Quizá por fuerza de la costumbre y de las rutinas que nos imponemos, se nos olvide que somos seres en el tiempo y en el espacio. O mejor dicho somos en verdad seres del tiempo, lo que implica que la forma substancial de la estamos hechos es de tiempo, y mejor aún nuestra presencia material en este Universo evoluciona o se desarrolla en una línea continua formada por momentos sucesivos, irreversibles, abiertos siempre al futuro, y ligados invariablemente a un espacio preciso. Es lo que hoy orgullosamente medimos con el tiempo de nuestros relojes de cuarzo y comparamos con el “tiempo atómico”, capaz de ser dividido infinitesimalmente hasta en mil millonésimas de segundo o, para abreviar, explican nuestros flamantes conceptos físico-matemáticos de los “nano segundos” (equivalentes a una mil millonésima de segundo, representada por ns igual a 10 elevado a la -9, potencia.
De ahí que, para explicar nuestra vida personal, tenga sentido imaginar una línea horizontal continua que tuvo un principio y habrá de tener un fin inevitable; por lo que es correcto hablar de historia de vida y carrera. De manera que el espacio y el tiempo no son solamente dos criterios para medir la vida del hombre y de la mujer en este Universo, sino que son las dos coordenadas cualitativas de las que estamos hechos y que constituyen nuestro ser en el mundo; y que por tanto definen y determinan la vida de cada uno de nosotros en este viaje maravilloso del planeta Tierra, arrastrado por su sistema solar, en el espacio sideral interminable, y por ello convertido en un evento cósmico pleno de misterio, que nos lleva a desembocar inexorablemente al no-tiempo y no-espacio, que hemos atinado por llamar: Espíritu, Trascendencia, Dios, Misterio, Sagrado, o el Absolutamente Otro. O bien, para gusto de algunos, viaje que termina en el vacío absoluto, en la cesación de toda actividad, en la Nada, en un fin definitivo sin ampliaciones ni extensiones; en la cesación completa de la consciencia, y por ello llamado: Nihilismo, ateísmo o agnosticismo; en suma, caída en el absurdo, la negación del Ser.
Independientemente de la opción que usted escoja, es un hecho evidente que estamos inmersos en el tiempo y que desde él, ya sea como atributo personal o como media del transcurrir, valoramos los avances y el alcance de nuestra vida, historia y carrera en el mundo. El día de ayer, 11 de julio, celebramos por acuerdo de la ONU de 1987, el Día Mundial de Población, para atraer a la atención de todos, la importancia y la urgencia de valorar las cuestiones socio-demográficas que identifican y enmarcan el desarrollo de las naciones. En este año 2014 se asignó como tema central de reflexión: “Invertir en las y los jóvenes”.
Un título que es a la vez tema de central importancia para el mundo total, estrategia global de desarrollo y meta general de todos los países, para asegurar un crecimiento integral, orgánico, viable, sostenible y con visos de elevar la calidad de vida de todos y cada uno de los habitantes del planeta. En resumen, tener un Desarrollo Humano social justo, equitativo y digno para cada mujer y hombre de la Tierra.
¿Por qué la significación de este segmento de la población mundial? La respuesta se construye desde la información estadística que nos revela el actual estado de la evolución sociodemográfica, tomada como fotografía de este preciso momento mundial y que proyecta a las llamadas metas del Milenio, más allá del año 2015. Me reduciré a evocar algunos datos como referentes de la importancia de estas medidas.
Recuerdo mi estancia en el Consejo Nacional de Población, por allá del año 1983-1985, en que seguíamos puntualmente las metas poblacionales de México para el año 2000, que planteaban alcanzar la meta de fecundidad de 1.9 hijos nacidos vivos, por mujer, para no rebasar la cota de 100 millones de mexicanos para este inicio de siglo XXI. De no haber sido así, hubiéramos rebasado con mucho los cien millones y tendríamos un cuadro de necesidades sociales básicas tan apremiantes como insostenibles. Aun así, estamos presionados por índices de alta y acelerada marginación que se traducen en pobreza alimentaria o bien “multidimensional” que abarca a poco más del 50 % de los mexicanos.
A nivel del país, el conjunto de la población joven representa un promedio del 18.7%, y en Aguascalientes este segmento ocupa el 19.2 %, un medio punto porcentual sobre la media. Que se traduce en 417 mil personas entre los 12 y 29 años de edad de un total de 1 millón 270 mil 174 habitantes; segmento en el que el 51.5% son mujeres y el 48.5% son hombres (teniendo un índice de masculinidad de 94 jóvenes del sexo masculino por cada 100 mujeres). De ellos el 17% conforma familias aguascalentenses cuyas cabezas son jóvenes de 24 a 29 años de edad. Igualmente, en nuestra entidad, la tasa de fecundidad se calcula en 72 nacimientos por cada 1000 mujeres adolescentes, de entre 15 y 19 años de edad, lo que representa cerca de 4,500 alumbramientos en 2014.
Si en la década de los ochenta, el programa interinstitucional de Planificación Familiar –cuya normatividad general era establecida por CONAPO- planteaba como la más alta prioridad el que las mujeres adolescentes y jóvenes, especialmente de zonas indígenas y campesinas, no abandonaran el nivel de enseñanza básica, es decir, permanecieran en las aulas por lo menos hasta los 15 años, evitando enfáticamente la deserción escolar de las mujeres entre 12 y 17 años de edad, imaginémonos ahora, en 2014, en que el 18.1% de la población joven presenta rezago educativo; y en Aguascalientes, el 25%, uno de cada cuatro jóvenes no concluyó sus estudios de educación básica. Entonces tenemos un caldo de cultivo demasiado proclive a la marginalización de sus jóvenes.
En el aspecto del inicio a la vida sexual activa, en Aguascalientes, el 86% de los jóvenes declaran tener su primera relación de noviazgo entre los 12 y 17 años de edad; aquellos que inician a los 11 años o menos son el 8.6%, y quienes lo hacen un poco más tarde, entre los 18 y 23 años, representan el 6 por ciento. Y dentro del aspecto más significativo, el inicio de la vida sexual activa, el 62% de los jóvenes entre 12 y 17 años de edad, señala el momento de su primera relación sexual; y del total del segmento de población joven el 55% declara ya haber tenido relaciones sexuales.
Datos escuetos que nos arrojan la evidencia de que nuestros adolescentes y jóvenes están iniciando prácticas reproductivas de riesgo a muy temprana edad, haciendo ostensible que el crecimiento de los senos pectorales y sistemas endócrinos y sexuales está antecediendo al crecimiento debido de los senos frontales del cerebro, en que se percibe la noción del tiempo, se anticipa el futuro y se toman decisiones estratégicas para la vida real; ya no digamos, permitir que el complejo y delicado sistema nervioso central tome el comando de los centros de decisión ética fundamental, para no obedecer ciegamente al impulso instintual reproductivo de la hormonas y del apetito sexual, generado más desde las vísceras más que del auténtico centro humano de la ternura entrañable y de la compasión amorosa hacia la mujer y hacia el hombre, iluminada por el conocimiento y la convicción. En esto consiste el dilema de la auténtica educación y formación de nuestra población adolescente. Lo otro es discusión inútil, fatuidad y condena a la miseria moral de la sociedad.