Es de llamar la atención cómo crece la intensidad y el tono de las imágenes que saturan a diario nuestros órganos sensoriales, y son amplificadas por los medios masivos de comunicación. Aventuro mi opinión de que su incremento no ocurre de manera gradual y uniforme como sucede con el espectro de colores del arcoíris -que va del infrarrojo al ultravioleta, en bella y armoniosa sucesión- formando un continuum; el cambio al que me refiero se va dando en saltos cualitativos, provocando que las mesetas o estadios de una magnitud determinada, ya sean de duración corta o larga, transiten abruptamente a otra, precisamente rompiendo la continuidad, para incrementar su cantidad e intensidad.
Así lo percibimos, para comenzar, en la esfera de la política. Acabamos de iniciar este mes patrio, con las imágenes del Presidente de la República con motivo de la presentación de su segundo Informe de Gobierno, que se ha desplazado del recinto sacrosanto del Congreso de la Unión, a los patios centrales del Palacio de Gobierno de la República, bajo el pretexto de salvaguardar la dignidad de la institución presidencial -que no necesariamente de la persona, como dicen algunos- y que en pasados sexenios fue duramente cuestionada, vilipendiada y aun puesta en asedio por partidos de oposición y grupos inconformes con el régimen presidencialista que nos rige.
Pues bien, ese contraste de percepción entre la movilización y manifestación otrora echada a las calles de ciudadanos en masa, con actitud beligerante y vociferante, en ocasiones destructora de equipamiento urbano, y de locales, comercios y bancos privados y la egregia figura del Presidente, entronizado en escenarios construidos ex profeso; con escenografía efímera, pero guardando trazos de elegancia, buen gusto y sobriedad republicanas, cargados además de sonoramas alusivos al contenido, pretenden destacar los alcances y logros de la Administración en turno. Una ceremonia laica del Estado que hace encomio del esfuerzo de la Nación por acceder a estadios del desarrollo por venir, que ya están aquí, pero todavía no.
Contraste que sin duda deja perplejos al resto de los ciudadanos comunes que perciben ambos espectáculos como contradictorios y, por ello, con mensajes ambiguos y equívocos. Ambiguos porque los símbolos con que los representan, ni son la revolución social que parecieran encabezar los grupos disidentes, como tampoco es el olimpo prístinamente republicano de que la Presidencia hace ostentación solemne. Equívocos, porque son signos que no traducen un único significado, sino que pueden tener tantas líneas significativas cuantos intereses reales poseen sus portadores. De manera que la citada percepción ciudadana queda expuesta a una sobre-saturación de símbolos, cuyos impactos en la opinión pública pueden valer como transmisores de tantas líneas diversas de significado, cuantas se quieran ver en las conductas expuestas. Es algo así como una onda expansiva global de imágenes visuales, auditivas y multisensoriales, sin destino ni receptores precisos a impactar.
En el caso presente, el Presidente Enrique Peña Nieto ha hecho pública ostentación del logro obtenido por las reformas estructurales inducidas y realizadas por su gobierno, con el fin de indicar el nuevo rumbo por el que han de conducir al país en el futuro que viene, poniéndolo, ahora sí, en movimiento; uno que ahora sí potenciará el crecimiento económico y, por tanto, el bienestar general de todos los mexicanos. En contraste, el bullicio de las masas que es amplificado por los medios masivos de comunicación, expresa una de las calificaciones registradas más bajas de aceptación de la figura presidencial y de sus pretendidos logros; ello pese a la igualmente masiva propaganda favorable orquestada por los grupos de interés y probables beneficiados de las susodichas reformas.
En síntesis, percibimos una multi-diversidad de flechas significativas arrojadas al aire, sin destino preciso, y que por ello pueden ser indicativas de tantas significaciones cuantas se quiera imaginar el receptor de las mismas. Entonces, quedamos en que el salto cualitativo de la meseta anterior de estancamiento a la nueva meseta del movimiento/crecimiento generalizado, no se da en línea de continuidad con el pasado, sino por brinco o asalto abrupto de un nuevo estadio que da acceso al progreso para todos, gracias al nuevo ideario social de la transformación y el cambio radical en las esferas social, económica y política.
En otra esfera, probablemente más delicada de nuestra cultura dominante, se reproducen los símbolos más complejos y más profundos de nuestra interpretación significativa: la sexualidad y el sexo.
Al respecto, sí es de notar que en este ámbito los signos producidos portan contenidos cada vez más audaces -si los queremos llamar así- o mejor dicho más permisivos, laicizantes, autonomizantes y, ambiguamente, empoderadores de las personas. Me refiero sobre todo a la tendencia temática de la nueva filmografía y a los videos multimedia que difunden los nuevos hits de la canción, en general; no necesariamente exclusivos a la llamada cultura pop, sino a todo lo que encierra la difusión de propuestas inéditas de “estrellas” de nuevo o viejo cuño.
Sin que llamemos a escándalo o a la tan sobada mojigatería de las valoraciones tradicionales acerca de la percepción del sexo y de la sexualidad, estamos percibiendo cambios rápidos y cualitativamente diferentes tanto en el tono como en la intensidad con que se maneja este tema central de la sexualidad. Al respecto, sí siento mi deber intelectual de disentir abiertamente con aquellas instituciones y con aquellos individuos sobre todo instalados en la Política, para quienes la Ética o la Bioética constituye un referente para la vida exclusivamente personal y para mentes menos evolucionadas que las supuestamente suyas. Esta postura, desafortunadamente muy generalizada, pretende pasar el mensaje de que en materia de Moral y Costumbres ellos, los pro-hombres o pro-mujeres del siglo –entiéndase radicalmente seculares-, son seres formados aparte, cuyo albísimo plumaje no se ensucia a pesar de transitar por pantanos de fango y suciedad. Esta pretensión, aparte de ser una pedantería sin fundamento histórico e intelectual sólido, resulta en una balandronada tan vacía de contenido como de fundamento en la realidad. Todos los seres humanos compartimos la complejidad subyacente a los signos físicos del sexo y a la ambigüedad intrínseca de los símbolos que traducen la vivencia de la sexualidad personal e interpersonal.
Lo que deseo constatar es el cambio perceptible operado por estas mediaciones de la comunicación masiva humana, para transmitir imágenes de “estrellas” en poses o en secuencias fílmicas bajadas comúnmente por “streamings” multimedia, cuyo contenido es crecientemente erótico, de presentación explícita del sexo o de alusiones al intercambio sexual, coreografiado de manera cada vez más sugerente y ya, prácticamente, sin alusiones veladas, sino presentadas con escenas que se acercan a los puntos límite entre la sensualidad humana artísticamente expuesta y lo pornográfico.
No me escandaliza, ni por tanto es el motivo de mi reflexión, el que en una sociedad global cada vez más secularizada, permisiva y explícita tanto en los contenidos como en la temática sexual en general, se haga pública ostentación de esta capacidad humana natural, sino que se modalice intencionalmente la escenografía erótica, con el fin comercial de vender más que la competencia, a costa de explotar el morbo popular mediante propuesta de videos que privilegian la exposición ya casi irrestricta de lo genital sobre lo sexual y las actitudes francamente porno de los personajes por encima de lo auténticamente erótico.
Revise usted, si no, los videos que observábamos en los años setenta, plena revolución sexual y contra-cultural, en que reivindicaba la libertad sexual y de expresión personal, con los videos que ahora se exhiben sin restricción alguna de intérpretes y actores, cuya presentación pública es cada vez más en desnudo explícito y con un mensaje fílmico de provocación explícita a la genitalidad y el coito simulado. Se está haciendo costumbre el exhibir a mujeres en insinuantes parejas que no tan sólo interpretan y bailan una melodía, sino que se ofrecen caricias eróticas cada vez más explícitas y portadoras del deseo sexual-genital
No deben intimidar estos mensajes cada vez más descarnados de la sexualidad humana, sino alertar a nuestras familias de la altísima vulnerabilidad en que posicionan a niños, adolescentes y jóvenes adultos acerca de una vivencia íntima que están procesando, aprendiendo a aprender, y cuyas herramientas de interpretación están aún en ciernes o todavía endebles para enfrentar este grado de ambigüedad y equivocidad interpretativa. Bien lo han dicho connotados expertos en sexología y antropología, el sexo es un continuum de carga y descarga; si se satura de carga sexual, necesariamente tenderá a su descarga correspondiente. Quien pueda y quiera interpretar este mensaje, que lo haga, y que no se llame a escándalo.