A mediados del siglo XIII, durante el reinado de Alfonso X se redactó en Castilla un conjunto de normas conocido como las Siete partidas. El título 31 de la “Partida segunda” trata “de los estudios en que se aprenden los saberes y de los maestros y de los escolares”. Ahora, tras siglos de ideologías, opiniones y desencuentros acumulados; ahora que en nuestra universidad deambula el fantasma de la disputa me parece pertinente visitar las ideas del rey apodado el Sabio.
El Estudio -la Universidad- es, de acuerdo con la Ley 1: “[…] ayuntamiento de maestros y escolares, que es hecho en algún lugar con voluntad y con entendimiento de aprender los saberes”.
Fui alumno y profesor en la UAA, y trabajé de manera cercana con algunas de sus áreas administrativas. No existe una institución con la que haya creado más vínculos afectivos y profesionales, no existe una institución a la que quiera más, que me preocupe más y que me haya dado más que ésta. Por eso, ahora que como egresado sigo siendo parte de ella, no puedo más que ofrecerle algo; sobre todo porque estoy dispuesto a exigirle. Lo que mi Universidad me debe ahora es la preparación a conciencia de los futuros profesionistas, la formación completa de mis colegas, de mis contadores, mis abogados, mis médicos; me debe la tranquilidad de la academia y del alumnado. Y por lo tanto, le ofrezco lo que quienes fuimos alumnos podemos ofrecer. Los egresados podemos invitar a los alumnos a nuestras empresas a realizar sus prácticas profesionales, podemos organizarnos para constituir fondos de becas, podemos apadrinar a un estudiante con un porcentaje de su colegiatura -o encargarnos de la congelación de ésta cubriendo los aumentos que ocurran durante su estancia en la carrera-, ofrecer trabajo en horarios cómodos para quienes todavía estudian, dar nuestro voto de confianza a quienes recién se aventuran al mundo laboral y recomendarlos o contratarlos. También podemos asesorarlos, guiarlos y hacerlos sentir parte de una comunidad que los entiende y los apoya.
En su discurso de toma de protesta como presidente de los EE.UU., John F. Kennedy le decía a los ciudadanos: “no se pregunten qué puede hacer su país por ustedes, sino qué pueden hacer ustedes por su país”. Si bien todos los miembros de la Universidad tenemos cuentas que pedirle, defectos que señalarle y errores que achacarle, quizá convendría que primero le dijéramos -nos dijéramos- qué estamos dispuestos a darle. Quizá el diálogo sería más sencillo si como profesores nos obligáramos a faltar menos, a prepararnos mejor, a ser más justos, a impartir la mejor clase posible, a pedir menos permisos; o como investigadores ofreciéramos que nuestros artículos y libros serán originales, que no los haremos al final del año, sólo para cumplir con el requisito, que dejaremos de evitar dar clases, que no estaremos por horas en el café; o como administrativos mejoráramos los mecanismos para aligerar la carga económica para quienes no pueden pagar, pudiéramos ver que la estructura está al servicio de la comunidad universitaria y no ésta a la disposición de la estructura; o como alumnos nos obligáramos a entrar a todas las clases, estudiar con profunda pasión, enamorarnos de nuestra carrera, comprometernos a pagar si podemos y abogar siempre por quienes no puedan.
La Universidad Autónoma de Aguascalientes no es un sitio, ni los estudiantes solos, ni los maestros solos, ni las autoridades solas, sino un grupo de profesores y de alumnos que se han juntado porque están de acuerdo en que quieren compartir el conocimiento. Cuando surgen diferencias entre alumnos y autoridades, entre un grupo y su profesor, entre departamentos y rectoría, o entre distintas organizaciones estudiantiles, a ninguno de ellos corresponde el papel de la Institución, porque todos ellos la conforman. Ocurre entonces, si somos parte de la Universidad, que cuando la criticamos, nos criticamos; cuando le demandamos, nos demandamos. Si nos enojamos con ella, estamos enojados con nosotros. Y si le pedimos algo, es porque queremos brindarle algo. Pensemos primero en qué haremos por la Universidad y luego, con toda justicia, en qué le exigiremos.