No por gritar más fuerte tienes más razón. Tal vez haya que vociferar esta frase, gritarla más fuerte para que pueda oírse por encima de quienes se adueñan del megáfono. Ya casi no se conoce ese aparato que generalmente servía para que alguien pudiera dirigirse a las multitudes. Hoy se utiliza para eso un micrófono. Tanto el micrófono que se conecta a bocinas y altavoces para hacerse oír en espacios públicos, como el que se usa para difundir por el espacio electromagnético para hacerse oír mucho más lejos, al igual que la prensa escrita y las imágenes por televisión, internet y anuncios espectaculares son actualmente los medios que mayoritariamente utiliza el gobierno para decir su opinión y visión de la verdad.
Desde hace ya varios años la propaganda oficial domina en México los espacios publicitarios. Pero el fenómeno no es nuevo ni exclusivo de nuestro país. En la década de los años 30 del siglo pasado, Goebbels, el ministro de propaganda del gobierno nacional socialista de Adolf Hitler, utilizó el poder de la propaganda, acaparando todos los medios de comunicación y restringiendo a las voces opositoras, para convencer al pueblo alemán de ir a la guerra con el engaño de la supremacía de la raza aria. El propio Goebbels reconocía: “repite una mentira miles de veces y se convertirá en verdad”. La estrategia consistía -y consiste- en tomar como base una verdad incontrovertible y fácilmente comprobable, para ligarla a un concepto que no necesariamente es verdad, pero que conviene a quien difunde la idea. A partir de allí, todo se construye a partir de repetir insistentemente dicho concepto utilizando de manera abrumadora los espacios públicos -físicos y virtuales- destinados a la comunicación.
La ola que condujo al mundo, a partir de la década de los 80, al “Nuevo Orden Mundial”, NWO por sus siglas en inglés, utilizó esta misma estrategia para los propósitos que benefician a una muy pequeña cantidad de personas y corporaciones. Gran parte de la humanidad en el mundo occidental ha cedido su soberanía y ciudadanía económica al asumir mansamente actos de consumo que benefician al cártel del petróleo, a las grandes compañías químico-farmacéuticas y la industria global de los alimentos.
En México, el fenómeno del megáfono que subsume a su verdad cualquier otra opinión distinta a la oficial, se acentúa en época del “Informe Presidencial”. Este año, gracias al poder de los fortalecidos monopolios de las telecomunicaciones, sabemos que México es el primer exportador mundial de pantallas planas y el cuarto exportador de automóviles del mundo. Pero ignoramos que para lograrlo, los salarios han perdido, en promedio, casi la mitad de su valor adquisitivo en tres décadas. Ignoramos que al no ser propietarios de las patentes y marcas de lo que se exporta, dado que en México sólo se maquilan, la riqueza generada por la actividad exportadora no se queda en el país. Al vociferar lo obvio, se esconde lo importante: que habiendo transformado nuestra planta productiva para servir a las empresas trasnacionales a ensamblar sus productos, hemos perdido la capacidad de aprovechar nuestros propios recursos para producir el con valor agregado que antes se quedaba en el país.
El poder del megáfono se acentúa cuando los ciudadanos no tenemos espacio para debatir, cuestionar, proponer, participar. Nos inundan con mensajes de que México ha cambiado y se mueve gracias a las reformas que el gobierno ha promovido, pero no nos dicen por qué, ni cómo, ni hacia dónde se mueve.
Con el principio del megáfono aplicado a las redes sociales, sabemos que los legisladores en este país ganan mucho dinero y dilapidan grandes sumas en fiestas. Y con ello pretenden convencernos de que para reducir el gasto que representa al erario público el poder legislativo, es necesario reducir el Congreso quitando a los 200 diputados plurinominales.
Resulta sorprendente cómo una enorme cantidad de ciudadanos son convencidos, con un “tuit” o un correo electrónico, de que con un simple reenvío a todos sus contactos, cualquiera puede asumir el patriotismo de colaborar en la eliminación de la figura de legisladores por el principio de representación proporcional. El megáfono ya tiene millones de replicadores gratuitos que, sin darse cuenta, con sus mensajes reenviados están coartando su propia libertad y reduciendo espacios de representación legislativa a las minorías que, sumadas, son mayoría.
Con el megáfono a todo volumen, no caemos en cuenta que los ciudadanos ya podemos tener acceso a mecanismos que obligan a servidores públicos a rendir cuentas. De eso no se habla; para difundir clases de civismo, fortalecer la cultura ciudadana y actividades que realiza la sociedad civil, nadie utiliza el megáfono.
Tan insistente y poderosa es la propaganda, el poder del megáfono, que nos preocupamos por las atrocidades y actos de lesa humanidad que se llevan a cabo en Palestina o Ucrania, pero no nos permite reflexionar sobre por qué más de 57,000 niños han cruzado la frontera de México hacia los Estados Unidos desde octubre de 2013. No sabemos qué ha sido de muchos de ellos que se encuentran en bases militares en Texas, California y Oklahoma. Al ignorarlo nos privamos de realizar acciones civiles, para extender sobre ellos con nuestra voz, pensamiento e intención, una oleada de simpatía, comprensión y cobijo con lo cual ejerceríamos en nuestro propio territorio, un más sólido sentido de unidad a favor de nuestra nación y toda la humanidad.
Si reflexionamos en el hecho de que una buena noticia no necesita propaganda, tal vez podamos reconocer en la insistencia propagandística, una posible manipulación de la verdad. Y si reconocemos la importancia de recrear nuestra identidad y valores, tal vez comprenderíamos la importancia de cerrar los oídos a la propaganda estéril y volveríamos a escucharnos a nosotros mismos.
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