La semana pasada Leo Zuckermann, uno de los personajes más influyentes en el ámbito político, intelectual y también en la farándula, publicó en el Excélsior un texto que cuestionaba la pertinencia del Fondo de Cultura Económica (FCE). En éste, el conductor de televisa defendió la tesis de que subsidiar con dinero público al FCE no tiene sentido, que es preferible focalizar esos recursos en los pobres, quienes -según entendí- no leen.
Aunque sé que este texto quizá no llegue a la élite que rodea a Zuckermann, argumentaré en contra de su tesis.
Los argumentos que se exponen en la columna, proceden de alguien cuya formación es producto de la desigualdad que actualmente se vive en México, en América Latina en general. Una persona cuya cuna, a diferencia de la mayoría de los mexicanos, le aseguraba un capital social y cultural superior. Este capital heredado le sirvió para estudiar en una buena universidad y posteriormente especializarse en Estados Unidos e Inglaterra, adquiriendo ahí una formación neoliberal.
El neoliberalismo, más que promover el libre mercado, promueve interiorizar el funcionamiento del mismo en todos los individuos. Bajo esta lógica, nace la focalización como un instrumento para individualizar a las personas. Así, es más fácil darle y quitarle al categorizado como pobre oportunidades de desenvolverse en libertad.
En su texto, el personaje en comento hace una “revelación pública” señalando que sólo los ricos y la clase media leen. Por ende, argumenta, pierde sentido seguir gastando dinero público en una institución como el FCE, que sólo beneficia a la élite, su élite.
Agregaba que es mejor focalizar esos recursos en programas sociales que beneficien a los más pobres, dejar en el libre mercado los libros y la promoción de la lectura. Para Zuckermann -según mi interpretación- los pobres no tienen inquietudes intelectuales, por ello es imposible pensar que, en esta categoría, decil o quintil, alguien tenga las ganas de leer, comprender y aprender.
El transcurso de los años, nos ha mostrado que el libre mercado segrega y atenta contra la cohesión social. Claramente las editoriales de libros no tienen incentivos para facilitar -y promover- el hábito de la lectura a los sectores que menos tienen; éstas, por naturaleza, buscan el lucro, la ganancia. Sin ningún complejo, debemos reconocer que para las editoriales privadas quien no tiene dinero suficiente para pagar, no tiene acceso a un libro.
Entonces, absorbiendo la necesidad de desconcentrar el conocimiento, el estado mexicano interviene con el objetivo de universalizar la lectura, para que alguien “no élite”, como por ejemplo mi abuelo o mi papá, pudiesen leer a Max Weber por primera vez.
A mi parecer, los 238 millones que el autor de la columna señala se gastan en el FCE son pocos. Hay que mantener al FCE. Es más, hay que gastar más en programas universales que acerquen la lectura, y la cultura en sí, a todos los mexicanos. Hace falta que los libros que publica el FCE cuesten menos, hacen falta más programas públicos que acerquen la lectura a todos los mexicanos. Esto es responsabilidad del estado mexicano en el ámbito que lo queramos analizar, ya sea en quintiles, deciles, o cualquier otra categoría usada para contar y focalizar la pobreza, la clase media y la clase alta.
La lectura es un bien público, universal, al que nadie tiene el derecho de arrebatarnos nuestra inquietud y ganas de acceder.
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