Avándaro, bajo el sol y frente a Dios / El banquete de los pordioseros - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Fue el 11 de septiembre de 1971, de esto hace ya 43 años. Sucedió sólo tres meses después de la masacre de lo que hoy conocemos como “La matanza del Jueves de Corpus” o simplemente “El Halconazo”, perversa estrategia paramilitar diseñada el 10 de junio de 1971 para sofocar las manifestaciones estudiantiles en la Ciudad de México, concretamente en el Casco de Santo Tomás en apoyo a la huelga estudiantil orquestada por los alumnos de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Sí, apenas tres meses después este vergonzoso evento se organiza un gran festival masivo cerca del lago de Valle de Bravo, en Avándaro, Estado de México. No deja de ser sospechosa esta situación, recuerdo ahora una publicación muy bien documentada que lleva el nombre de “Aliviane o Movida” y que fue escrito por Vicente Anaya, Eligio Calderón y José Luis Fernández, en donde se analiza a detalle este suceso, y es que da en qué pensar, sólo tres meses después del “Jueves de Corpus”, se pretende dar la vuelta a la página y autorizar la organización de un evento masivo, y más aún, un festival de rock. ¿Cómo es posible que suceda esto?, ¿fue la cara sonriente y amable del gobierno de Luis Echeverría para buscar una reconciliación con la juventud mexicana, concretamente la juventud del Distrito Federal? O todo esto fue un maquiavélico plan, y para entender claramente el término “maquiavélico” vamos a la Real Academia Española de la Lengua para no tener dudas: “medio de proceder con astucia, doblez y perfidia para conseguir sus objetivos o llevar a cabo sus planes”. Así que aludiendo a Nicolo Maquiavelo, diríamos que la lógica que imperó en ese momento fue: “El fin justifica los medios”, no importa si para aplacar los ímpetus juveniles fuera necesario permitir un festival masivo de rock.

            Lo que hace que dudemos de una actitud totalmente desinteresada de parte de las autoridades de la época, es lo que vino después, una persecución implacable en contra del rock y todo lo que tuviera que ver en él. Primero fueron totalmente permisivos, para después exhibir públicamente a aquellos jóvenes que cayeron dócilmente en la trampa. Los periódicos del día siguiente al festival, revistas y otros medios, condenaron el festival como si aquello hubiera sido un aquelarre, un ditirambo dionisiaco, señalando con dedo acusador a la juventud mexicana, presentándola como una pandilla de viciosos e inmorales, como algo que debía ser eliminado y borrado de la faz de la tierra. Después de la celebración del Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, vinieron años muy complicados para el rock, la prohibición fue total, no sólo para la celebración de conciertos masivos, sino que también se prohibió su difusión en los medios de comunicación, las estaciones de radio tuvieron que sacar de su barra de programación todo aquello que fuera en inglés o tuviera la más mínima insinuación de rock. Surgieron así los llamados “hoyos funkies” en donde se tocaba rock pero teniendo todo dispuesto por si llegaba la policía, salir corriendo y buscar otro lugar propicio. No sé, como que todo obedeció a un guión, a una estrategia perfectamente planeada, lo principal era impedir a toda costa la reunión pública de personas menores de 30 años, y menos si el punto de convergencia era el rock.

            Artísticamente hablando, el Festival de Rock y Ruedas de Avándaro, que por cierto, lo de las ruedas, una carrera de motos, se canceló por motivos de seguridad, reunió a 12 bandas de rock, algunas de las más importantes del momento, como los DugDugs que abrieron el festival, continuó El Epílogo, La División del Norte, Tequila, Peace and Love, El Ritual, Bandido, Los Yaki con Mayita Campos, Tinta Blanca que originalmente se llamó “White Ink” con un uso interesante de los metales al estilo de Chicago. Después apareció en el escenario El Amor y cerró el domingo cerca de las 9 de la mañana El Three Souls in my Mind de Alex Lora que como sabemos, después se convirtió en simplemente en El Tri. En cuanto a la asistencia, no hay un dato confiable, algunos documentos hablan de 10 mil personas, otros se aventuran a decir que fueron 250 mil.

            Entre las más importantes ausencias, podemos citar a Javier Bátiz, que al parecer, por no llegar a un acuerdo de dinero, no se presentó. Tampoco asistió la Revolución de Emiliano Zapata o La Tribu, que sin duda, le hicieron falta al festival. Lamentablemente, por una de esas razones que uno no entiende, no existe un documento al que podemos llamar “oficial” de este evento, el más importante celebrado en territorio nacional. La documentación a la que tenemos acceso, es de carácter, digamos “Bootleg”, evidencias realizadas con cámaras y micrófonos caseros sin un trabajo profesional de grabación y edición, pero que son suficientes para darnos una idea clara de lo que fue este festival masivo, nuestro Woodstock, nuestra versión de la Isla de White. Posiblemente un poco fuera de tiempo, en ese momento, 1971, en Estados Unidos y el Reino Unido, los grandes festivales ya eran historia y el espíritu hippie ya había sido sepultado. En México, ante la posibilidad de un festival masivo de rock, no se podía dejar pasar la oportunidad, aunque en esencia fuera resultara anacrónica.

            Ahora los festivales son organizados y promovidos por las televisoras y estaciones de radio comerciales, finalmente se dieron cuenta que el rock es un gran negocio, pero de esta manera, los actuales festivales son ya parte del “establishment”, son eso contra lo que los jóvenes que vivieron Avándaro “bajo el sol y frente a Dios” parafraseando al grupo El Ritual, lucharon incansablemente.

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