Palacio de la Zarzuela, Madrid, España. 2 de junio de 2014. Con un rostro surcado de arrugas, producto de errores pretéritos, Juan Carlos I de Borbón anuncia su decisión de abdicar del trono de la siguiente manera: “La larga crisis económica ha dejado profundas cicatrices en la sociedad pero también abre un camino de esperanza. Todo ha despertado un impulso de renovación, de corregir errores. Una nueva generación reclama el papel protagonista, el mismo que correspondió a la mía”.
La escena arriba descrita sirve como introducción al presente artículo, el cual pretende hacer un recuento histórico de España, situar en su contexto actual la decisión tomada por el monarca y por qué el país ibérico está ante una encrucijada.
España alcanzó su cenit como potencia en la centuria XVI, “El Siglo de Oro”, el cual abarca los reinados de Carlos V y Felipe II, en aquella época las armas españolas, representadas por los famosos tercios, señoreaban los campos de batalla en Europa y conquistaban un imperio en el Nuevo Mundo. Asimismo, las artes y las letras españolas contaban entre sus filas a una pléyade de virtuosos: Garcilaso de la Vega, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Miguel de Cervantes, El Greco y Diego Velázquez.
Sin embargo, la supremacía española se eclipsó ante el reto representado por Francia e Inglaterra, quienes le arrebatarían la hegemonía política y militar en Europa y el dominio de los mares respectivamente.
Desde el fin de la Guerra de los Treinta Años, en 1648, España descendió por la pendiente resbalosa y se convirtió en un mero peón en el juego de tronos protagonizado por las potencias de la época. Esta situación alcanzó su clímax durante la llamada Guerra de Sucesión Española (1701-1713), cuando la península fue campo de batalla entre las coaliciones antagónicas dirigidas por Francia e Inglaterra correspondientemente.
En 1808, España fue ocupada por Francia y, ante la pasividad de su clase política, el pueblo llano de Madrid se alzó contra los invasores. Hechos que fueron inmortalizados por la brocha de Francisco de Goya. Luego, durante los seis siguientes años, España y Portugal devinieron en el escenario donde la Francia de Napoleón Bonaparte chocó contra la fuerza expedicionaria británica dirigida por el duque de Wellington. Finalmente, en la América Española el grito de libertad, encarnado por Hidalgo, Morelos, San Martín y Bolívar, hacía crujir el andamiaje colonial construido por Hernán Cortés y Francisco de Pizarro.
La mayor parte del siglo XIX español se caracterizó por las luchas intestinas. Sin embargo, en el crepúsculo de dicha centuria, una naciente potencia, los Estados Unidos de América, mostró sus colmillos y, en una lucha desigual, arrebató a España Cuba, las Filipinas y Puerto Rico, los últimos jirones de aquel imperio “donde nunca se ponía el sol” (Felipe II dixit).
La guerra de 1898 diluyó la imagen de España como potencia y obligó a una revisión de los problemas nacionales y la naturaleza del alma española, la cual fue efectuada por la “Generación del 98”, donde destacaron Azorín, Pío Baroja, Antonio Machado y Miguel de Unamuno. Fue, sin embargo, el premio Nobel de Medicina, Santiago Ramón y Cajal, quien escribió lo siguiente: “Fuera de que la retórica no detuvo la decadencia de un país, los regeneradores del 98, sólo fuimos leídos por nosotros mismos; la masa permanece inerte”.
La guerra de Marruecos, la dictadura de Miguel Primo de Rivera y la II República consumieron las energías ibéricas. Pero fue la Guerra Civil Española (1936-1939), el parteaguas de la España moderna. A la lucha fratricida se agregó el hecho de que España fue utilizada por Adolf Hitler, Benito Mussolini y Iósif Stalin como campo de pruebas para el conflicto que se venía venir: la Segunda Guerra Mundial.
Tras la larga noche de la dictadura franquista, el 22 de noviembre de 1975 Juan Carlos fue proclamado ante las Cortes como rey de España. En el periodo de la transición, el joven monarca fue auxiliado por el antiguo apparatchik franquista, Adolfo Suárez.
La prueba más dura para la naciente democracia ibérica ocurrió el 23 de febrero de 1981 cuando un grupo de guardias civiles dirigidos por Antonio Tejero ocuparon las Cortes y tomaron como rehenes a la clase política. Ante el desafío, Juan Carlos tomó las acciones decisivas: el rey apareció en televisión y recordó a los militares su lealtad a la corona y a la Constitución. Como resultado de su viril intervención, los amotinados depusieron las armas y se reafirmó la primacía de las instituciones liberales.
Posteriormente, España ingresaría a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (1982) y la Comunidad Europea (1986). Además, el boom inmobiliario, ayudado por la industria turística, haría de España una nación más próspera y confiada en su destino. Sin embargo, la crisis financiera de 2007-2009 hizo mella en la economía española, la cual fue vapuleada por los mercados internacionales. Más todavía, el ánimo separatista renació con especial virulencia en Cataluña.
A lo anterior se sumó los escándalos de la clase política española, pero lo más dañino fue la degradación de la monarquía provocada por sus propios miembros: el rey, con sus aventuras eróticas y masacrando paquidermos, su hija, Cristina, y el cónyuge de ésta, Iñaki Urdangarin, envueltos en acusaciones de malversación, prevaricación y blanqueo de capitales.
¿Monarquía o República? ¿Unión o División? Esas son las dos principales preguntas, todavía sin respuestas, que se mecen sobre las aguas de los milenarios ríos Ebro, Guadalquivir y Tajo.
Aide-Mémoire.- Barack Obama debe entender que no es lo mismo humillar a inmigrantes ilegales que tratar de superar a los colosos euroasiáticos, China y Rusia.