No hay garantías para hacer periodismo, uno hace el periodismo posible en condiciones imposibles - LJA Aguascalientes
21/11/2024

  • El narco está en la iglesia, en los partidos, en el gobierno, en la policía; la ciudadanía está indefensa
  • Entrevista a Javier Valdez Cárdenas, periodista fundador del semanario Río Doce, de Culiacán

 

 

En nuestro país, en los últimos años el número de muertos, heridos, desaparecidos, en medio de la política gubernamental en contra de las organizaciones del crimen organizado aumentó exponencialmente. Se habla de cien mil muertos, más desaparecidos, más heridos; personas que lo perdieron todo y tuvieron que salir huyendo de sus comunidades, son incontables, pero dentro de la narrativa adoptada por el gobierno y muchos medios de comunicación, todas estas personas eran culpables de lo que les pasó. Sin embargo en los últimos años, poco a poco han venido saliendo a la luz las historias de las víctimas de esta violencia desatada.

En ese tenor del rescate de estas historias, el libro del periodista sinaloense Javier Valdez Cárdenas (Culiacán, 1967), viene a dar voz, rostro a muchas de estas víctimas, a muchas de estas personas con heridas aún abiertas, personas que perdieron a sus amigos, a sus hermanos, a sus esposos, a un familiar víctima de esas balas impunes que vuelan y zumban por muchas regiones del país. Con una granada en la boca (Aguilar, 2013), el más reciente libro del periodista fundador del semanario Río Doce, de Culiacán y autor de, entre otros libros, Miss Narco, Los morros del narco y Levantones, es una retrato humano de las heridas abiertas, del sufrimiento, del dolor que no cesa, del proceso de duelo indefinido que muchas personas llevan a cuestas en nuestro país, pues aún no saben qué pasó con sus seres queridos.

Javier Valdez se dio a la tarea de darle voz a este dolor, darle rostro a estas heridas para que no se pierdan en el limbo burocrático en donde la impunidad campea, en donde se busca cubrir ese dolor con un manto de impunidad, de complicidad con el crimen:

No había ningún texto mío que hablara directamente sobre ellas, de las víctimas; de hecho el título original del libro iba a ser Heridas de guerra –nos comentó el periodista en entrevista–, porque inevitablemente era eso, era contar las heridas de un país envuelto en llamas, y había que darle voz a las víctimas porque simplemente no la tienen, lo poco que se sabe de ellos es a través de las redes sociales, a través de sus actos de protestas, porque el gobierno los quiere enterrar, porque el gobierno los enjuicia, los condena, y el gobierno insiste en esta mirada tramposa de los “buenos” y “malos”, y todos los detenidos y muertos son “malos”; el gobierno mete en ese saco a las familias de los malos, entrecomillas por supuesto, y yo creo que ellos tienen derecho a contar su historia desde su acera, desde su trinchera, su vida, su resistencia, su sobrevivencia, su dolor, y la línea siempre fue esa: la herida. Me propuse revisar las heridas, abrirlas, para contarlas, ir más allá del mero asombro, y va desde el asombro hasta lo grotesco, lo triste, lo trágico de este escenario de violencia, para mí fue muy importante darle su lugar a esa voz, a ese grito de dolor, contar las lesiones, el trauma, aunque eso signifique incluir hospitales, siquiátricos, panteones y cenotafios, y creo que en eso se convirtió el país, en un recuento de hospitales, de panteones y de dolor.

Javier Moro Hernández (JMH): En una ocasión platiqué con el escritor Francisco Goldman, quien cubrió las guerras civiles de América central durante la década de los ochenta. Él me decía que escuchó muchas veces que mucha gente de esos países vivía con estrés postraumático, y que él no entendía a qué se referían hasta que hace unos años tuvo una pérdida personal muy fuerte e inesperada, y comprendió de golpe a qué se referían con ese tipo de estrés, pero me decía que en México debemos de tener miles de personas que ahora viven así, con estrés postraumático por la pérdida de algún ser querido en esta guerra contra el narco.

Javier Valdez Cárdenas (JVC): Así como es obligado acudir a la fuente del dolor, es necesario recordar, y creo que hay que seguir haciéndolo, que en México tenemos altísimos, preocupantes niveles e impunidad y de injusticia, y que a esto hay que agregar indolencia, deshumanización, complicidad del gobierno con los narcos. Como bien dice Federico Campbell: si no hubiera gobierno, no existiría el crimen organizado. Y el asunto del trauma es un asunto muy importante, porque lo que yo intenté es hacer una mirada al mapamundi de la piel de México, con el trauma multiplicado, por el trauma multiplicado porque desaparecieron a un amigo, pero también está el trauma de los familiares y, obviamente, el de la víctima, del que recibió un balazo, del que fue torturado por los militares, de la persona que recibió la granada, no es una vida que merezcan muchos mexicanos, y para mí era importante contar las historias de la sicosis de vivir en un país violento, porque todos somos pacientes de un siquiátrico, todos estamos en la sala de espera de un siquiátrico en el mejor de los casos, porque muchos están en la antesala de la muerte, y no porque estemos metidos en el narco, o porque seamos buenos o malos, sino porque vivimos en México.

JMH: ¿Son crónicas que ya se habían publicado antes en tu columna de Malayerba, en el semanario Río Doce?


JVC: Rescaté algunos textos ya publicados, como por ejemplo la de Recuperarte, que es un grupo de jóvenes que están recuperando espacios públicos en Culiacán, y algunas otras crónicas que sentí que eran representativas de estas historias del trauma, de las lesiones de la guerra, pero yo sentía que no debía quedarme ahí, que debían hacerlas crecer, alimentarlas, actualizarlas, incluso tratar de experimentar un nuevo lenguaje, una prosa menos efímera, que el lector sintiera más. Entonces, por ejemplo, la historia del Chat es una historia que yo publiqué hace tiempo en Río Doce, pero cuando vuelves, cuando la víctima te vuelve a contar la historia, él mismo rescata aspectos que no vienen en la historia original porque en el formato de la columna, porque en ese formato debo contar las ráfagas de olvido, de balas, de sangre, de tristeza; entonces volví, y para mí fue muy energizante y de gran importancia profesional reconstruir estas historias, porque siento que muchas de estas historias gritaban por ser alimentadas, por ser actualizadas, metidas en un contexto más amplio, para que la gente entienda todo el contexto del narcotráfico y no sólo una sola historia, para que la gente entienda de la violencia generada por los operativos del gobierno, de la impunidad y también de la esperanza, porque hay historias esperanzadoras.

JMH: Por desgracia en medio de esta guerra y esta violencia pareciera que en ciertos sectores hubiera una visión de ensalzamiento del delincuente que también nos hace perder de vista a las víctimas, que son ciudadanos comunes que quedan en medio de una balacera o que son asesinados por cualquiera que trae un arma en un bar y se siente impune.

JVC: Se ha frivolizado mucho la violencia, se ha banalizado el mal, como diría Hannah Arendt, estamos banalizando el mal, nos estamos acostumbrado, y resulta que en esa frivolidad aparecen los narcos como héroes porque le pagaron a alguien porque les compusiera un corrido y porque necesitan de esa forma de ejercer la seducción del poder, de ser intocables, pero yo creo que la peor frivolidad y la mayor expresión de la apología del narco está en la calle, en nuestra vida cotidiana. Esta imagen del narco, que es todo poderoso, que es impune, esta herencia que tal vez empezó en el norte pero que se ha extendido por todo el país, del narco como el patrón, está proliferando en las calles; ahora resulta que en ausencia del gobierno ellos son los que mandan, y los malos están dentro y fuera del gobierno, y esa es la mayor apología, que un niño de ocho años vea que su vecino es un tipo que vive del narco y trae muchos dólares y está rodeado de mujeres, y cuando la policía o el ejército se le acerca es para pedirle dinero para la cuota, eso me parece muy preocupante porque nos estamos rindiendo ante esa frivolidad del narco como sociedad. En el norte es la dulce fruta de la muerte, es una dulce amenaza, seductora. Todos los cárteles están instaurando el imperio del mal a falta de educación, de cultura, de empleo, de autoridad, de gobierno, de leyes. Se instaura la seducción del mal

JMH: Quería preguntarte cómo es trabajar como periodista y editor en Culiacán, lugar que es tu centro de operaciones, que es una de las ciudades más peligrosas del país, y que en realidad es una ciudad de sólo 800 mil habitantes, algo que a veces perdemos de vista.

JVC: Pues si bien es cierto que nosotros no estamos en una zona en disputa por dos organizaciones, porque el cártel local tiene su poder y su santuario en Culiacán, también es cierto que tienes que aprender a moverte bajo ese imperio de balas del narco, porque como reportero no te basta con ser valiente, tienes que aprender y ubicar qué suelo estás pisando, el contexto en la ciudad, cómo operan, quién manda en la ciudad y si le va a molestar que lo menciones en una nota. Esa realidad que se mueve mucho, que cambia mucho, es una coyuntura diferente en cada historia que te obliga a conocer los linderos, las fronteras hasta donde puedes llegar, entonces si tú conoces el contexto y aprendes a medir eso, vas a aprender que no vas a publicar, lo cual es un contrasentido, pero eso es un ejercicio de sobrevivencia. Lo sé porque tal vez a mí no me han amenazado directamente, pero sé que si me paso de la raya me van a matar, pero el otro extremo es contar silencio; yo creo que por lo menos hay que contar un trozo de este infierno, y si es el 30% que puedes publicar, lo hago, y el resto de la información que tienes confirmada lo pospones para mejores tiempos. ¿Cuándo lo vas a publicar? Quién sabe. ¿Es frustrante? ¿Es impotente? Claro que lo es, porque uno trabaja para escribir, para publicar la información, pero es preferible eso a quedarte con el conteo de muertos, a hacer un periodismo cuenta-muertos o a guardar silencio. Es importante medir el contexto en cada una de las historias ¿Dónde están las fronteras? No lo sabes, pero cada una de las historias te lo va diciendo y yo tengo la fortuna en Río Doce de tener compañeros de mucha confianza, que son mis amigos y debatimos mucho la información, revisamos mucho, es una revisión a veces quirúrgica, y sabemos que lo que hay que sacar lo sacamos, porque es eso o estar haciendo periodismo fuera de nuestra ciudad.

JMH: El periodismo que vienen realizando en Río Doce o en el semanario Zeta de Tijuana, es un periodismo que conoce el terreno del narcotráfico desde antes de que se diera la llamada guerra contra las drogas, sino el terreno previo, lo que los hace ser como corresponsales de guerra en su propia ciudad.

JVC: Hace unos días me dijo eso Marcela Turatti, de Proceso, y hace como diez años me lo dijo Claudia Herrera, de La Jornada: “Eres corresponsal de guerra”. Me lo dijo cuando hicimos una cobertura de unos comicios de guerra, y no es que yo lo vea así pero es cierto, y la gente se pregunta si andas con chaleco antibalas o con casco de soldado, pero es que aprendes a hacer ese trabajo en medio de muchos filos y acechanzas.

JMH: Además, el Estado juega un papel de doble filo en estas zonas, porque en ocasiones los policías son amigos de los narcos, porque si te pasa algo malo no hay alguien a quien recurrir para buscar protección, porque, como mencionas en tus crónicas, el que secuestró a un familiar fue la misma policía o miembros del grupo antisecuestros. Es un terreno muy resbaladizo, no hay una autoridad que proteja.

JVC: Son como arenas movedizas, porque a veces uno se pregunta: si alguien viene y me amenaza, si sé que alguien me quiere hacer daño, ¿a quién acudo? Y es una soledad espantosa. En Río Doce publicamos trabajos sobre el narco y sobre el ejercicio del gobierno: corrupción, malos manejos, abusos, desviación de recursos y ¿sabes qué pasa cuando se publican? No pasa nada. No hay un diputado de oposición que retome eso y lo lleve al Congreso y exija que se investigue, ningún líder social, ciudadano, ningún comentarista de radio y televisión, ningún analista lo escribe en otros medios. Esa soledad te ubica en una posición muy vulnerable como medio. ¿Cuál es el mensaje que toman los poderosos respecto a eso? Que hacen lo que quieren, y que al rato van tras de ti e igual no va a pasar nada. Si te sientes amenazado o te ubicas en una situación de riesgo, estás rodeado, no tienes a quien acudir, porque el narco está en la iglesia, en los partidos, en el gobierno, en la policía; la ciudadanía está indefensa y los medios vive bajo muchos riesgos. No hay garantías para hacer periodismo, uno hace el periodismo posible en condiciones imposibles.


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