En la cancha, todos somos iguales / Ciudadanía económica - LJA Aguascalientes
22/11/2024

El hartazgo, la desilusión, la indignación se olvidan en estos mágicos días en los que se desbordan los ánimos presenciando a las 32 oncenas de pateadores poniendo a prueba, con un balón, su orgullo nacional. Allí, todos somos iguales. No importando color o credo, nos pintamos igual y consumimos lo mismo. Hace unos días el Banco de México desbarató la frágil expectativa de mejoría económica que nos habían ofrecido los más costosos economistas de la historia. La reforma fiscal impuesta por éstos, dijeron los especialistas del banco central, ha sido el elemento clave para atorar aún más la economía. Pero la furia, que en condiciones normales de sensibilidad humana se volcaría a las calles, se diluye en millones de pantallas televisas que reproducen paso a paso el evento deportivo, sincronizando al mundo, uniformando actitudes.

En mayor o menor medida de intensidad, con mayor o menor dosis de conflicto político o social, las crisis que hoy padece el mundo tienen su origen en la acción depredadora del sistema económico preponderante. Así como en México la incapacidad para recuperar y fortalecer la economía se debe a que esto se contrapone a los intereses de los grandes monopolios internacionales -particularmente los de los energéticos, los alimentos y las armas- en otros países son los intereses bancario-financieros y monetarios los que profundizan sus respectivas crisis económicas, sociales y políticas.

Hoy en día cada vez más profesionales de los medios de comunicación coinciden en reconocer la importancia de la comunicación masiva y propaganda mediática para el control del inconsciente colectivo. En épocas como la actual, cuando los daños que se busca controlar son causados por la avaricia bancaria, la mercantilización del trabajo humano y la destrucción del equilibrio ecológico, se hace necesario perfeccionar el manejo mediático para el mejor “control de daños”.

El influjo de los medios de comunicación, que actualmente incluyen televisión, películas, radio, periódicos, revistas, libros, discos, videojuegos e Internet, es omnipresente. Muchos estudios se han realizado para medir los efectos de los medios de comunicación en la población con el fin de descubrir las mejores técnicas para influir en ésta. La comunicación de masas es un instrumento necesario para la asegurar la funcionalidad democrática, pero sirve de manera similar a las dictaduras.

Walter Lippmann, intelectual norteamericano, escritor y ganador del Pulitzer, escribió uno de los primeros trabajos sobre el uso de los medios de comunicación en Estados Unidos. En la revista “Opinión Pública” (1922), Lippmann hace una comparación a las masas a una “gran bestia” y un “rebaño desconcertado” que necesita ser guiado por una clase gobernante. Describe a la élite gobernante como “una clase especializada cuyos intereses van más allá de la localidad.” Esta clase se compone de expertos con cuya intervención se sortea el defecto primario de la democracia: el ideal imposible del ciudadano omnicompetente. Las masas rugientes del “rebaño desconcertado” se han de convertir en “espectadores interesados de la acción”, es decir, en participantes pasivos. La participación es el derecho del “hombre responsable”, quien, según esta visión, no es el ciudadano común.

Los medios de comunicación y la propaganda, según Lippmann, son instrumentos que deben ser utilizados por las élites para gobernar al público sin necesidad de coacción física. Un concepto importante que presenta es la “fabricación del consenso”. Este concepto es, en definitiva, la manipulación de la opinión pública para aceptar la agenda de la élite. El público general, según Lippmann, no está capacitado para razonar y decidir sobre cuestiones importantes. Así, es vital para la élite “velar por su propio bien” y después vender esas decisiones a las masas.

Cabe resaltar que Lippmann es uno de los fundadores del Council on Foreign Relations (CFR, Consejo de Relaciones Exteriores), grupo de reflexión creado por la élite bancaria encabezada por la familia Rockefeller en 1921 para orientar la política exterior entre los países del mundo.

Entre 1939-1940 la Universidad de Chicago fue sede de una serie de seminarios sobre comunicaciones, financiados por la fundación Rockefeller que contó con la participación de investigadores prominentes en el campo de las comunicaciones y estudios sociológicos. Uno de éstos fue Harold Lasswell, un destacado científico político estadounidense y teórico de las comunicaciones, especializado en el análisis de la propaganda. Allí estableció que la opinión de una democracia con un gobierno regido por el pueblo no podía sostenerse sin una élite especializada en formar y modelar la opinión pública a través de la propaganda.

En su Enciclopedia de las Ciencias Sociales, Lasswell explica que cuando las élites no tienen la fuerza necesaria para imponer la obediencia, los administradores sociales deben aplicar “una técnica completamente nueva de controlar, en gran parte a través de la propaganda”. Agrega que debemos reconocer “…la ignorancia y la estupidez [de] …las masas y no sucumbir a los dogmatismos democráticos acerca del hombre siendo los mejores jueces de sus propios intereses.”


Lasswell estudió ampliamente el campo de análisis de contenido y desarrolló un modelo de análisis de los mensajes y los medios. El modelo de Lasswell se basa en analizar: 1. Quién elabora el producto mediático (quienes ordenaron su creación); 2. A quién se dirige (la audiencia) y 3. Cuáles son los efectos deseados de este producto (para informar, convencer, vender, etc.), que ha sido la base para la estrategia global de concentrar todos los medios de comunicación en un puñado de enormes consorcios dominantes.

No es que en una gran parte de la población mundial tenga gustos y expectativas similares. La utilidad económica de esta uniformidad es inmensa. No es casual ver repetidos los formatos en los noticieros televisivos y ciertos patrones de conducta en los guiones de películas y telenovelas. En el futbol, deporte de las pasiones, la cosa es contundente. Si la uniformidad de pensamiento es poderosa, ¿cuánto más será la uniformidad en las emociones?

[email protected]                                 Twitter: @jlgutierrez


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