El arte del poema sinfónico y la ópera según Richard Strauss / El banquete de los pordioseros - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Hace 150 años nació una de las grandes glorias de la gran música de concierto, vio la primera luz en la mítica ciudad de München, Alemania, la capital de Baviera el 11 de junio de 1864. Y digo que la capital Bávara es un lugar mítico, no por su equipo de soccer, el Bayern (Baviera en alemán) que también ha llenado de gloria a la ciudad, sino por las glorias que a esta metrópoli le ha dado la música, entre algunas de ellas está, por ejemplo, el haber sido la ciudad en la que se estrenó, el 12 de septiembre de 1910, la igualmente mítica Sinfonía Octava de Mahler, conocida popularmente como la “Sinfonía de los Mil” por ser ese el número de músicos, entre coro, solistas y orquesta, convocados para el estreno dirigido por el propio compositor, entre muchos acontecimientos más que han hecho de esta ciudad, una de las grandes capitales mundiales de la música, como sus orquestas, la inmensa Filarmónica de München o la Sinfónica de la Radio de Baviera, por cierto, fundada en 1949 por el gran Eugen Jochum, para quien esto escribe, el mejor intérprete de Anton Bruckner, el llamado “Juglar de Dios”.

Pero vamos a lo que nos mantendrá ocupados en el Banquete de este viernes, me refiero al compositor Bávaro Richard Strauss, a mi entender, uno de los grandes compositores de la transición del siglo XIX al siglo XX, pero al mismo tiempo de los más incomprendidos, claro, es un compositor difícil, no es un dulcecito de fácil digestión ni es de los compositores que después de escucharlos podamos salir de la sala de conciertos con un par de líneas melódicas de sus obras revoloteando en nuestra mente, no, nada de eso, de hecho, una audición decente de cualquiera de sus obras, fundamentalmente, de sus poemas sinfónicos o algunas de sus producciones operísticas, exige un oído educado y sensible a los más sublimes encantos de la música.

Como algunos de los compositores alemanes de la época, Strauss se vio arrastrado por el asunto del nazismo, más aun por su innegable influencia wagneriana, aunque no debemos olvidar que en su momento, fue uno de los grandes críticos de Wagner, pero finalmente sucumbió a los encantos de este estandarte de la música alemana y que significó tanto para el nazismo, aunque difícilmente podríamos culpar de esto a Wagner. Strauss no se vio exento de los tenáculos del nazismo, recordemos que en 1933, cuando Hitler llega al poder, y contado Strauss con 68 años de edad, es nombrado presidente de la Cámara de Música del III Reich, y entre sus múltiples actividades, tenía la responsabilidad de prohibir toda interpretación de música de compositores judíos, el problema es que esto incluía las deliciosas partituras de Mahler y Debussy, y aunque Strauss intentó evitar esta situación y no sacar de los programas de conciertos la música de estos dos genios, le fue imposible lograrlo, la autoridad de Hitler era inapelable. De hecho, en alguna ocasión dirigió algunas líneas al escritor judío Stefan Sweig, a quien por cierto invitó como libretista para su ópera: “La Mujer Silenciosa” y que le trajo como consecuencia una insoportable presión de parte de los altos dirigentes del partido Nacional Socialista, particularmente de Goebbels, las líneas en cuestión dicen lo siguiente: “¿Crees que yo me conduzco en todos mis actos pensando que soy alemán? ¿Crees que Mozart era consciente de ser ario cuando componía? Sólo conozco dos tipo de personas: las que tienen talento y las que no lo tienen”. Es decir, y en eso no hay duda, creo que todos estaremos de acuerdo con eso, el arte no entiende de razas o ideologías, no entiende de religión o geografías, simplemente el arte es un verdadero e inobjetable lenguaje universal, particularmente la música ha logrado cosas que nunca nos hubiéramos imaginado, por ejemplo, a un judío, como Mahler, componiendo la “Sinfonía de la Resurrección” o bien, otro judío, como George Solti, dirigiendo la “Pasión según San Mateo” de Bach, todo esto y más puede lograr su majestad la música.

Pero volviendo a Strauss, aquella carta que dirigió a Stefan Zweig no llegó a su destino, la Gestapo la interceptó y fue despedido de su puesto de presidente de la Cámara de Música del III Reich; desde este momento, Strauss mantiene una relación muy difícil con el partido, es vigilado y cuestionado en casi todas sus obras, me recuerda un poco la persecución artística que sufrió Dmitri Schostakovich en el régimen de Stalin, pero al final, esto es como Hollywood, ganan los buenos. Pues bien, a pesar de esta tensa situación con las autoridades que gobernaban Alemania, Strauss es invitado a dirigir el Himno Olímpico en la Inauguración de los Juegos de Berlín en 1936, aunque un artista difícilmente no se refugia en su obra, en este caso, el compositor escribe una obra llamada “El Día de la Paz”, justamente cuando Alemania está a punto de invadir Polonia e iniciar así la Segunda Guerra Mundial, es una crítica sutil, discreta, pero finalmente certera en contra de Hitler.

Antes de terminar con el Banquete de este fin de semana, sólo quiero mencionar, a manera de recomendación, algunas de las obras clave en la producción musical de Strauss, fundamentalmente en poemas sinfónicos y óperas: en cuanto a los poemas están: “Así Hablaba Zaratustra”, versión libre del ensayo de Nietzsche, “Muerte y Transfiguración” o la autobiográfica “Vida de Héroe” Entre sus principales óperas no podemos descartar “Salomé” o “Elektra”, buena música, no para relajarse, sino para pensar, para comprometer las ideas.

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