Ricardo Castro, el último romántico del porfiriato / El banquete de los pordioseros - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Ricardo Castro fue el primer compositor de México, muy probablemente de toda Latinoamérica, en abordar un repertorio musical de gran formato, sobre todo en lo que se refiere al piano. Antes de él, la música hecha al sur de los Estados Unidos se reducía a sólo canciones o música de salón. Nadie antes de Ricardo Castro se había atrevido a ir más lejos, a abordar sin temor y con determinación el repertorio concertante, además de sus dos sinfonías, óperas o música de cámara, sin duda Ricardo Castro llevó muy lejos, hasta sus últimas consecuencias toda la gran música de concierto, claro, lo menciono sin ánimos de demeritar el trabajo de algunos grandes compositores como Felipe Villanueva o Juventino Rosas, anteriores a Castro, que, sin embargo, por alguna razón, no abordaron repertorios más demandantes y comprometedores en lo que a piano se refiere.

Vale la pena mencionar que la gran música de concierto encontró finalmente su decisivo desarrollo en México hasta bien entrado el siglo XX. Todos nuestros grandes compositores: Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, José Pablo Moncayo, Blas Galindo, por supuesto, Manuel María Ponce, Miguel Bernal Jiménez, Joaquín Gutiérrez Heras, Candelario Huizar, Hernández Moncada, José Rolón, Julián Carrillo, en fin, la lista sería, por fortuna, muy extensa, desarrollaron su propuesta musical, con toda su incuestionable riqueza y encanto, durante el siglo XX. Antes de ellos, Ricardo Castro ya se había interesado por trabajar en obras de gran formato, no sólo con canciones y música de salón, aunque ya anteriormente, durante el siglo XIX Melesio Morales había trabajado en la composición de algunas óperas, como por ejemplo, Cleopatra, Romeo y Julieta, Ildegonda, el Judío Errante, que está perdida, Carlomagno, que hasta la fecha no se ha estrenado, la Tempestad, perdida, aunque hay musicólogos que afirman que la partitura se encuentra en la Scala de Milán, Anita, algunas óperas que están inconclusas y la que posiblemente sea la más conocida, Atzimba, de 1901. Pero salvo sus óperas, y algunas piezas orquestales como La Sinfonía “Vapor” de 1869 o partituras sacras, como el oratorio: “Las Siete Palabras de Cristo” (no confundir con el oratorio del mismo nombre de Franz Joseph Haydn), la producción musical más vigorosa en términos de música de concierto, se consolidó en México durante el Siglo XX.

Posiblemente Ricardo Castro fue el primer compositor mexicano en abordar todos los repertorios, el género concertante, escribió dos, el de cello, y el de piano, de inconmensurable belleza y piedra angular en la estructura concertante de nuestro país. Dentro del género sinfónico escribió dos sinfonías y un poema sinfónico, “Oithona”, cinco óperas, además de la orquestación de la ópera “Zulema” de Ernesto Elorduy, y claro, una muy generosa producción para música de piano, valses, música de salón, mazurcas, canciones, minuettes y otras muchas formas de igual importancia.

Ricardo Castro apareció en la gran música de concierto, justamente en la transición de los siglos del XIX al XX, cuando en nuestro país se estaba en la búsqueda de una sólida identidad nacional que vendría a consolidarse finalmente a mediados del siglo pasado, principalmente en las pinceladas musicales de Manuel M. Ponce y otros contemporáneos suyos que terminaron por definir con intensos y finos trazos el perfil de lo que con toda puntualidad podemos y debemos llamar “nuestra música”, y por supuesto que no me estoy refiriendo al mariachi, cuya concepción actual obedece más a intereses de la mercadotecnia que a una honesta y verdadera identidad nacional.

Pues bien, el motivo de toda esta distraída e improvisada disertación acerca de los orígenes de la gran música de concierto en México es porque en este 2014 se han cumplido 150 años del nacimiento de Ricardo Castro, llamado el último romántico del porfiriato, y bueno, si con todo gusto, justicia y regocijo recordamos los 150 años del nacimiento de Richard Strauss, sin lugar a dudas, un referente de la ópera y del poema sinfónico en el Siglo XX, ¿por qué no recordar a una de las más grandes glorias, una verdadera joya de la corona de la música de concierto en México, como es el caso de Ricardo Castro? Además, su célebre Concierto para Piano y Orquesta se estrenó hace 110 años, recuerdo una versión muy afortunada que ofreció la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes hace ya algunos años en el Teatro Morelos, con la participación solista del maestro Rodolfo Ritter, posiblemente, junto con Eva María Zuk, la mayor autoridad para este concierto. Así pasa, ¿no te parece?, hay concertistas que quedan ligados a una obra de manera indisoluble, por ejemplo, Horowitz con el tercero de Rachmaninov o aquí en México, Guadalupe Parrondo con el primero de Tchaikovski.

La admiración que el maestro Ricardo Castro sentía por Chopin lo llevó a cultivar con gran intensidad obras para pianos solo, dedicó grandes páginas a las Mazurcas y polonesas, pero dentro de toda esa inagotable producción pianística destaca especialmente este concierto para Piano y Orquesta, primero en México. Es una obra de impresionantes pasajes virtuosos en donde mezcla con un equilibrio muy convincente los elementos afrancesados, típicos del México del porfiriato, pero sin ignorar las tradiciones folklóricas de nuestro país, es decir, es quizás, la primera obra de carácter nacionalista que encontramos en el repertorio concertante mexicano. Retomando el asunto de su admiración por Chopin, el tercer movimiento de este concierto compuesto hace 110 años, es una polonesa de enormes exigencias para el intérprete. Es un concierto que en un contexto internacional, podemos considerar como de un romanticismo tardío y un definitivo referente, un parteaguas en la música mexicana de concierto.

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