Durante mucho tiempo he estado engañando a mi esposa, prácticamente desde que nos casamos, con la soberbia que distingue al jugador apuesto a que podré sostener la mentira durante muchas años más, porque me creo capaz de superar, una y otra vez, la prueba de su mirada directa, de su pregunta concreta y, sin titubear, mentir.
Como todo infiel he perfeccionado mi método y creo tener el control absoluto sobre el futuro; a grado de paranoia he ensayado mi respuesta, por supuesto, he agotado todos los escenarios posibles, incluso los más descabellados, estoy listo para sostener mi mentira, me creo capaz de contestar relajado, sin evasivas, de forma directa, incluso he calculado el tiempo para no parecer apresurado o que dilato mis frases, eso de tragar saliva, frotarse las sienes, mojarse los labios o tener las manos empapadas hace mucho que quedó atrás, al igual que la posibilidad de ser descubierto por el movimiento de los ojos.
Por supuesto, tengo una justificación para esta infidelidad pulida y constante, en el remotísimo caso de quedar evidenciado, aprovecharé la pausa de su sorpresa y tomándola de las manos la culparé, cuando confiese dejaré en claro que el único motivo para persistir en la mentira fue el amor: lo hice por ti (pausa breve y tono decidido)… porque te amo.
También me queda claro que no me perdonará de inmediato, que recuperar su confianza será un proceso largo, que requiere dedicación, pero sobre todo, la dosis exacta de culpa para alejar de mí toda responsabilidad. Así que he perfeccionado el recuerdo del momento en que ella me impulsó, prácticamente me arrojó a engañarla; la continuidad de la mentira ya quedó establecido que fue motivada por el amor (lo hice porque te amo).
Así que cuando mi esposa descubra que no le entiendo al futbol y, sobre todo, que no me gusta, no me podrá echar en cara todas las ocasiones en que vestí el jersey (o como se llame) de nuestro equipo favorito, tampoco reprochar cuando visiblemente perturbado grité ¡Pumas, Universidad!, o las horas que pasé frente a la televisión asintiendo o negando, incluso aventándole algo de botana a la pantalla en un arranque.
Ella comprenderá que no tuve más remedio. Nuestras costumbres de solteros eran opuestas, el matrimonio las enfrentó de forma irremediable. A mí me gustaba seguir los conciertos de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, a ella, esos días, a la misma hora, ver el futbol; ¿qué iba a hacer, divorciarme? Opté por mentir, hasta que el engaño se convirtió en costumbre y no es algo por lo que tengamos que discutir.
La responsabilizo porque mi esposa tiene la costumbre de hacer otra cosa mientras sucede un partido de futbol en la televisión, así que desde aquella primera vez en que me pidió cambiar el canal para seguir el partido de los Pumas, quedó establecido que yo lo vería para que cada tanto que ella pasara por ahí, le informara puntualmente de lo que había ocurrido.
El amor, amor (siempre recurriré a esa táctica) me impidió confesar en ese momento que nunca corrí detrás de un balón de futbol soccer (sí, le llamo futbol soccer); mi padre fue pitcher en la Liga Petrolera y donde él nació las pelotas se ponchan para hacer guantes; crecí en un edificio cuya entrada daba a Insurgentes, ¿dónde iba a hacer bolita mi suéter para marcar la portería?; sí, había un parque, pero los parques son para la bicicleta; ¿la escuela?, el patio del colegio era cuadrado, más semejante a un diamante que a ese jardín alargado donde ambos equipos corren de un lado a otro y regularmente se estancan en la media; después la pubertad y la adolescencia y todas esas cosas en que caben las culpas.
¿Por qué no lo dije antes de casarnos?, no lo creí necesario, además, estaba acostumbrado a mentir. Cuando me preguntaban, decía que le iba a los Estudiantes Zacatepec y con eso evitaba cualquier cuestionamiento; si estaba de ánimo y quería tener conversación con el taxista, echaba mano del futbol, después de todo no es tan difícil: ¿le va a las Chivas/Atlas/Cruz Azul/Toluca/lo que sea, joven?, bastaba asentir, el conductor me daba todas las pistas para acotar su conversación convenientemente: ¿Que el Pichojos era un tronco? Claro que sí, y cerrar los ojos adolorido, cómo dejó ir esa; ¿Que la Polillita era una coladera? Pues es que lo tienen jugando muy abajo, yo digo que lo dejen subir, es más líbero, lo trae en la sangre; ¿Que el Chaco encabeza la tabla de goleo? Cómo no, ya se recuperó de la lesión y tiene olfato… Siempre funcionaba, bueno, con una excepción: cuando el taxista le iba al América. Mi primer argumento era: ¿qué pasó?, pensé que sí sabía de futbol; en el caso de ponerse muy intenso le decía que era broma y “que traigo en mi pecho los colores del América” y tarareaba la canción de Reynoso (o como se llame el señor de las cejas tupidas), salpimentaba con unos cuantos nombres Borja, Zelada, Tena, Zague y entra cada uno paraba la trompa como si acabara de morder un taco con mucha salsa… Tsss, historia hermano, águila grande… Y ya.
Además, me casé por las tres leyes, la iglesia, la civil y los Pumas, ¿qué le iba a decir a mi esposa cuando me colocaba frente al televisor? Con el tiempo, además de fingir emoción, he logrado descifrar lo básico, pero el aburrimiento no me permite avanzar más allá de reconocer en qué momento se debe marcar fuera de juego; a veces me delata la sinceridad, como cuando se me sale decir que por la forma en que jugaron a lo largo del torneo, los Pumas no merecen pasar a la liguilla, para mi fortuna, la ira en la mirada de mi esposa nubla cualquier sospecha sobre mi conocimiento del juego; o cuando imprudentemente dije algo del Picolín (o como se llame) y no sabía que había dos picolines vistiendo la casaca azul y oro (o como se diga); o aquella ocasión en que quise pasarme de listo alabando el despliegue de Leandro Augusto en la cancha y ya jugaba con los Xolos de no sé dónde.
Sí, soy un cínico, es más sencillo, además sólo es cada domingo y no es siempre, no tengo la más remota idea de qué es un torneo largo, corto, de invierno o de verano, y cuando sale el tema basta con hinchar el pecho y vociferar ¡sólo Hugo Penta Pichichi (espero que ese no sea su nombre real) ha logrado el bicampeonato!; me parece que en fechas recientes alguien hizo algo y el señor que anunciaba pasta dental ya no es el único que hizo eso, pero no importa, grito: ¡Goya, Goya, Cachún Cachún Ra Ra! y mi esposa me acaricia la cabeza de una manera dulce, como a una mascota que aprendió a hacer en el arenero, así que… no le doy importancia.
Por eso cuando Juan Villoro dice que hay muchas maneras de jugar al futbol y que “una de las cosas que más me asombran y que he querido reflexionar en los últimos tiempos es que a pesar de todas las cosas que lo oscurecen: la manipulación económica, la explotación política, el dopaje, la asunción de costumbres absolutamente ultrajantes e indignas, como el racismo y el machismo, ha podido mantener y renovar la capacidad de asombrarnos y de estos asombros tenemos diferentes maneras de leer los partidos”; yo asiento convencido, sí, sí, gracias Juan (no estoy muy seguro por qué, pero soy agradecido) y me dejo estar frente a la televisión, absolutamente seguro de que no va a pasar nada, que es mi culpa y jamás voy a entender la estrategia, la táctica, ni qué significa cuando el técnico (así se les dice, ¿no?) chifla, apunta con dos dedos al cielo y luego cruza los tres de la otra mano agitando los brazos enfebrecido y grita ¡baja Caguamo, baja! o ¡Rata, Rata, que abraselcarrilchingadamadre!
No le entiendo y no me gusta el futbol, durante mucho tiempo he estado engañando a mi esposa, ella tiene la culpa, lo hago por amor.
Coda
A mi correo llegó una imagen que, como los desplazamientos del Pichulita Cuéllar sobre la banda izquierda, no entendí, pero suponía que me debía alterar; después de verla un buen rato, comprendí que se trataba de una conspiración de los poderes fácticos, el calendario de discusiones de las leyes energéticas coincide con los partidos de la Selección Mexicana de Futbol. ¡Santas distracciones, Batman!
Descifré la imagen, un montón de leyes (Petróleos Mexicanos, Comisión Federal de Electricidad, la Federal de las Entidades Paraestatales, la de Adquisiciones, Arrendamientos y Servicios del Sector Público y Servicios Relacionados) y sus reformas se tienen que resolver el 11 y 12 de junio y uno de esos dos comienza el Mundial en Brasil, para acabarla, el 13 juega la selección nacional (sí, sí, ya sé, va en mayúsculas) contra Camerún; y luego contra Brasil el 17 de junio y después el 23 contra Croacia, mientras se desarrolla el periodo extraordinario para votar estas leyes… Después me encontré una nota periodística donde se indicaba que había que ser realistas, que la gran mayoría (bonito concepto) preferiría ver los partidos de futbol que seguir el debate; al grado que el secretario de Hacienda tuvo que declarar que no se van a detener las “decisiones importantes del país, algo tan trascedente como una reforma, de esta naturaleza, porque hay Mundial de futbol”.
¿De veras? Si Luis Videgaray tuvo que salir a sudar la casaca (o como se diga) y la inmensa mayoría (otro grandioso concepto) va a estar distraída porque esa es la realidad mexicana, tenemos una idea bien pequeñita de nosotros mismos, ya, en serio, ¿de veras?, ¿a poco los partidos duran tanto?, ¿se juegan las 24 horas durante un Mundial?… Ya en serio, ¿de veras no podemos poner atención a dos cosas?
@aldan