El 22 de septiembre de 1989, el historiador Felipe Ávila Espinoza estuvo en Aguascalientes para intervenir en las jornadas académicas con motivo del 75 aniversario de la Soberana Convención Revolucionaria. Las palabras del investigador estuvieron centradas en lo ocurrido al interior del Teatro Morelos y en especial sobre la organización y la conducta que tuvieron los representantes de las diferentes facciones militares del momento. Al releer la ponencia, se puede ver que la Convención reunió grupos de personas que defendían proyectos finalmente irreconciliables y que la asamblea ocurrió en un momento histórico contrastante porque surgió en una coyuntura de paz relativa que, pasados los años, se inscribió nada menos que en el periodo más violento de la revolución mexicana.
Ávila, inspirado en Vito Alessio Robles, afirmó que los primeros días de la Convención fueron de entusiasmo y casi de fiesta. No era frecuente que una ciudad como la nuestra tuviera a la élite militar del país y a la prensa nacional, no para pelear sino para dialogar y convenir acuerdos. Había fiesta porque no había guerra. En ese contexto de relajamiento, la formalidad quedó reducida al microuniverso de la asamblea en curso y lo primero que enfatizó el historiador en la ponencia que impartió en aquellos días fue la composición de los delegados convencionistas. A juicio de Ávila los trabajos iniciaron el 10 de octubre con 155 personas registradas formalmente con un nivel de representación que hasta ese momento no había respetado la fórmula de tener un delegado por cada mil hombres y, en tal sentido, los constitucionalistas empezaron con mayoría absoluta.
Al escuchar que el historiador recordaba el nombre de los asistentes a la Convención, pude hacer una primera diferencia entre los líderes militares de 1914 que se repartían en ese momento al menos en tres grupos. En la lista aparecieron personajes notables de la División del Norte como Eugenio Aguirre, Fidel Ávila (entonces gobernador de Chihuahua), Felipe Ángeles, Manuel Chao, Raúl Madero, Pánfilo Natera, Orestes Pereyra y José Isabel Robles. De este primer grupo me sorprendió saber que Francisco Villa no fue delegado de la Convención y que su representante fue Roque González Garza. Me sorprendió por el protagonismo que tuvo Villa en las calles de la ciudad, por las múltiples anécdotas que cuentan de él mientras vivía en su vagón personal y, sobre todo, por la imagen fotográfica tan repetida en nuestros días en la que aparece firmando la bandera de la Convención en el interior del Teatro.
Por el lado del constitucionalismo estuvieron David G. Berlanga, Rafael Buelna, Juan G. Cabral, Eduardo Hay, Obregón, Villarreal, Martín Espinoza, José Isabel Lugo. En este grupo fue notable la ausencia de Lucio Blanco en virtud de que se había quedado como responsable militar de la capital del país. Los gobernadores constitucionalistas no asistieron pero, a cambio de eso, la mayoría envió representantes personales. Fueron los casos de Coahuila, Aguascalientes, Jalisco, Guanajuato, Yucatán, DF, Quintana Roo, Hidalgo, Chiapas, Baja California, Querétaro y Campeche. Como ya se sabe, Carranza no asistió ni envió representante personal, un dato que mostraba las reservas que tenía el Barón de Cuatro Ciénegas con la Convención.
Otro detalle pocas veces pensado es que, si bien la reunión fue programada sólo para militares, no todos ellos tenían la misma jerarquía. Recuérdese que del total de los 155 delegados sólo una tercera parte eran generales, el resto fueron coroneles, tenientes y capitanes. La conferencia impartida por Ávila nos permitió recordar que dos terceras partes de los asistentes a la Convención eran constitucionalistas, muchos de ellos miembros del Comité de pacificación. Esta mayoría era de tal naturaleza que podía decidir todo a su favor en el momento de las votaciones y, sin embargo, no ocurrió así porque la fuerza militar que tenían los villistas en el entorno regional y en la propia ciudad sede de la Convención, se convirtió en un contrapeso importante. De ese modo imponer la citada mayoría hubiera creado problemas para mantener activa la propia asamblea.
Felipe Ávila mencionó en su conferencia cómo fue el inicio formal de los trabajos convencionistas. Según él una primera actividad importante fue la elección de una nueva mesa directiva que sería diferente a la instalada en la Ciudad de México. El profesor y general Antonio Irineo Villarreal fue electo presidente de la asamblea; José Isabel Robles y Pánfilo Natera, vicepresidentes, es decir la reunión fue encabezada por un constitucionalista y dos villistas, con todo lo que esto significaba. Uno de los primeros acuerdos fue de conciliación. No podía ser de otra manera. Las principales fuerzas coincidieron en liberar a los presos políticos que tenían en su poder Villa, Maytorena y Carranza. Otro asunto vital de esa primera jornada fue la credencialización de los delegados, actividad en la que sólo cuatro personas fueron rechazadas.
En el segundo día, Felipe Ángeles mencionó que el objetivo de la Convención consistía en pacificar al país. El tercer día el tema principal fue el acuerdo para invitar a los zapatistas a la Convención. Simultáneamente se discutían asuntos políticos y legales estratégicos: los constitucionalistas pedían la declaración de una asamblea soberana sin esperar la respuesta por la invitación hecha a los zapatistas, y otros pedían la aprobación urgente de un programa de gobierno. Al mismo tiempo los constitucionalistas veían en la Convención la oportunidad para elaborar un programa de gobierno hecho a la medida de Carranza. Como se sabe, luego de una reunión secreta se acordaría declarar la soberanía de la Convención, venciendo resistencias de la División del Norte. Esta medida fue aprobada el 14 de octubre y daba a la asamblea revolucionaria el máximo poder nacional. El cambio de jerarquía de la Convención dejó en pie a la directiva electa el primer día y sólo hubo un cambio en la Secretaría donde Vito Alessio Robles sustituyó a Federico Montes.
El objetivo de la Convención parecía distinguirse por la homogeneidad. La meta consistía en unificar al país y asegurar la paz por encima de las diferencias. También estaba en mente la desocupación norteamericana de Veracruz. Algunos inspirados en las ideas de Luis Cabrera pedían un periodo preconstitucional y aniquilar a los reaccionarios, a los que percibían como los verdaderos enemigos. Para Villarreal los enemigos también eran el militarismo, el privilegio y el clericalismo y, según él mismo, la revolución terminaría hasta que desaparecieran los esclavos, los salarios de hambre, los pordioseros, el peonaje y los personalismos. Finalmente Roque González Garza, a nombre de Villa, manifestó que el objetivo de la División del Norte era procurar un gobierno provisional para dar satisfacción a las necesidades del pueblo y la formación de un gobierno civil, así como la integración de los zapatistas que estaban por llegar, sin saber si lo harían con el criterio de un delegado por cada mil soldados. Hasta este momento, la conciliación de inicio, la aceptación de los principales delegados, y la homogeneidad en los objetivos de la reunión prefiguraban una asamblea con buenos resultados. Luego se vería que las diferencias superaron a las coincidencias.