Hay cosas que llegan a nosotros, como sin querer, callando, e ingresan a la intimidad de nuestro hogar. En cambio, comúnmente, nos enteramos de hechos o acontecimientos inéditos mediante la irrupción inesperada de noticias o manifestaciones tumultuarias en el entorno social. Así aconteció con el movimiento estudiantil del 68 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, México; con las protestas de jóvenes universitarios en París; en la confrontación de intereses corporativos con estudiantes y vecinos de la Universidad de Columbia, en Nueva York, también en protesta contra la guerra; o la innombrable Primavera de Praga, en la anterior Checoslovaquia, al interior del sistema soviético; y un largo etcétera por países de todo el mundo que confluyeron en la eclosión de una revolución cultural cuyas ondas de choque llegan todavía a nosotros.
En la mentalidad juvenil obrera y estudiantil de la época comenzaron a concurrir temas que tocaban la raíz de causas mucho más profundas de lo que se percibía en la superficie. Por ello su manifestación se dio como la confrontación de grupos “radicales” contra aquellos que representaban el statu quo del establishment o sistema dominante. Un eco de esas protestas volvió a aflorar recientemente en Francia, y que sacudió a la Unión Europea, contra la pretensión de hacer pasar una ley que sustraía cualquier tipo de prestación laboral a los trabajadores, durante sus dos primeros años de empleo, cosa que no prosperó. En los Estados Unidos también ha cundido la protesta universitaria contra la guerra, el reclutamiento militar obligatorio, así como contra la falacia económica conocida como ‘sweatshop labor’ (del empleo al más bajo costo posible del trabajador -sobre todo en los países en desarrollo, y sus flujos de migrantes a países desarrollados-), un obrero visto como “camiseta sudada”, bajo contratos de trabajo sin prestaciones laborales y, en ocasiones, sin percibir siquiera el salario mínimo establecido en las leyes. Todo ello habla de una confrontación social con claros rasgos de un choque generacional.
Aquellos grupos de jóvenes manifestantes que tocaron con trompeta su protesta callejera y multitudinaria en los sesentas y que aparentemente han triunfado, subiendo en la escala social del empleo y del poder político, ya una vez acomodados en el sistema económico dominante, parecen no entender la protesta de las nuevas generaciones que reivindican sus derechos y dinamitan esas falacias del nuevo acuerdo laboral. Manifestaciones que ocupan otros campos de interés como el consumo de drogas, la sexualidad abierta, la oposición al estamento imperial, etc. El hecho es que de todos esos temas muchos no han logrado criminalizarse y más aún se han mercantilizado, a grado tal que los actuales jóvenes muestran cierto cinismo acerca de actos de rebelión, incluso algunos justificables, pero que perciben ahora en tanto que actos revolucionarios del presente, mismos que mañana serán el contenido comercial de un refresco.
Pese a esas protestas que provienen de una cultura saludable de oposición a tal estado de cosas, y que se elevan a una manifestación social y política, en otros grupos sociales también juveniles y obreros no sucede; mas en aquellos que sí ocurre y que han renunciado a sus privilegios de clase económica o política se reúnen en “ghettos” o subculturas, tanto de jóvenes y mayores, contra ese sistema dominante, que terminan no obstante por ser reducidos y figuran meramente como prototipos de un modo de sobrevivir.
A nivel global los poderes corporativos se han atrincherado de tal modo que, pese a las protestas o movimientos reivindicatorios, sus actores logran muy poco reconocimiento, debido principalmente al decreciente status de la juventud en sus respectivas sociedades, obsérvese si no el vasto movimiento de los indignados en Europa y en los países centrales, ya no digamos en los países emergentes o en desarrollo.
Esta evidente lucha de sobrevivencia de las culturas subalternas o también de grupos contra-culturales, sale al descubierto en movimientos sociales como el de la comunidad Lésbico-Gay, Bisexual y Transexual, LGBT. Que aquí en México y en Aguascalientes adquiere connotación de violación a los Derechos Humanos. Sabido es el desencuentro que ocurrió entre el Gobernador del Estado y el colectivo Ser-Gay, debido a la solicitud de dos parejas homosexuales, una del género masculino y otra del femenino, de obtener reconocimiento legal a su unión conyugal. El aparente desparpajo con que el Ing. Carlos Lozano de la Torre se expresó, queriendo manifestar su simpatía personal hacia dichas parejas homosexuales, fue interpretado por el líder de dicho colectivo como un deplorable acto de homofobia, al no pronunciarse por convertirse en agente efectivo de cambio tanto de la legislación reduccionista que está vigente, como de la cultura de exclusión y de discriminación generalizada en nuestra sociedad, hacia un trato igualitario y respetuoso. Todo ello es asunto de políticas públicas, del Estado de Derecho, de los Derechos Humanos y de movimientos sociales de reivindicación y conciencia. Y puede ocurrir en la estridencia o irrupción enérgica de los actores pro causas sociales.
En mi opinión personal, el reto más directo y genuino de nuestras familias frente a la manifestación del fenómeno contemporáneo de la homosexualidad, consiste en esa otra forma silenciosa, casi sin querer, callando, con que ingresa a la intimidad de nuestra vida cotidiana. Sucede algo similar con lo del bullying escolar, no se trata de un problema o fenómeno exógeno a nuestra realidad, pues toca muy de cerca a nuestras hijas e hijos, allí en la cercanía de un aula o patio escolar. En el caso de la manifestación de una vinculación homosexual y su lógica expresión física en abrazos, caricias y besos que cada vez más se van haciendo públicos, estamos simplemente a merced de las circunstancias.
Me refiero a las generaciones actuales de jóvenes que seguramente nacieron a mediados de los años ochenta, quienes para el año 2000 ya ingresaban a su temprana adolescencia y que para el quinquenio de 2005-2010 se iniciaba como profesionistas graduados. Tal es el caso de mi hija María Fernanda, graduada en Psicología, y cuyos grupos de amistades tanto masculinas como femeninas convivieron esas felices y esperanzadoras décadas de vida. Como es natural y lógico para personas de su edad, sucede el proceso de formación de parejas, en que se van sucediendo relaciones personales de gradual intimidad tanto exitosas como de fracaso; pero que les aportan un invaluable aprendizaje sobre su insustituible e in-enajenable proyecto de vida y carrera.
Fer, mi hija, ha compartido conmigo y con su mamá, casos muy cercanos de amistades y hasta íntimos de familia, en que la opción de pareja es por la homosexualidad. Y ello ocurre en la fiesta familiar, en el antro, en el encuentro casual de fin de semana, incluso con condiscípulos afectuosos de las aulas de ayer. Estos son los casos a que hago referencia, y que desde inicio ingresan de manera silenciosa, tranquila, sin aspavientos, tan callando, a la intimidad de nuestras vidas, de nuestra convivencia y de nuestro hogar. Experiencia que nos ha enseñado a no pre-juzgar según los criterios y estándares sociales dominantes, sino a sopesar serenamente las alternativas de vida y de convivencia sexual que se están dado para personas, a veces tan cercanas y tan queridas del núcleo familiar. Este y no otro es el verdadero sitio para el cambio social, pues la hostilidad y el rechazo no se dan en el violento espacio público, sino en la intimidad de nuestra historia personal.