“Amor de lejos, felices los cuatro” es una frase que muestra las normas del amor romántico, fenómenos relacionados al ejercicio de la sexualidad y la idea de posesión de la pareja; pero las relaciones erótico-afectivas a distancia cada vez son más visibles, debido a transformaciones en el mercado laboral y el desarrollo de medios de comunicación; y aunque los temas relacionados a las emociones pueden considerarse banales o, al menos, de carácter individual, lo relacional al amor es algo social, político e incluso económico.
La migración ha generado cambios en las dinámicas afectivas y familiares, produce tensiones en el hogar de quienes se quedan, aunque también oportunidades de desarrollo, como la jefatura femenina, aunque también otras problemáticas. En el libro “Lo social de lo sexual. Algunos textos sobre sexualidad y desarrollo”, se abarca este amplio espectro, donde la migración (re)configura ideas sobre lo heterosexual cuando los hombres emigrantes se enfrentan al hambre de piel, el control del tiempo libre en granjas de agricultura de Canadá para evitar el contacto sexual y embarazos, la falta de conciencia sobre enfermedades de transmisión sexual ante el goce corporal como algo indispensable, entre otras discusiones que muestran la importancia del análisis de la sexualidad, lo corporal y el afecto en ámbitos que parecen ser sólo del dominio de la política y la economía. Sin embargo, con el desarrollo de las tecnologías de comunicación, ¿es posible fortalecer los lazos afectivos a distancia?, de ser así, ¿en qué beneficiaría a lo colectivo?
En el tema de la emigración, el acceso a internet y el conocimiento para utilizar dispositivos tecnológicos permitirían una mayor interacción, vigilancia del hogar de procedencia y posibilitaría prácticas eróticas mediadas. Sin embargo, el fenómeno de emigración ilegal suele presentarse en estratos económicos bajos con pocas oportunidades para emplear recientes medios de comunicación, mientras que algunos esquemas culturales inhiben la experimentación sexual a distancia, en especial en las mujeres, quienes además se enfrentan al incremento de actividades laborales al interior y exterior del hogar, por lo que la energía que queda es poca como para preocuparse por avivar la llama erótica.
Por otra parte, el mercado laboral y situaciones económicas han impulsado los traslados, tanto familiares como personales, a otras ciudades, por cortas y amplias temporadas; lo cual pone en un juego psico-social a quienes tienen una relación afectiva. Si bien las amistades pueden nutrirse y perdurar en la distancia, las relaciones románticas se diferencian de los vínculos de amistad por las prácticas sexuales, aunque no niego la posibilidad de acuerdos entre amigos y amigas como mecanismos de satisfacción recíproca en diferentes niveles; además de que el amor ha planteado la idea de pertenencia, de posesión, por lo que los celos y la idea de la exclusividad sexual generan conflictos personales que también son alimentados por círculos sociales cercanos y la idea idílica del amor eterno, único, monógamo, cercano, cohabitacional, etc. Ante ello, se suele expresar la frase “amor de lejos, felices los cuatro”, pero, ¿qué tanto se niegan otros tipos de amor?, ¿qué tanto se justifica el deterioro del afecto con la distancia?, y ¿qué problemáticas y oportunidades presenta el cariño a distancia?
Durante una de mis relaciones, las migraciones temporales eran frecuentes por cuestiones laborales y de desarrollo profesional, por lo que la posibilidad de relaciones sexuales fuera del noviazgo era un tema que generaba conflictos, algunos manifiestos y otros guardados bajo llave; pero otros de los pensamientos ante la distancia era la posibilidad de pérdida, si la pareja encontraba a alguien más que lograra no sólo llamar la atención por su cuerpo, sino de forma afectiva e intelectual; lo cual es un tema que poco se conversa entre pareja, en principio debido a la idea de posesión (cosificación), por lo que lo alarmante es la infidelidad sexual (considerando la monogamia como acuerdo previo), mientras que plantear la posibilidad de cambios de afecto es una ofensa a la idea del “para siempre” romántico, y a causa de ello se evita ponerlo a la mesa, a pesar de que es probable, aun se viva en el mismo hogar. Es cierto, plantear la caducidad del afecto como un final alternativo al idealizado es difícil, pero, el considerarlo por reconocimiento a la libertad de la otra persona, podría reducir colisiones personales, prácticas autodestructivas y depresiones, que también merman en el rendimiento escolar, laboral e impulsan enfermedades desarrolladas por procesos químicos de adrenalina, cortisol, entre otros elementos.
Antes de que una de mis relaciones se diera por finalizada, mi pareja tuvo que irse a radicar a Guadalajara, y yo había iniciado un proceso personal de análisis sobre las estructuras afectivas y sexuales gracias a la academia, por lo que plantee una relación abierta, lo cual nunca se determinó como pacto; mientras que mi traslado a otra ciudad se quedó como proyecto sin fecha determinada. Debido a esto, seguí considerando la monogamia y el enfocarme a mis actividades profesionales. Las visitas fueron pocas, las llamadas y videollamadas sin citas previas, y en el momento en que se terminó la relación asumí la culpa por no haber controlado las interacciones y creer haber perdido plusvalía en el mercado tan amplio del amor. Lo cual implicó excesos alimenticios, sexuales, descuidos corporales y una productiva ira. Sin embargo, el cuestionar los afectos y la sexualidad me permitió entender que simplemente la relación se había fracturado con anterioridad y la migración sólo ofreció esos espacios de reflexión, reconocimiento y disfrute de la libertad y deconstrucción del afecto-posesivo.
Algunos terapeutas han planteado que en las relaciones a distancia es necesario: estipular reglas sobre visitas y fechas límites para la cohabitación como meta concreta, al menos la residencia en la misma ciudad en algún momento; prácticas sexuales a distancia, que han incrementado sus posibilidades ante nuevas plataformas de comunicación más allá de la masturbación por vía telefónica; además de que en el momento de encuentros sexuales presenciales se superen las expectativas de las tele-sexuales. Sin embargo, estos argumentos parte del mismo monolito del amor posesivo e inflexible, ¿en realidad las relaciones a distancia están destinadas a fallecer de forma prematura? Tal vez no, pero requiere de una gran fuerza de voluntad para deconstruir años de normatividades e incluso expectativas personales.
Debido a una mayor individualidad, flexibilidad laboral y exigencias de traslado y capacitación profesional; las relaciones afectivas y eróticas a distancia son cada vez más una constante de múltiples niveles, tipos y temporalidades. No es de sorprender que, ante la idea de la reducción de distancias con nuevos medios de comunicación, y menos posibilidades de tener un trabajo estable, la idea del amor se reestructure. Por ejemplo, el sexting, el publicar fotografías con semidesnudos o “sexys” en medios sociales como Twitter y Facebook es una forma de publicidad corporal cada vez más común entre jóvenes, y no implica la búsqueda de sexo, sino que se trata de una guerra emocional por el amor en los tiempos de la sociedad de la información; mientras que otras personas optan por el coqueteo aunque no existan intenciones de generar un vínculo específico, pues es una forma de venta de la personalidad en espera de localizar a esa pareja, triareja o lazo erótico-afectivo-intelectual que como seres humanos buscamos.
Estos son sólo algunos apuntes respecto a una de las tantas aristas del amor, que no sólo es una experiencia individual, sino también social, política y económica que debe ser analizada y que incluso puede generar herramientas para el desarrollo de políticas públicas; y no me refiero a estrategias de poder para asegurar la reproducción de la especie ante la desaparición de “La Familia”, como muchos conservadores han promocionado en sus discursos respecto al amor; sino a la identificación de problemáticas relacionadas, en especial, con el desamor y el abandono, para evitar conflictos por mal-estares que repercuten en la productividad laboral y educativa, en la salud, y por ende en lo económico.
Si aceptáramos la libertad de las y los otros, la flexibilidad afectiva y sexual, así como el desencanto, tal vez sería posible educar con recursos emocionales para evitar suicidios, obesidad, anorexia, depresiones e incluso la violencia por el “deber estar juntos”, como en algunos casos de feminicidio. Por supuesto que estos planteamientos son difíciles de llevar a cabo y experimentar; en lo personal, me costó años el permitirme sentir y disfrutar de nuevo este afecto, además cuesta trabajo el gobernarse ante los celos y evitar prácticas de posesión que en muchas ocasiones son imperceptibles; pero el llegar a un cuestionamiento profundo de lo aprendido permite avanzar hacia nuevas prácticas de compañerismo, crecimiento mutuo, libertad de expresión y vivir el ahora, que no implica postular una fecha de caducidad y mucho menos una falta de compromiso, sino el generar inteligencia emocional para que si la convivencia llega a pesar, el amor emigra o simplemente algo se fractura, la concordia entre los pares (o cuantos se unan) continúe o se reestablezca tras un duelo muy breve; lo cual también beneficiaría en situaciones de divorcio para reducir la violencia durante juicios, e incluso minimizaría el costo emocional para (si los hay) las o los hijos de alguna relación que concluye, pues no estarían observando que el mundo les escupe a la cara que su familia “fracasó” porque sus progenitores no son pareja, porque no pudieron aguantarse a vivir juntos sin interés o incluso, por no soportar el odio entre ambos.
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