se ha hundido en un dorado mar de dólares”.
Sería, sin embargo, un hijo del México revolucionario, Octavio Paz, quien mesmerizado por la poesía náhuatl, redacta, en 1955, “el cántaro roto”, en el cual la patria ya no “es impecable y diamantina” ni “se viste de percal y de abalorio” sino que ha devenido en un erial.
Es por ello que el México envuelto en la dinámica, perversa y horripilante, de las fosas comunes, de las “cuevas de sangre” en Iguala, Guerrero, de las desapariciones forzadas, de las protestas estudiantiles -todo ello una mezcla de Tomóchic, Huitzilac, Tlatelolco, Aguas Blancas, Acteal y San Fernando- puede ser explicado desde la poesía emanada de “el cántaro roto”:
“¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de la fuente cegada? / ¿Sólo está vivo el sapo, / sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco, / sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?”.
Finalmente, la poesía, ese “eterno femenino” (Friedrich Nietzsche dixit), es, en este caso, un medio para transmitir emociones y sentimientos respecto a la situación de nuestra Patria y diagnosticar la realidad nacional, pero también para proclamar una vez más:
“México, creo en ti, / Porqué si no creyera que eres mío / El propio corazón me lo gritara, / Y te arrebataría con mis brazos / A todo intento de volverte ajeno, / ¡Sintiendo que a mí mismo me salvaba!”.
Aide-Mémoire.- Ofensivo que Tony Blair -el arquitecto de la invasión de Irak y responsable, junto con George W. Bush, el Texano Tóxico, de la muerte de más de cien mil civiles iraquíes- venga a dar sus recomendaciones a los empresarios de nuestro país.